Rubén Darío sabía, sin embargo, que había una salvación sangrienta para la muchacha sobre la que había escrito en su ELOGIO de julio de 1912:
Y es la primera vez que en lengua castellana aparece un alma femenina en el orgullo de la verdad de su inocencia y de su amor, a no ser Santa Teresa en su exaltación divina.
El irredento puer aeternus nicaragüense también vivió, como Rimbaud y como Verlaine, dedicado a tallar fantasmales cabezas de Dios en las paredes de la caverna y le alivió relampagueantemente la miseria de amor a la tribu, por lo menos.
Pinkola Estés llama brujería frustrada a este don que el depredador impone a sus servidores, y termina sentenciando sin apelaciones:
En el mito y en el cuento vemos que la consecuencia de un ser de quebrantar, doblar o alterar el modus operandi de lo Inefable se castiga con una merma de sus facultades en el mundo del misterio y la magia -tal como les ocurre a los aprendices a quienes se les prohíbe practicar-, con el solitario exilio de la tierra de los dioses o con una pérdida similar de gracia y poder a través de la incapacidad, la mutilación o la muerte. (…) La hermana menor del cuento no sólo es ingenua en sus procesos mentales e ignora por completo la faceta asesina de su propia psique sino que, además, se deja seducir por los placeres del ego. ¿Por qué no? A todas nos gusta que todo sea maravilloso. Toda mujer desea montar en un caballo ricamente enjaezado y cabalgar a través de un bosque inmensamente verde y sensual. Todos los seres humanos aspiran a gozar del Paraíso aquí en la tierra. Lo malo es que el ego desea encontrarse a gusto, pero el ansia de lo paradisíaco combinada con la ingenuidad no nos permite alcanzar la satisfacción sino que nos convierte en alimento del depredador.
Carlos Vaz Ferreira, amigo y consejero de la familia, le escribió a la muchacha después de la publicación de El libro blanco, donde apenas asomaba la estratificación de lo que sería su monstruoso interior:
Usted no debería ser capaz, no precisamente de escribir, sino de entender su libro. Cómo ha llegado usted, sea a saber, sea a sentir, lo que ha puesto en ciertas páginas, es algo completamente inexplicable.
Mejor es no pensar en el alivio que debe haber sentido el egregio catedrático cuando su hermana, María Eugenia Vaz Ferreira -otra poeta de primerísimo nivel que compartió con Delmira Agustini la jaulita lobuna donde las exilió pintorescamente la mormoración tontovideana- escribió ENMUDECER:
Quien no sabe estar alegre / no tiene por qué cantar. / Si se derrotó a sí mismo / ¿qué enseñará?
A repicar las campanas / con bronces de funeral, / los enlutados clarines / a resonar.
Quien no sabe estar alegre / rime a sí mismo su mal. / Por eso enfundo mi flauta, / la del ambiguo cantar, / y quien me escucha, oiga sólo / mi paso en la soledad.
El 14 de agosto de 1913, después de un noviazgo de cinco años con Enrique Job Reyes, un noble negociante de ganado caballar, la ya célebre autora de Los cálices vacíos se casa en una destacadísima ceremonia provinciana: entre los testigos figuran el propio Carlos Vaz Ferreira y Juan Zorrilla de San Martín, que le recomienda al cura con un bondadismo más diplomático que florido que los casara prontito y bien, de modo que no pudieran descasarse jamás. Entre los invitados figuraban también el escritor argentino Manuel Ugarte, de quien la poeta se había enamorado hacía muy poco y a quien unos meses después le diría que él había sido el tormento de su noche de bodas y el francés André Giot de Badet, calificado perdonadoramente por la concurrencia como un simple affaire del espíritu.
La pareja pasa una brevísima luna de miel en un chalet de Los Pocitos, y antes de un mes y medio Delmira abandona al marido y vuelve a la casa de sus padres huyendo de tanta vulgaridad, y enseguida entabla demanda de divorcio alegando agravios graves. Un testigo certifica que Reyes la trataba de canalla y atorranta, como si no fuera su esposa.
El divorcio fue concedido el 5 de junio de 1914, aunque enseguida de la separación la pareja reinició citas secretas carnales y frecuentes, mientras la poeta mantenía una correspondencia amorosa con Manuel Ugarte.
Porque sobre el Espacio te diviso, / Puente de luz, perfume y melodía, / Comunicando infierno y paraíso. / -Con alma fúlgida y carne sombría…
Esta es la cabeza de Dios que la Nena de la familia Agustini Murtfelt pretende dedicarle a Eros en la portada de Los cálices vacíos. Pero en la tribu hipnotizada por la inscripción chorreante solamente sonríe el depredador.
