UNo: EL BEL VEDERE
El periódico local que aparecía en el barrio Belvedere -fundado a fines del 800 en la cumbre de la cuchilla Juan Fernández, entre Nuevo París y Villa Victoria por Don Francisco Piria en lo que antes fue su residencia veraniega- se llamaba Artigas.
Orestes Araújo, en su Diccionario Geográfico del Uruguay (Montevideo, 1900), describe así la colina: Tiene 4 hectáreas de superficie. Su nombre lo debe a la vista fantástica que desde allí se contempla. Situado como está en la cumbre de una cuchilla, se domina toda la ciudad, el puerto, la bahía y los alrededores hasta la Unión y Las Piedras, produciendo ese panorama a los sentidos el efecto más grandioso que se puede imaginar. Belvedere es voz italiana, derivada de bello, “hermoso” y vedere, “ver”.
Y Atilio Garrido detalla en 100 Años de Gloria: El 10 de abril de 1910, en el Parque Central, River Plate de Montevideo le ganó a Alumni 2 a 1 luciendo camiseta celeste por similitud de la suya con la del club argentino. Al llegar la sexta edición de la Copa Lipton, los argentinos plantearon, amistosamente, la posibilidad de que Uruguay abandonara el color albiceleste de su camiseta a rayas que había utilizado en algunos encuentros, debido a que esa indumentaria había sido adoptada oficialmente por la “Argentine Association Football League”. El delegado de Montevideo Wanderers, Ricardo Le Bas, propuso que en homenaje a la invencibilidad de River Plate ante Alumni… la selección adoptara el color celeste para su enseña”, iniciativa que apoyada por el Presidente de la League, Héctor R. Gómez, fue aprobada por unanimidad.
En 100 Años de Fútbol. Uruguayos y Argentinos, Eduardo Gutiérrez Cortinas especifica que el debut de los orientales con la camiseta celeste se produce el 15 de agosto de 1910 en Belvedere, field que todavía le arrendaba Wanderers a la compañía de tranvías La Transatlántica.
Y en esa sexta edición de la Copa Lipton Uruguay le gana 3 a 1 a la Argentina. Los celestes estuvieron integrados por C. Saporiti, J. Benincasa y J. C. Bertone; J. G. Pacheco, O. Sanz y J. Pena; V. Módena, P. Dacal, J. Piendibene, C. Scarone y P. Zibechi. Los albicelestes formaron con C. T. Wilson; J. C. Brown y J. D. Brown; E. A. Brown, A. Ginocchio y H. M. Grant; E. Fernández, M. Susan, H. Hayes, A. P. Watson Hutton y J. Viale. Los goles fueron convertidos por Dacal, Zibechi y Scarone para Uruguay, y por Hayes para Argentina.
Resumiendo: un bel vedere histórico para el fútbol de un país de poquísimos habitantes, en comparación con sus gigantescos vecinos, que entre 1924 y 1950 ganó dos Campeonatos Olímpicos y dos Mundiales.
Y una comunidad destinada a la consumación de un arquetipo celeste, además, como denominaba Mircea Eliade a los rebautismos o conquistas de nuevos nacimientos en el nombre del vuelo cósmico.
Una noche de junio de 1930, mientras se terminaba de construir el Estadio conmemorativo de nuestro Centenario en lo que fue el “Campo Chivero”, el joven arquitecto Juan Scasso, mientras le mostraba a la prensa las obras casi terminadas del futuro monumento histórico del fútbol planetario haciéndose seguir por un peón que lo agigantaba con un farol, comentó: Mire, en la línea interior de este estadio cabría el Coliseo de Roma.
Y el 30 de abril de ese mismo año, Joaquín Torres García, que a los 17 años había convencido a su padre de radicarse en Europa porque acá le iba a ser imposible formarse como pintor, fundaba el grupo Cercle et Carré junto a Michel Seuphor, Piet Mondrian, Hans Arp y Pere Daura. La muestra de los contestatarios al automatismo psíquico surrealista que proponían la creación de un orden prospectivo de lo particular a lo general, de lo sensible a lo ideal y de lo diverso a lo uno, contó también con la participación de Léger, Ozenfant, Le Corbusier y Kandinsky, entre otros.
Cuatro años antes, había aparecido también en París la segunda edición europea de Arte, estética, ideal de nuestro pensador, filósofo y pintor Pedro Figari, anteriormente prologada por Henri Delacroix y ahora con el extraordinario espaldarazo crítico del epígono bergsoniano Desiré Roustan.
Y es segurísimo que todos nuestros Capitanes del Vuelo nacieron con la visión enamorada y revolucionaria que desveló a José Gervasio Artigas en Arerunguá.
