Onetti hablaba siempre con nostalgia de las épocas en que coincidieron con Cortázar en Buenos Aires, allá por los años cincuenta. También hablaba con renovada admiración de los cuentos del gigante con cara de chiquilín, y sobre todo de un lluvioso episodio de Rayuela que lo maravillaba interminablemente: la pobre Berthe Trépat.
En un rincón del baño del apartamento de Gonzalo Ramírez, además, quedó a la vista el famoso botiquín que el Viejo rompió de un piñazo mientras leía El perseguidor (Charlie brother: se trata de Bee, rezaban grandes letras rojas en el espacio donde ya no había espejo).
Debe ser un gran cuento, me dijo el Viejo un día: Aunque yo nunca lo pude terminar de leer. Hablando de Cortázar, parece que se enojó de veras, porque no me escribió más. Después hizo la pausa.
Yo relojeaba el cuadro del pescadito rojo, el retrato de Faulkner y los versos tachuelados en el tosco lambriz (hacia la fuente de noche y de olvido, Francisca Sánchez, acompañamé) que custodiaban la cama de Onetti, y sabía que pasado ese tiempo se debía preguntar.
¿Qué pasó?
Nada, mijo, nada. ¿Querés un Benson & Hedges? No sabés lo que te perdés, dijo el Viejo prendiendo el superlong de moda con la novelería de un liceal: Cuando salió Rayuela le mandé una carta diciéndole que la había leído de tres maneras: como lector macho, como lector hembra y según el orden de la quiniela de Montevideo. Le dije que me había gustado más de la última manera, me parece. Pero fue un chiste, che. No sé por qué se ofenden.
Pocos años después, frente a la puerta de Julio Cortázar, este cronista recordaría aquella mañana mágica en que su amigo Gabriel Barnes lo llevó a conocer al Viejo.
Yo había estado golpeando y tocando el timbre inútilmente durante meses en el apartamento que clausuraba la escalera de caracol del edificio número 9, rue de l’Éperon. Hasta que un lluvioso atardecer de domingo (con la implacable muerte vallejiana trancada en el buche) escuché desde la calle una música coral, y supe que Cortázar estaba. Toqué un timbrazo tímido pero me dio vergüenza interrumpir la música. Así que bajé a hacer tiempo a un boliche y al volver hundí el timbre con impune ansiedad en el apartamento silencioso.
Buenas tardes, le dije a la estampa de Portos que me abrió sin caber demasiado en la puerta. No pude agregar nada.
¿Y usted quién es?, me enanizó Cortázar con una gran mirada amarilla.
Vengo de parte de Onetti, inventé. Y tuvo que resignarse a hacerme pasar y me ofreció un ron venezolano que acababan de regalarle y le conté lo elemental de mi vidurria parisina y a él se le acuó un desinterés asqueado de los moscones y desembuché:
Lo que me pasa es que estoy medio muerto y lo único que tengo son mis poemas y si no me los lee alguien como usted reviento. Porque la verdad es que a esta altura ya no sé ni quién soy.
Bueno, puso cara de maestro de escuela muy joven el Gran Cronopio: Yo vivo viajando y el tema de la militancia antifascista ya no me deja ni escribir. Pero si usted se siente así póngame los poemas en el buzón y déjeme un teléfono, que los voy a leer con mucho gusto.
Y antes de irme me regaló un ejemplar del recién publicado Octaedro y me pasé un día encerrado leyéndolo y se lo analicé en una carta elefantiásica y terminé encajándole como ochenta poemas en el buzón.
Y una tarde en la que me sentía más acorralado que Gregory Peck en Sólo los valientes sonó el teléfono y cuando el Gran Cronopio me preguntó dónde andaba porque me había estado llamando varios días casi me voy de culo.
La última vez que nos vimos tuve que desmentirme, porque el hombre gigante también me regaló dulcemente su tiempo, en un París donde la vida acababa de matarme la inocencia a palazos. Así que cuando me mandó un abrazo para Onetti, le confesé que en realidad yo andaba peleado con el Viejo desde unos cuantos meses antes de escaparme a París.
(Era un estar peleado unilateralmente, claro. El Viejo me había herido con un veredicto no literario que yo mismo pedí, y él fue cruel y sincero.)
Bueno, dijo Cortázar, con humildad legítima: Pero si llega a verlo no se olvide de mandarle un abrazo de parte mía. Los grandes como Onetti tienen sus derechos. Y nosotros tenemos que entenderlos.
