para Sofía y Matías que son
mis ángeles particulares y mis premios
mis ángeles particulares y mis premios
1 / El bosque de pinos milenarios es un lugar de hermosura deslumbrante.
Induce a pensar que está allí desde el comienzo del tiempo. Su follaje verde y brillante rumorea cánticos con voces sonoras, vibrantes, cuando la brisa marina sacude las ramas. En la floresta, al reparo de las borrascas pero cerca del mar, hay un claro donde se asientan unas veinte cabañas de techos de paja a dos aguas que van hasta el suelo y forman paredes.
En el centro de la aldea se ve un tocón cuya circunferencia sólo puede ser abarcada por una ronda de muchos niños. Nadie sabe qué o quién pudo derribar el árbol que fue.
Está lustrado por el andar de los siglos y por los pies que lo han hollado, porque sirve de escenario donde se canta y se baila en las fiestas de la luna llena.
Sobre él, los músicos tocan antiguos ritmos con flautas y panderos; los equilibristas hacen trucos y juegos malabares, y los actores interpretan pasos de comedia, largamente ensayados, a la luz de las teas y fogatas con las que lo iluminan.
El sitio tan cautivador sugiere encantamientos en la claridad lunar.
En el resplandor rojizo de las hogueras.
En las oquedades a donde no llega ningún fulgor.
Duendes y hadas espían escondidos en la fronda, participando así de la celebración.
Es la edad de los vestidos de cuero y los adornos simples. Las jóvenes llevan collares de cuentas de madera, guirnaldas de hierbas aromáticas y coronas de hojas de hiedra y muérdago.
En los orillos de las prendas usan profusión de flecos con los que pretenden imitar cuando caminan, el suave movimiento del pasto ondulado por el viento.
Son cazadores-sembradores y la vida transcurre sin demasiadas zozobras: una cordillera los aísla del resto del mundo y es difícil encontrar los caminos para atravesar las montañas en esos laberintos de angostos pasos.
Únicamente los viajantes conocedores podrían arribar al poblado.
Entonces, están a salvo de las calamidades, pero no reciben los adelantos o las artesanías necesarias para mejorar la existencia.
Sin embargo, poseen felicidad.
El interior de los hogares es sencillo.
Las mesas y los bancos son rústicas superficies de madera sostenidas por troncos.
Las camas, prolijos montones de paja fragante.
En los rincones se ordenan los aperos de labranza.
En medio de la habitación, se halla el fogón donde se cuecen los alimentos.
En la lumbre familiar que manos solícitas mantienen encendida.
Un agujero en el tejado deja escapar al espacio el humo gris, el dios incorpóreo protector de las viviendas.
Saben con certeza que tiene cualidades sanadoras.
Ahuyenta alimañas.
Lo perfuma todo con su aroma vigoroso, tonificante.
Cabellos... ropas... recovecos...
Respetan el bosque y lo consideran sagrado porque en él viven las hadas protectoras de la naturaleza.
Y el apartado jardín de los robles donde anidan la sabiduría y los misterios, la fuerza de los elementos y la magia.
Es fácil asar trozos de carne pinchados en varas que demoran en consumirse.
Pero es muy difícil hacer una sopa que dé calor en los días nevados o una infusión para curar un mal.
Las ollas de madera no son demasiado resistentes a la acción de las brasas y es arduo cocinar manteniéndolas alejadas.
Todavía desconocen el arte de la alfarería.
2 / Nahala es joven.
Vivaz.
Inquieta.
Es la hechicera.
A diferencia de los magos mayores que reciben la sabiduría de las fuerzas cósmicas, ella se ocupa de conjuros menores como curar un catarro, o una herida en la pata de su perro lobo: Señor Blatt.
Los magos viven retirados en una casa de piedra que es su observatorio astronómico.
Salma es la madre de Nahala.
Ella es paz.
Prepara jarabes dulcísimos, casi golosinas para los niños, extrayendo el néctar que duerme y madura en el fondo de los cálices.
Y ambas son las herederas de las ciencias del pasado. Guardan secretas recetas que están escritas en lo profundo de sus mentes.
No saben de solsticios ni de equinoccios, ni del tiempo de sembrar ni del tiempo de cosechar.
Sus quehaceres pertenecen a lo cotidiano y dejan lo demás a los magos que entienden del movimiento de las estrellas, la luna y el sol.
3 / Mussi es un hada minúscula de alas transparentes con tonalidades de nácar que sólo se ven a plena luz.
Vive con Nahala y sus padres, cobijada en los manojos de hierbas curativas puestas a secar; allí duerme en invierno.
En verano busca una rosa y se acurruca entre los pétalos cuando se pone el sol.
En sus vuelos derrama irisadas partículas que brillan en la penumbra y continuamente vierte en los oídos de quien quiera apreciarlas, ideas maravillosas.
Ahora mismo, está dibujando para Nahala, el contorno de un caldero.