Quién sabe por qué razón / Me anda buscando ese nombre, grabó sobre la piedra de una de sus mayores milongas Jorge Luis Borges: Me gustaría saber / Cómo habrá sido aquel hombre.
Orestes Araújo, en su Diccionario Geográfico del Uruguay (Montevideo, 1900), describe así la colina: Tiene 4 hectáreas de superficie. Su nombre lo debe a la vista fantástica que desde allí se contempla. Situado como está en la cumbre de una cuchilla, se domina toda la ciudad, el puerto, la bahía y los alrededores hasta la Unión y Las Piedras, produciendo ese panorama a los sentidos el efecto más grandioso que se puede imaginar. Belvedere es voz italiana, derivada de bello, “hermoso” y vedere, “ver”.
Y Atilio Garrido detalla en 100 Años de Gloria: El 10 de abril de 1910, en el Parque Central, River Plate de Montevideo le ganó a Alumni 2 a 1 luciendo camiseta celeste por similitud de la suya con la del club argentino. Al llegar la sexta edición de la Copa Lipton, los argentinos plantearon, amistosamente, la posibilidad de que Uruguay abandonara el color albiceleste de su camiseta a rayas que había utilizado en algunos encuentros, debido a que esa indumentaria había sido adoptada oficialmente por la “Argentine Association Football League”. El delegado de Montevideo Wanderers, Ricardo Le Bas, propuso que en homenaje a la invencibilidad de River Plate ante Alumni… la selección adoptara el color celeste para su enseña”, iniciativa que apoyada por el Presidente de la League, Héctor R. Gómez, fue aprobada por unanimidad.
En 100 Años de Fútbol. Uruguayos y Argentinos, Eduardo Gutiérrez Cortinas especifica que el debut de los orientales con la camiseta celeste se produce el 15 de agosto de 1910 en Belvedere, field que todavía le arrendaba Wanderers a la compañía de tranvías La Transatlántica.
Y en esa sexta edición de la Copa Lipton Uruguay le gana 3 a 1 a la Argentina. Los celestes estuvieron integrados por C. Saporiti, J. Benincasa y J. C. Bertone; J. G. Pacheco, O. Sanz y J. Pena; V. Módena, P. Dacal, J. Piendibene, C. Scarone y P. Zibechi. Los albicelestes formaron con C. T. Wilson; J. C. Brown y J. D. Brown; E. A. Brown, A. Ginocchio y H. M. Grant; E. Fernández, M. Susan, H. Hayes, A. P. Watson Hutton y J. Viale. Los goles fueron convertidos por Dacal, Zibechi y Scarone para Uruguay, y por Hayes para Argentina.
Resumiendo: un bel vedere histórico para el fútbol de un país de poquísimos habitantes, en comparación con sus gigantescos vecinos, que entre 1924 y 1950 ganó dos Campeonatos Olímpicos y dos Mundiales.
Y una comunidad destinada a la consumación de un arquetipo celeste, además, como denominaba Mircea Eliade a los rebautismos o conquistas de nuevos nacimientos en el nombre del vuelo cósmico.
Una noche de junio de 1930, mientras se terminaba de construir el Estadio conmemorativo de nuestro Centenario en lo que fue el “Campo Chivero”, el joven arquitecto Juan Scasso, mientras le mostraba a la prensa las obras casi terminadas del futuro monumento histórico del fútbol planetario haciéndose seguir por un peón que lo agigantaba con un farol, comentó: Mire, en la línea interior de este estadio cabría el Coliseo de Roma.
Y el 30 de abril de ese mismo año, Joaquín Torres García, que a los 17 años había convencido a su padre de radicarse en Europa porque acá le iba a ser imposible formarse como pintor, fundaba el grupo Cercle et Carré junto a Michel Seuphor, Piet Mondrian, Hans Arp y Pere Daura. La muestra de los contestatarios al automatismo psíquico surrealista que proponían la creación de un orden prospectivo de lo particular a lo general, de lo sensible a lo ideal y de lo diverso a lo uno, contó también con la participación de Léger, Ozenfant, Le Corbusier y Kandinsky, entre otros.
Cuatro años antes, había aparecido también en París la segunda edición europea de Arte, estética, ideal de nuestro pensador, filósofo y pintor Pedro Figari, anteriormente prologada por Henri Delacroix y ahora con el extraordinario espaldarazo crítico del epígono bergsoniano Desiré Roustan.
Y es segurísimo que todos nuestros Capitanes del Vuelo nacieron con la visión enamorada y revolucionaria que desveló a José Gervasio Artigas en Arerunguá.
Quién sabe por qué razón / Me anda buscando ese nombre, grabó sobre la piedra de una de sus mayores milongas Jorge Luis Borges: Me gustaría saber / Cómo habrá sido aquel hombre.
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