jueves

3/ El Caldero de la Bruja [Anna Rhogio]


7 / No conoce el motivo, pero se le representa como un relámpago la cara de la mano del mortero.
Se impresiona con la expresión de maldad de esos ojos rasgados en cuyas pupilas se ve una amenaza.
La boca semiabierta en una sonrisa despectiva, deja ver los dientes afilados.
Los bigotes ralos caen a los costados de los labios, acentuando la crueldad de su mueca.
Y es demasiado real.
La intranquiliza.
-¿En quién se habrá inspirado Laal para crear semejante espantajo? ¡Es una espeluznante visión de un ente de la oscuridad! ¡Los dioses quieran protegernos de ese demonio! ¡Que el Padre Sol no permita que nos dañe!
Se ajusta la capucha alrededor de la cabeza tiritanto de frío y de miedo.
Desea encontrarse al abrigo del mal, rodeada por el fuego purificador de las antorchas, en el centro del círculo formado por las viviendas.
Que el dios Humo la envuelva y le quite un presentimiento con su poder saneador y bienaventurado.
Corre a su hogar.

8 / Nahala no emplea todo su tiempo en pasear por el bosque y conversar con los duendes.
En invierno hay que hacer dentro de casa.
Cada dos o tres días renueva el heno de los camastros. Diariamente barre el piso de lajas con escobas de ramas flexibles y atiende a cabras y ovejas.
Hoy, en sus idas y venidas, señala a Mussi con un ademán amenazador, pero amistoso, levantando los puños o el mango de la escoba:
-¿Cómo? ¿Cómo fuiste capaz de poner sobre mis hombros semejante carga? ¿Cómo hacer una olla, caldero o lo que sea?
Mussi le da la espalda.
Ella y su madre trabajan horas en los morteros triturando hierbas y aprende más sobre sus propiedades.
Las hierbas se recogen a fines del verano y durante el otoño.
Para eso, caminan entre espinos, suben a colinas riscosas donde se lastiman los pies y pasan bastante sed.
En este momento, se las ve sentadas cerca del fogón, guardando los yuyos que terminan de moler.
Un tumulto interrumpe sus pensamientos.
Son gritos y golpes de pandero en señal de emergencia.
Al salir oyen el llamado:
-¡Por favor! ¡Que Salma o Nahala vengan a curarla!
Se abren paso entre los vecinos y ven a una niña que tiene una pierna seriamente herida en los brazos de su madre.
-¡Tranquila, Tabeth! ¡Deja de vociferar que la asustarás! Llévala con cuidado a mi cabaña -dice Salma.
Nahala se adelanta y prepara lo necesario.
Después de la curación, muchos mimos y jarabe de néctar, la pequeña se reanima.
-¿Cómo te lastimaste así, Baneth? ¡Nos diste un gran susto! -la rezonga la madre.
-Me caí de un árbol... en la rama, quedaron jirones de mi casaca... junto a los jirones de mi piel...
-¡Qué traviesa!
-Sanará pronto, Tabeth, pero le quedará una fea cicatriz que la ayudará a recordar, cuando la mire, que tiene que ser prudente.
-Déjala, madre -defiende Nahala. -Es inquieta como una ardilla porque es una personita sana. ¡Mejor así!
Las prendas que se confeccionan con los cueros de las ovejas, conservan el vellón del revés para que abriguen más. Nahala siente curiosidad por lo que dijera Baneth: “¡Jirones de mi casaca...!”.
Encuentra el árbol y las hilazas de lana.
Las observa detenidamente.
Movidas por el aire, se cruzan y forman una trama sutil. Se trepa y las guarda sin saber para qué.
Esa noche duerme muy poco.
Mussi le susurra en la oscuridad:
-Hoy harás una cosa estupenda y sumamente útil, pero tendrás que pensarlo bien y efectuar interminables ensayos para que resulte como debe. Y no te olvides del caldero.
Al despertar, se aclaran sus ideas.
Toma una hilaza y la retuerce entre los dedos.
En el extremo añade otra de la misma manera y consigue una hebra un poco más larga.
Busca más lana y continúa, hasta obtener un ovillo de buen tamaño.
Entra como una tromba en la casa de Laal y le exige que le dé dos flechas largas y pulidas.
Su impaciencia no le permite darle muchas explicaciones. Tartamudea frente al señor de las cucharas que la mira estupefacto:
-Este... verás... te las pido porque... es... que tengo que... que... ¡Rayos! ¡Sólo puedo decirte que causaré una revolución!
-No lo dudo -le contesta ceñudo. -Conociéndote, sé que alborotarás la aldea con tus locuras.
-Estoy demasiado contenta para pelear contigo.
Laal sonríe:
-¡Toma tus flechas, revolucionaria! ¿Qué cazarás esta vez?
-¡No sabes lo que soy capaz de hacer con ellas!
Se esconde en el pesebre.
No desea que la miren, que le pregunten.
No sabe cómo se llama lo que está por hacer.
En una flecha va enhebrando lazadas, ayudándose con los dedos.
Con la otra flecha y la hebra de lana, comienza a tejer.