La induce a pensar que con éste se pueden cocinar todo tipo de alimentos sin que se deteriore.
Nahala tiene sueño y no presta atención a sus consejos, pero se duerme pensando en eso, oyendo la melodía de la nieve que cae sobre la techumbre.
El sonido de los copos es suave.
Invita a escucharlo atentamente porque acompaña el idilio entre las hojas perennes de los pinos y el aterciopelado cielo nocturno.
4 / Despierta en esa hora en que empiezan a formarse las sombras difusas de los objetos, con la claridad que entra por las rendijas de los postigones con que cierran las ventanas sin vidrios.
Mussi se hamaca en un ramo de espliego que se marchita despaciosamente.
Luego, finge dormir al ver que Nahala la observa.
Pero la sonrisa traviesa la delata.
-Ya te vi... -le advierte la muchacha, en tanto se despereza.
Su cama continúa tibia y le cuesta levantarse, avivar las brasas y preparar algo caliente para desayunar.
Padre y madre descansan.
Detrás de un tabique de tablas está el lugar donde duermen.
Blatt ronda mimoso a su dueña husmeando el aire y mirándola con sus ojos color agua, pidiéndole un bocado con el que saciar su hambre.
Lo había criado desde que era un indefenso cachorro más lobo que perro y sus padres temían que se convirtiera en un compañero peligroso.
No fue así: el señor Blatt es manso y fiel y está dispuesto a defenderlos hasta morir.
Las llamas se elevan y pintan su rostro de carmesí, renovando el eterno pacto entre mujer y fuego: tú me cuidas, yo te cuido.
-Señor Blatt, tu comida está lista. Mussi, debo discutir un par de cosas contigo...
El hada se envuelve en sus alas y la ignora.
-Dime, por favor, qué quisiste que pensara anoche, antes de que me quedara dormida.
Mussi vuela hasta el estante donde se alinean las ollas y las señala:
-Cuando lo descubras, estos utensilios les parecerán lo más inútil que hayan hecho hasta ahora.
-Hoy estás demasiado misteriosa y si no me lo dices, no lo descubriré sola. Blatt, vamos a recibir el día; tengo que conversar con el señor de las cucharas.
Golpea en el tabique:
-Padre, madre, ya preparé los alimentos.
El perro saborea lo que le ha ofrecido en una escudilla humeante.
Ella termina de beber una sopa sabrosa en la que remoja un pan crocante.
Se abriga con un cuero de cordero con capucha y se calza con zapatones altos que se ajustan a sus piernas con correas.
Sale.
Induce a pensar que está allí desde el comienzo del tiempo. Su follaje verde y brillante rumorea cánticos con voces sonoras, vibrantes, cuando la brisa marina sacude las ramas. En la floresta, al reparo de las borrascas pero cerca del mar, hay un claro donde se asientan unas veinte cabañas de techos de paja a dos aguas que van hasta el suelo y forman paredes.
En el centro de la aldea se ve un tocón cuya circunferencia sólo puede ser abarcada por una ronda de muchos niños. Nadie sabe qué o quién pudo derribar el árbol que fue.
Está lustrado por el andar de los siglos y por los pies que lo han hollado, porque sirve de escenario donde se canta y se baila en las fiestas de la luna llena.
Sobre él, los músicos tocan antiguos ritmos con flautas y panderos; los equilibristas hacen trucos y juegos malabares, y los actores interpretan pasos de comedia, largamente ensayados, a la luz de las teas y fogatas con las que lo iluminan.
El sitio tan cautivador sugiere encantamientos en la claridad lunar.
En el resplandor rojizo de las hogueras.
En las oquedades a donde no llega ningún fulgor.
Duendes y hadas espían escondidos en la fronda, participando así de la celebración.
Es la edad de los vestidos de cuero y los adornos simples. Las jóvenes llevan collares de cuentas de madera, guirnaldas de hierbas aromáticas y coronas de hojas de hiedra y muérdago.
En los orillos de las prendas usan profusión de flecos con los que pretenden imitar cuando caminan, el suave movimiento del pasto ondulado por el viento.
Son cazadores-sembradores y la vida transcurre sin demasiadas zozobras: una cordillera los aísla del resto del mundo y es difícil encontrar los caminos para atravesar las montañas en esos laberintos de angostos pasos.
Únicamente los viajantes conocedores podrían arribar al poblado.
Entonces, están a salvo de las calamidades, pero no reciben los adelantos o las artesanías necesarias para mejorar la existencia.
Sin embargo, poseen felicidad.
El interior de los hogares es sencillo.
Las mesas y los bancos son rústicas superficies de madera sostenidas por troncos.
Las camas, prolijos montones de paja fragante.
En los rincones se ordenan los aperos de labranza.
En medio de la habitación, se halla el fogón donde se cuecen los alimentos.
En la lumbre familiar que manos solícitas mantienen encendida.
Un agujero en el tejado deja escapar al espacio el humo gris, el dios incorpóreo protector de las viviendas.
