viernes

ARTIGAS [DOS: LA PURIFICACIÓN]



Cuando estaba en quinto año de escuela le pedí a la maestra para recitar mi propio poema sobre Artigas en una fiesta patria y a Ángela Vigorito le pareció muy bien. Ella nació para respetar las intuiciones de los niños. Y yo siempre supe que en las entretelas de aquel héroe hervía una patria alta y prácticamente secreta y con el tiempo se me transformó en un tesoro dificilísimo de buscar y descifrar, porque en realidad ya lo había encontrado cuando mi viejo me leía el sermón de la montaña en el tallercito de Punta Gorda.

La cultura oficial uruguaya, en cambio, me lo escondió sistemáticamente con la violencia simbólica de su laicismo positivista. Y ese chaleco te lo sacás solo o perdiste. Artigas les ordenaba ser libres a los jefes de las provincias. Quiere decir: pensar y elegir. Lo demás es servidumbre.

El quijotismo utopista del imperio español no logró cosmizar con vuelo lo que seguimos llamando el caos americano. Pero los jesuitas, después olímpicamente barridos por el despotismo ilustrado que manipulaba a la misma Roma, supieron empastar lo gótico y lo ctónico, el ser sagrado latente tanto en el supuesto civilizador como en los indios y los esclavos con sed de divinidad, para obtener el símbolo unificador, per crucen ad rosam, del Aurum Philosophorum. Nuestra alquimizada estrella dorada y esencialmente mestiza. Pero teísta y no deísta.

En el estadio arcaico, señala Jung, la experiencia numinosa del proceso de individuación atañe al chamán y al hechicero, más tarde, al médico, al profeta y al sacerdote, y en el estadio civilizado, finalmente, a la filosofía y a la religión. Las vivencias de enfermedad, tortura, muerte y curación propias del chamán entrañan en un estadio superior las ideas del sacrificio, del restablecimiento total, de la transustanciación y de la elevación que culmina en el hombre peumático o, dicho en una palabra, la idea de apoteosis.

Y Artigas, que tuvo una formación franciscana de impronta universitaria jesuítica y un adiestramiento salvaje in situ, captó visionariamente esta potencialidad integrada y vertebradora y ya al entrar a los Blandengues empezó a defender el territorio del futuro Axis Mundi purificado y redimido y crístico, en un sentido evolutivo, que planificaría y organizaría desde su aislamiento rabioso en Arerunguá, cuando entendió que con los jefes porteños no se podía ir ni a misa.

Los “conquistadores” españoles y portugueses tomaban posesión, en nombre de Jesucristo, ironiza Mircea Eliade, de las islas y de los continentes que descubrían y conquistaban. La instalación de la Cruz equivalía a una “justificación” y a la “consagración” de la religión, a un nuevo “nacimiento”, repitiendo así el bautismo (acto de creación).

Pero Artigas ya había sido suficientemente humillado por los múltiples lenguajes encubridores de los egos monárquicos y masónicos y napoleónicos y tuvo que inventar una toldería de cuero para instalar la sede directriz de una Liga Federal verdaderamente libre.

Hubo que refundar. ¿Cuántos casos se conocen como el de Purificación? Allí todo fue sagrado pero de verdad. Y al servicio de la conjunción milenaria de lo cultural multiétnico.

Hay dos maneras, entonces, de ser artiguista. La primera es ejemplarizar al Protector asumiendo que fue un jefe absolutamente impar en la modernidad, republicano, antimperialista, católico y profético, capaz de matrizar una comunidad destinada a la consumación de un arquetipo celeste.

La segunda es manipularlo como un referente mítico que podemos resignificar desde cualquier óptica deformante y maquiavélica, siempre que la invocación papagayeante, fática, contribuya a que el paisito y la culturita sobrevivan, nada más. Y para esta última opción, lamentablemente, sigue sobrando quórum.

Y ojo que lo del arquetipo celeste es una denominación aplicada al remoto horizonte de la espiritualidad arcaica que propone modelos hacia la perennidad del ser, más allá de que coincida con la emblemática camiseta uruguaya. Una dulce coincidencia.

Una de las más imborrables canciones de Silvio Rodríguez (click aquí para ver video) termina clarinando: Mi amor, / el más enamorado / es del más olvidado / en su antiguo dolor / mi amor / abre pecho a la muerte / y despeña su suerte / por un tiempo mejor / mi amor / este amor aguerrido / es un sol encendido / por quien merece amor.

Y esta proclama define casi insuperablemente a José Gervasio Artigas. Lástima que la palabra amor le parezca tan inoperante a la clase política.



___________________



Diseño sobre la escultura al General José Artigas de José Luis Zorrilla de San Martín. (1891-1975).





(click en la imagen para volver)






No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+