31 / La hechicera le dice a su amigo:
-Hoy recorreremos el reino y aprenderemos más sobre los señores de las grutas.
Así es.
Los gnomos conducen al muchacho a los talleres y él queda maravillado con las fraguas, con los metales que se funden y con las chispas que saltan de los martillos al forjarlos.
-¿Cuáles son sus trabajos?
Gnesen, el maestro artesano de la fundición, le dice:
-¡Oh! Fabricamos campanas, cadenas, puntas de lanzas, coronas para los reyes, tallamos las gemas para las alhajas...
-¿Campanas?
-Ven.
Colgando de un saliente, hay una campana grandísima y Gnesen la balancea.
El badajo bate en sus paredes de bronce y brota un rugido que estremece las paredes.
Los gnomos se fastidian.
Se enfadan.
Todo se sacude con violencia en el país subterráneo.
Laal se tapa los oídos.
Sus carcajadas no se escuchan.
Las ondas sonoras se prolongan por los túneles y cesan con lentitud.
-¿Para qué se usan?
-Todavía no les llegó su tiempo de subir, pero vendrá el día en que colgarán de elevadísimas torres. Mira.
Le enseña cascabeles de alegre tintinear.
Le obsequia muchos.
-Con estos, harás juguetes para tus hijos...
Entre tanto, Nahala está en las cocinas rodeada de mujercitas que le dan el secreto para hacer velas y recetas de alimentos ricos en nutrientes.
El movimiento es continuo; llega a marearla.
Van, vienen, trajinan en sus quehaceres.
Burbujean como la espuma de las olas.
Los niñitos rondan en torno a sus mamás pidiéndoles golosinas o juguetes; juegan, se esconden detrás de sus polleras, se persiguen, cantan, se divierten.
Las dueñas de casa no pueden darle la solución al tema del caldero: allí todas las ollas y sartenes son de hierro fundido.
“Seguiré intentándolo” piensa tratando de darse ánimos.
Al fin toman un descanso para comer reunidos en el salón principal.
La hoguera central es un enigma para Laal: no se apaga y tampoco se renuevan los leños.
¿Será que con sólo tronar los dedos...?
El rey Gmelin los invita a su mesa y los únicos que pueden sentarse son Elmo y Nepo: no hay sillas del tamaño de los jóvenes que lo hacen sobre el piso, impecablemente limpio.
-En cuanto terminemos, quiero que vengas a mi lugar de trabajo -le dice a Nahala el sabio Gmund.
Entonces la conduce a un laboratorio parecido al de los magos mayores.
Allí hay profusión de musgos y líquenes.
Enredaderas de flores aromosas y multicolores.
Es un ámbito suave y cálido como el nido de un pájaro.
Tapizado con terciopelo verde oscuro.
Verde oliva.
Gmund tiene potes donde conserva especies y esencias para hacer remedios, perfumes y ünguentos.
-Cuando veas que no puedes con algún mal, no titubeés en venir y te aconsejaré; puedo vencer a casi todas las enfermedades de los humanos.
-Maese Gmund, tengo que fabricar un caldero que sea poco menos que indestructible en el fuego; mi hada Mussi me lo pidió, pero no me dijo con qué se puede elaborar. ¿Tienes la respuesta? ¿O es un castigo de por vida y un sueño imposible?
-Hay pocas cosas imposibles en el reino de la magia, pero no tengo la respuesta; estoy seguro que tu sagacidad te llevará a la meta que persigues.
-Gracias.
Gmund le da hierbas que no crecen al sol.
Le enseña a usarlas.
Le muestra un espejo redondo y negro en el que, tras un rápido pase con su mano, puede mirar el exterior.
En el bosque se ven los primeros copos de nieve.
-Es tiempo de que nos marchemos, Gmund.
El espejo se empaña y se aclara de nuevo.
-Mira tu aldea. Hermoso lugar para habitar, pero no lo defiendan al punto de sacrificar vidas.
-Sí.
Se despiden de los pequeños hombres.
Laboriosos e inteligentes.
Viven en las galerías trabajando en su mundo de paz.
Laal recibe de Gnesen, el maestro de los metales, admirables herramientas que lo ayudarán en su ocupación.
Nahala, las velas, una pulsera de eslabones de oro de la que penden tres llaves primorosas y más recetas de comidas.
Algunas son fórmulas de encantamientos y ensalmos, hábilmente disimuladas por las astutas mujercitas que le dan, además, perfumes y pomadas exquisitos.
La reina habla con la hechicera:
-Ven cuando quieras y trae a tus amigos, por favor -se acerca a su oreja y murmura con un guiño: -Las llavecitas te salvarán de tres peligros si sabes usarlas con ingenio.
-Gracias, soberana Gmelina. Ven, princesa, dame un lindo beso y un abrazo.
La aupa y Gmelina se ruboriza.
-¡Esperen! ¡No se vayan! -grita Gnesen que viene de la fragua y se ve tiznado, sudoroso y colorado por la carrera. -¡Quiero darles esto! ¡Recién terminé de pulirla!
Les regala una brillante y pequeña campana de bronce.
-En momentos de regocijo y alegría, su batintín será la voz precisa que cantará en las fiestas y en los de peligro, servirá para alertarlos.
-Agradecemos de corazón estos dones y cuando volvamos les pediremos cencerros para las ovejas y las cabras; son traviesas y suelen perderlos. A cambio, les traeremos lo que nos pidan -dice Laal.
-Acá está la lista -Gnesen la tenía preparada. -Nos gustaría que nos hicieran zapatos como los que usan.
-¡Con gusto! -Laal piensa en esos miles de zuecos y se siente turbado al enfrentar tamaño trabajo.
Se marchan por el pasadizo y antes de que se cierre la puerta se dan vuelta a mirarlos.
jueves
13/ El Caldero de la Bruja [Anna Rhogio] - La novela WEB de magia y hechicería para niños
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