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TRES: LOS VENTARRONES



El 15 de octubre de 1917 Uruguay ganó la primera Copa América organizada por la flamante Confederación Sudamericana de Football en Montevideo, y el 10 de junio de 1924 en Colombes y el 14 de junio en Amsterdam conquistó invicto los dos primeros Juegos Olímpicos.

La primera vez desembarcaron el 7 de abril en Vigo, recorrieron España dirigidos por el arquero Mazzali -jugando prácticamente por el alojamiento y la comida- y al llegar a París abandonaron enseguida la Villa Olímpica y se concentraron en un pequeño castillo alquilado en Argenteuil.
Los voyeurs se asombraban de las asombrosas exhibiciones de manejo y traslado de pelota de aquellos verdaderos atletas orfebres, y el que se robaba la atención femenina era el half derecho negro, José Leandro Andrade.

Voilà. Eso es lo que se llama la platería criolla. José Lezama Lima, en La expresión americana, señala magistralmente: Después de la fatiga verbal que se observa ya en la época de Felipe IV, tiene que acudir el encantamiento de la voz que se alza corpulenta como la noche que absorbe el ombú de los cielazos y los cielitos (independentistas) de la Banda Oriental. (…) Porque en el señorío barroco americano el estoicismo quevediano y el destello gongorino tienen soterramiento popular. Engendrando un criollo de excelente resistencia para lo ético y una punta fina para el habla y la distinción de donde viene la independencia. La libertad del Nuevo Mundo sigue siendo una profecía, una divinidad para el futuro.

Manuel Espínola Gómez siempre distinguía, además, dos matices complementarios dentro de esa particularísima gracia de firuleteo rioplatense: ¿Pero vos te fijaste? Es como si los argentinos hubiesen recogido ese don del arabesco en el tango y nosotros en la moña futbolística.

Y cuando Francia propuso la realización de un Campeonato Mundial de Football para 1930 (click aquí para ver video), Uruguay se postuló como organizador en el Congreso de la FIFA, supeditándose la propuesta a una resolución de su gobierno que acelerara la construcción de un estadio apropiado.

Finalmente, en la fiesta inaugural del 18 de julio de 1930, el Dr. Raúl Jude, Presidente de la Asociación Uruguaya de Football, anunció en su discurso: Señores, en nombre de la Asociación y de la Comisión Administradora del Field Oficial, declaro inaugurado en esta fecha el Stadium Centenario, síntesis armoniosa del ideal creador y patriótico de un Pueblo que marcha con la frente al sol por el recto camino de su destino histórico.

Y nadie podrá negar que en este caso se trataba de una retórica repleta de ventarrónica luminosidad.

La final fue bravísima, y hubo que repecharla con orfebrería y garra. A mí me faltaban 18 años para nacer, pero siento que vi a mi abuelo, un capataz de obra batllista que parecía esculpido en una blindada nobleza de porlan, con las venas hinchadas por un orgullo ronco. Yo pensaba que se le iban a salir, me contaba siempre mi madre, que tenía 7 años.

Había un pueblo llorando de felicidad.

Y cuentan que después del pitazo de Langenus y la vuelta triunfal y el saludo a la torre de los homenajes y la entrada de las damas floralizadas y embanderadas apenas pudo escucharse el himno nacional porque las bocinas y las sirenas de los barcos y de los diarios y de las fábricas y el coro de los Patos Cabreros enloquecieron aquella suave patria que terminó humeando entre los reflectores de la fuente construida en adhesión al Centenario.

¿Cómo olvidar la simetría con la tajante declaratoria dirigido por los Jefes del Ejército Oriental al Cabildo de Buenos Aires el 27 de agosto de 1812?

La obediencia de Artigas al gobierno de Buenos Aires tenía los días contados, sintetiza el episodio Ana Ribeiro: su gente había comenzado a exigirle la ruptura. (…) De esa efervescencia popular emana un documento que, como pocos, encierra a la vez definiciones políticas muy claras y un hondo sentido poético: obligados por el armisticio firmado por Buenos Aires con Montevideo (que jamás aprobaron), “quedó roto el lazo (nunca expreso) que ligó á el ntra obediencia”, entonces “celebramos el acto solemne, sacrosanto siempre de una constitución social, erigiendonos una cabeza en la persona de nuestro dignísimo Conciudadano d.n José Artigas para el orden militar de que necesitabamos”. Orden militar para la defensa de esa constitución social, porque “El pueblo oriental es este”.


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