Y es la primera vez que en lengua castellana aparece un alma femenina en el orgullo de la verdad de su inocencia y de su amor, a no ser Santa Teresa en su exaltación divina.
El irredento puer aeternus nicaragüense también vivió, como Rimbaud y como Verlaine, dedicado a tallar fantasmales cabezas de Dios en las paredes de la caverna y le alivió relampagueantemente la miseria de amor a la tribu, por lo menos.
Pinkola Estés llama brujería frustrada a este don que el depredador impone a sus servidores, y termina sentenciando sin apelaciones:
En el mito y en el cuento vemos que la consecuencia de un ser de quebrantar, doblar o alterar el modus operandi de lo Inefable se castiga con una merma de sus facultades en el mundo del misterio y la magia -tal como les ocurre a los aprendices a quienes se les prohíbe practicar-, con el solitario exilio de la tierra de los dioses o con una pérdida similar de gracia y poder a través de la incapacidad, la mutilación o la muerte. (…) La hermana menor del cuento no sólo es ingenua en sus procesos mentales e ignora por completo la faceta asesina de su propia psique sino que, además, se deja seducir por los placeres del ego. ¿Por qué no? A todas nos gusta que todo sea maravilloso. Toda mujer desea montar en un caballo ricamente enjaezado y cabalgar a través de un bosque inmensamente verde y sensual. Todos los seres humanos aspiran a gozar del Paraíso aquí en la tierra. Lo malo es que el ego desea encontrarse a gusto, pero el ansia de lo paradisíaco combinada con la ingenuidad no nos permite alcanzar la satisfacción sino que nos convierte en alimento del depredador.
Carlos Vaz Ferreira, amigo y consejero de la familia, le escribió a la muchacha después de la publicación de El libro blanco, donde apenas asomaba la estratificación de lo que sería su monstruoso interior:
Usted no debería ser capaz, no precisamente de escribir, sino de entender su libro. Cómo ha llegado usted, sea a saber, sea a sentir, lo que ha puesto en ciertas páginas, es algo completamente inexplicable.
Mejor es no pensar en el alivio que debe haber sentido el egregio catedrático cuando su hermana, María Eugenia Vaz Ferreira -otra poeta de primerísimo nivel que compartió con Delmira Agustini la jaulita lobuna donde las exilió pintorescamente la mormoración tontovideana- escribió ENMUDECER:
Quien no sabe estar alegre / no tiene por qué cantar. / Si se derrotó a sí mismo / ¿qué enseñará?
A repicar las campanas / con bronces de funeral, / los enlutados clarines / a resonar.
Quien no sabe estar alegre / rime a sí mismo su mal. / Por eso enfundo mi flauta, / la del ambiguo cantar, / y quien me escucha, oiga sólo / mi paso en la soledad.
El 14 de agosto de 1913, después de un noviazgo de cinco años con Enrique Job Reyes, un noble negociante de ganado caballar, la ya célebre autora de Los cálices vacíos se casa en una destacadísima ceremonia provinciana: entre los testigos figuran el propio Carlos Vaz Ferreira y Juan Zorrilla de San Martín, que le recomienda al cura con un bondadismo más diplomático que florido que los casara prontito y bien, de modo que no pudieran descasarse jamás. Entre los invitados figuraban también el escritor argentino Manuel Ugarte, de quien la poeta se había enamorado hacía muy poco y a quien unos meses después le diría que él había sido el tormento de su noche de bodas y el francés André Giot de Badet, calificado perdonadoramente por la concurrencia como un simple affaire del espíritu.
La pareja pasa una brevísima luna de miel en un chalet de Los Pocitos, y antes de un mes y medio Delmira abandona al marido y vuelve a la casa de sus padres huyendo de tanta vulgaridad, y enseguida entabla demanda de divorcio alegando agravios graves. Un testigo certifica que Reyes la trataba de canalla y atorranta, como si no fuera su esposa.
El divorcio fue concedido el 5 de junio de 1914, aunque enseguida de la separación la pareja reinició citas secretas carnales y frecuentes, mientras la poeta mantenía una correspondencia amorosa con Manuel Ugarte.
Porque sobre el Espacio te diviso, / Puente de luz, perfume y melodía, / Comunicando infierno y paraíso. / -Con alma fúlgida y carne sombría…
Esta es la cabeza de Dios que la Nena de la familia Agustini Murtfelt pretende dedicarle a Eros en la portada de Los cálices vacíos. Pero en la tribu hipnotizada por la inscripción chorreante solamente sonríe el depredador.
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