En un rincón del baño del apartamento de Gonzalo Ramírez, además, quedó a la vista el famoso botiquín que el Viejo rompió de un piñazo mientras leía El perseguidor (Charlie brother: se trata de Bee, rezaban grandes letras rojas en el espacio donde ya no había espejo).
Debe ser un gran cuento, me dijo el Viejo un día: Aunque yo nunca lo pude terminar de leer. Hablando de Cortázar, parece que se enojó de veras, porque no me escribió más. Después hizo la pausa.
Yo relojeaba el cuadro del pescadito rojo, el retrato de Faulkner y los versos tachuelados en el tosco lambriz (hacia la fuente de noche y de olvido, Francisca Sánchez, acompañamé) que custodiaban la cama de Onetti, y sabía que pasado ese tiempo se debía preguntar.
¿Qué pasó?
Nada, mijo, nada. ¿Querés un Benson & Hedges? No sabés lo que te perdés, dijo el Viejo prendiendo el superlong de moda con la novelería de un liceal: Cuando salió Rayuela le mandé una carta diciéndole que la había leído de tres maneras: como lector macho, como lector hembra y según el orden de la quiniela de Montevideo. Le dije que me había gustado más de la última manera, me parece. Pero fue un chiste, che. No sé por qué se ofenden.
Pocos años después, frente a la puerta de Julio Cortázar, este cronista recordaría aquella mañana mágica en que su amigo Gabriel Barnes lo llevó a conocer al Viejo.
Yo había estado golpeando y tocando el timbre inútilmente durante meses en el apartamento que clausuraba la escalera de caracol del edificio número 9, rue de l’Éperon. Hasta que un lluvioso atardecer de domingo (con la implacable muerte vallejiana trancada en el buche) escuché desde la calle una música coral, y supe que Cortázar estaba. Toqué un timbrazo tímido pero me dio vergüenza interrumpir la música. Así que bajé a hacer tiempo a un boliche y al volver hundí el timbre con impune ansiedad en el apartamento silencioso.
Buenas tardes, le dije a la estampa de Portos que me abrió sin caber demasiado en la puerta. No pude agregar nada.
¿Y usted quién es?, me enanizó Cortázar con una gran mirada amarilla.
Vengo de parte de Onetti, inventé. Y tuvo que resignarse a hacerme pasar y me ofreció un ron venezolano que acababan de regalarle y le conté lo elemental de mi vidurria parisina y a él se le acuó un desinterés asqueado de los moscones y desembuché:
Lo que me pasa es que estoy medio muerto y lo único que tengo son mis poemas y si no me los lee alguien como usted reviento. Porque la verdad es que a esta altura ya no sé ni quién soy.
Bueno, puso cara de maestro de escuela muy joven el Gran Cronopio: Yo vivo viajando y el tema de la militancia antifascista ya no me deja ni escribir. Pero si usted se siente así póngame los poemas en el buzón y déjeme un teléfono, que los voy a leer con mucho gusto.
Y antes de irme me regaló un ejemplar del recién publicado Octaedro y me pasé un día encerrado leyéndolo y se lo analicé en una carta elefantiásica y terminé encajándole como ochenta poemas en el buzón.
Y una tarde en la que me sentía más acorralado que Gregory Peck en Sólo los valientes sonó el teléfono y cuando el Gran Cronopio me preguntó dónde andaba porque me había estado llamando varios días casi me voy de culo.
La última vez que nos vimos tuve que desmentirme, porque el hombre gigante también me regaló dulcemente su tiempo, en un París donde la vida acababa de matarme la inocencia a palazos. Así que cuando me mandó un abrazo para Onetti, le confesé que en realidad yo andaba peleado con el Viejo desde unos cuantos meses antes de escaparme a París.
(Era un estar peleado unilateralmente, claro. El Viejo me había herido con un veredicto no literario que yo mismo pedí, y él fue cruel y sincero.)
Bueno, dijo Cortázar, con humildad legítima: Pero si llega a verlo no se olvide de mandarle un abrazo de parte mía. Los grandes como Onetti tienen sus derechos. Y nosotros tenemos que entenderlos.
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Nota:
VER ENTREVISTA televisiva del periodista de TVE Joaquín Soler Serrano a Juan Carlos Onetti - CLICK AQUÍ
VER ENREVISTA televisiva del periodista de TVE Joaquín Soler Serrano a JULIO CORTAZAR - CLICK AQUÍ
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