Saben con certeza que tiene cualidades sanadoras.
Ahuyenta alimañas.
Lo perfuma todo con su aroma vigoroso, tonificante.
Cabellos... ropas... recovecos...
Respetan el bosque y lo consideran sagrado porque en él viven las hadas protectoras de la naturaleza.
Y el apartado jardín de los robles donde anidan la sabiduría y los misterios, la fuerza de los elementos y la magia.
Es fácil asar trozos de carne pinchados en varas que demoran en consumirse.
Pero es muy difícil hacer una sopa que dé calor en los días nevados o una infusión para curar un mal.
Las ollas de madera no son demasiado resistentes a la acción de las brasas y es arduo cocinar manteniéndolas alejadas.
Todavía desconocen el arte de la alfarería.
2 / Nahala es joven.
Vivaz.
Inquieta.
Es la hechicera.
A diferencia de los magos mayores que reciben la sabiduría de las fuerzas cósmicas, ella se ocupa de conjuros menores como curar un catarro, o una herida en la pata de su perro lobo: Señor Blatt.
Los magos viven retirados en una casa de piedra que es su observatorio astronómico.
Salma es la madre de Nahala.
Ella es paz.
Prepara jarabes dulcísimos, casi golosinas para los niños, extrayendo el néctar que duerme y madura en el fondo de los cálices.
Y ambas son las herederas de las ciencias del pasado. Guardan secretas recetas que están escritas en lo profundo de sus mentes.
No saben de solsticios ni de equinoccios, ni del tiempo de sembrar ni del tiempo de cosechar.
Sus quehaceres pertenecen a lo cotidiano y dejan lo demás a los magos que entienden del movimiento de las estrellas, la luna y el sol.
3 / Mussi es un hada minúscula de alas transparentes con tonalidades de nácar que sólo se ven a plena luz.
Vive con Nahala y sus padres, cobijada en los manojos de hierbas curativas puestas a secar; allí duerme en invierno.
En verano busca una rosa y se acurruca entre los pétalos cuando se pone el sol.
En sus vuelos derrama irisadas partículas que brillan en la penumbra y continuamente vierte en los oídos de quien quiera apreciarlas, ideas maravillosas.
Ahora mismo, está dibujando para Nahala, el contorno de un caldero.
La induce a pensar que con éste se pueden cocinar todo tipo de alimentos sin que se deteriore.
Nahala tiene sueño y no presta atención a sus consejos, pero se duerme pensando en eso, oyendo la melodía de la nieve que cae sobre la techumbre.
El sonido de los copos es suave.
Invita a escucharlo atentamente porque acompaña el idilio entre las hojas perennes de los pinos y el aterciopelado cielo nocturno.
4 / Despierta en esa hora en que empiezan a formarse las sombras difusas de los objetos, con la claridad que entra por las rendijas de los postigones con que cierran las ventanas sin vidrios.
Mussi se hamaca en un ramo de espliego que se marchita despaciosamente.
Luego, finge dormir al ver que Nahala la observa.
Pero la sonrisa traviesa la delata.
-Ya te vi... -le advierte la muchacha, en tanto se despereza.
Su cama continúa tibia y le cuesta levantarse, avivar las brasas y preparar algo caliente para desayunar.
Padre y madre descansan.
Detrás de un tabique de tablas está el lugar donde duermen.
Blatt ronda mimoso a su dueña husmeando el aire y mirándola con sus ojos color agua, pidiéndole un bocado con el que saciar su hambre.
Lo había criado desde que era un indefenso cachorro más lobo que perro y sus padres temían que se convirtiera en un compañero peligroso.
No fue así: el señor Blatt es manso y fiel y está dispuesto a defenderlos hasta morir.
Las llamas se elevan y pintan su rostro de carmesí, renovando el eterno pacto entre mujer y fuego: tú me cuidas, yo te cuido.
-Señor Blatt, tu comida está lista. Mussi, debo discutir un par de cosas contigo...
El hada se envuelve en sus alas y la ignora.
-Dime, por favor, qué quisiste que pensara anoche, antes de que me quedara dormida.
Mussi vuela hasta el estante donde se alinean las ollas y las señala:
-Cuando lo descubras, estos utensilios les parecerán lo más inútil que hayan hecho hasta ahora.
-Hoy estás demasiado misteriosa y si no me lo dices, no lo descubriré sola. Blatt, vamos a recibir el día; tengo que conversar con el señor de las cucharas.
Golpea en el tabique:
-Padre, madre, ya preparé los alimentos.
El perro saborea lo que le ha ofrecido en una escudilla humeante.
Ella termina de beber una sopa sabrosa en la que remoja un pan crocante.
Se abriga con un cuero de cordero con capucha y se calza con zapatones altos que se ajustan a sus piernas con correas.
Sale.
1 comentario:
Te amo abuelaa, por fin lo conseguisteeeeee... muchas felicidadesssss
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