lunes

UNO: PARA DEPREDARTE MEJOR


La terapeuta y cantadora Clarissa Pinkola Estés, autora de Mujeres que corren con los lobos, prologa su análisis del folklórico cuento Barba Azul con una generalización teórica que nos parece inmejorable para asomarnos a ese edén enchastrado de sangre grandiosa que fue la vida de Delmira Agustini:

En un solo ser humano hay muchos otros seres, todos con sus propios valores, motivos y estratagemas. Ciertas tecnologías psicológicas aconsejan detener a estos seres, contarlos, darles un nombre y ponerles unos arneses hasta obligarlos a avanzar con paso cansino como esclavos vencidos. Pero hacer eso equivale a detener el baile de los destellos salvajes en los ojos de una mujer y es como detener su relámpago e impedirle despedir chispas. Nuestra tarea no es corromper su belleza natural sino construir para todos estos seres una campiña salvaje en la que los artistas que haya entre ellos puedan crear sus obras, los amantes puedan amar y los sanadores puedan sanar.

Pero ¿qué vamos a hacer con todo estos seres interiores que están locos y con los que siembran la destrucción sin darse cuenta? Hay que dejarles sitio incluso a ellos, pero un sitio en el que se les pueda vigilar. Uno de ellos en particular, el más falso y el más poderoso fugitivo de la psique, requiere nuestra inmediata atención y actuación, pues se trata del depredador natural.

Si bien la causa de una considerable parte de los sufrimientos humanos se puede atribuir a la negligencia, hay también en el interior de la psique un innato aspecto contra natura, una fuerza contraria a la naturaleza. El aspecto contra natura es contrario a lo positivo: es contrario al desarrollo, a la armonía y a lo salvaje. Es un sarcástico y asesino antagonista que llevamos dentro desde que nacemos y cuya misión, por muchos cuidados que nos presten nuestros padres, es la de tratar de convertir todas las encrucijadas en caminos cerrados.

Este poderoso depredador aparece una y otra vez en los sueños de las mujeres y estalla en el mismo centro de sus planes más espirituales y significativos. Aísla a la mujer de su naturaleza instintiva. Y, una vez cumplido su propósito, la deja insensibilizada y sin fuerzas para mejorar su vida, con las ideas y los sueños tirados a sus pies y privados de aliento.

En agosto de 1912, menos de dos años antes de ser asesinada por su futuro marido, Delmira Agustini le escribía a Rubén Darío:

Perdón si le molesto una vez más. Hoy le logrado un momento de calma en mi eterna exaltación dolorosa. Y estas son mis horas más tristes. En ellas llego a la consciencia de mi inconsciencia. Y no sé si su neurastenia ha alcanzado nunca el grado de la mía. Yo no sé si usted ha mirado alguna vez la locura cara a cara y ha luchado con ella en la soledad angustiosa de un espíritu hermético. No hay, no puede haber sensación más horrible. Y el ansia, el ansia inmensa de pedir socorro contra todo -contra el mismo Yo, sobre todo- a otro espíritu mártir del mismo martirio. Acaso su voluntad, necesariamente más fuerte que la mía, no le dejará comprender jamás el sufrimiento de mi debilidad en lucha con tanto horror. Y en tal caso, si viviera usted cien años, la vida debía resultarle corta para reír de mí -si es que Darío puede reír de nadie-. Pero si por alguna afinidad mórbida llega usted a percibir mi espíritu, mi verdadero espoirit, en el torbellino de mi locura, me tendría usted la más profunda, la más afectuosa compasión que pueda sentir jamás. Piense usted que ni aún me queda la esperanza de la muerte, porque la imagino llena de horribles vidas. Y el derecho del sueño se me ha negado caso desde el nacimiento. Y la primera vez que desborda mi locura es ante usted. ¿Por qué? Nadie debió resultar más imponente a mi timidez. ¿Cómo hacerle creer en ella a usted, que sólo conoce la valentía de mi inconsciencia? Tal vez porque la reconocí más esencia divina que a todos los humanos tratados hasta ahora. Y por lo tanto más inocencia. A veces me asusta mi osadía; y a veces ¿a qué negarlo?, me reprocho el desastre de mi orgullo. Me parece una bella estatua despedazada a sus pies. Sé que tal homenaje nada vale para usted, pero yo no puedo hacerlo más grande. A mediados de octubre pienso internar mi neurosis en un sanatorio, de donde, bien o mal, saldrá en noviembre o diciembre para casarme. He resuelto arrojarme al abismo medroso del casamiento. No sé: tal vez en el fondo me espera la felicidad. ¡La vida es tan rara! ¿Quiere usted escribirme una vez más, aunque sea la última, para decirme solamente que no me desprecia?

Rubén Darío volvió a escribirle recomendándole tranquilidad y es seguro que se haya emborrachado pensando:

Dios te ayude, Delmira.



(Click en la imagen para volver)




No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+