9 / -¿Cómo harán de las arañas? ¿Qué instinto lejano las orienta cuando hacen sus telas? ¿Qué memoria ancestral las hace tejer como lo hacen? -se pregunta cuando los puntos de su labor se caen y el resultado son horrorosos agujeros.
Sus padres la interrumpen de continuo:
-¿Qué es lo que tanto te preocupa y pone en tu cara bonita esa expresión de mal humor? ¡Me extraña en ti!
-Madre, no me pidas que te revele mi secreto antes de estar segura de no haber inventado un mamarracho.
-Muy bien, pero ahora debes dejarlo; Tabeth tiene un hijo ardiendo de fiebre.
O:
-Laal vino a pedirte que alivies el dolor en las piernas de Okila...
O:
-Hay que traer unos leños...
-¡Ay! -dice cerrando los puños con fuerza y bajando los brazos.
“Demoraré una vida en concluir” piensa.
Pero obedece a Salma y Larne y guarda en su interior sus enojos.
Ambos la aman por su actitud y le dicen que son pruebas a su paciencia.
“¡Pues las estoy superando ampliamente!” vuelve a pensar.

10 / El invierno va quedando atrás.
Aunque persisten algunas nevadas, saben que la primavera se acerca por la tibieza de algunos días.
Esta mañana luminosa, Nahala se para en el centro del tocón y hace su saludo al Padre Sol.
Le pone delante su descubrimiento.
Baila dando giros y acaricia su cara con el trozo de tejido.
En ese momento sale Laal y no puede contener las carcajadas.
-¿Te has vuelto loca, Nahala?
-¡Sí! ¡De alegría!
-¡Vengan! ¡Vengan a ver a nuestra brujita! ¡Está haciendo el más asombroso de los ritos! -grita.
Uno a uno se aproximan y la miran en el colmo del estupor.
Y ella muestra, triunfante, esa tela desconocida.


11/ Las damas no pueden dejar de admirarla y palparla, reunidas en la cabaña de Larne. Las voces son como el zumbido de una colmena y los hombres se retiran azorados porque no pueden soportar la charla de las mujeres.
Las preguntas no tienen fin:
-¿Quién te enseñó?
-¿Cuándo?
-¿Dónde?
-¡Calma, señoras! ¡Permítanme explicarles! El tema es un poco complicado, pero estoy segura que lo entenderán pronto y no dudo que tendrán mejores ideas con las que perfeccionar mi modesta invención.
Así, tarde a tarde, van a lo de Salma.
Larne corre a pedir asilo en lo de Laal y los demás varones también van allí porque les gusta sostener diálogos rodeados de sosiego, hablar de la siembra y resolver los problemas de la comunidad.
Okila está curada y se marcha a lo de Nahala para aprender a tejer y así poder hacer para su hijo, prendas de todo tipo.



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