lunes

CUATRO: SARAJEVO


El 6 de julio de 1914, exactamente una semana después de que el archiduque Francisco Fernando, heredero del trono imperial de Austria y su esposa, la duquesa Sofía de Hohenberg, fueran asesinados en Sarajevo, la prensa uruguaya comentó así el uxoricidio y suicidio posterior que desorbitó deslenguadamente a la inercia tontovideana:

Ha sido un drama horrible y extraño. El trágico fin de los otrora esposos Reyes-Agustini (ambos de 27 años) abre una intrigación que tal vez no se cerrará nunca. Los dos se amaban, como lo atestigua un largo idilio, durante el cual Delmira Agustini, poetisa excelsa, vertió lo mejor de su amor en su poesía consagradora, y él, Reyes, depuso su espíritu de enamorado a los pies de su dueña. Era la pareja ideal. Nada faltó en su dicha. Amor, gloria, dinero: todo lo tenía. Luego vino el eclipse: ella por un lado, él por otro. ¿Es que los novios no sabían ser esposos? A pesar del divorcio el amor sobrevivió, más fuerte que antes. El idilio cambió de forma: los dos se amaron en la clandestinidad y el misterio. Allí, en la alcoba donde nadie más que ella era reina vivieron ese nuevo amor incomprensible y se incubó la tragedia. Los pobres muertos, jóvenes y dichosos, se han llevado consigo la explicación de ese desenlace enigmático, oscuro, novelesco.

En el epílogo de Psicología profunda y nueva ética, publicado por Erich Neumann en 1949, aparece analizada la palanca global de los dos derrumbamientos con una precisión brutalmente vigente:

La antigua ética exige la supresión y el sacrificio y, en principio, permite también la represión, es decir, no contempla la constitución de la psique, de la personalidad total, sino se ocupa sólo en la actitud ética de la conciencia como un sistema parcial de la personalidad. Ello favorece, en lo colectivo, una forma ilusionista de ética, que se refiere sólo al hacer de la conciencia y del Yo. Este ilusionismo es peligroso, porque en la coexistencia grupal y colectiva conduce a fenómenos negativos de compensación, en los cuales irrumpe el lado suprimido o reprimido de la Sombra: dentro de la vida de la comunidad, en la psicología de la víctima expiatoria; dentro de la coexistencia internacional, en las erupciones epidémicas de reacciones atávicas de masa: las guerras. La antigua ética no sólo se muestra insuficiente para resolver los urgentes problemas morales del hombre moderno, sino además lo pone en peligro por la tendencia a la escisión, consecuencia de su concepción dualista del mundo y los valores. La ética parcial es una ética individual porque no asume responsabilidad alguna por las reacciones inconscientes, del grupo y lo colectivo. La antigua ética es insuficiente porque precisamente la relación compensatoria entre la conciencia y lo inconsciente, que ella no considera, se ha mostrado como una de las causas principales de la crisis de la humanidad y constituye por ende el problema ético decisivo de nuestra época. (…) El doble y antagónico proceso de masificación e individuación en el hombre moderno, conduce a grandes diferencias de nivel ético y con ello a una acentuada tensión psíquica en el individuo y en lo colectivo, de tal manera que esta situación requiere, para resolverse, una nueva elaboración de la conciencia y una nueva ética.

Herrera y Reissig, ya agónico, eligió el trenzamiento urobórico con su Tiburona y tertulió una lucha de completud estrellada que la Tribu Nueva no va a dejar de contemplar, demore lo que demore en asumir el viaje al centro de sus recursos, para hablarlo con fe de Arerunguá.

El Hombre Oscuro de Delmira, en cambio, puede haberla hecho declamar un perfil wagneriano de Ugarte, su amante epistolar -Manos que vais enjoyadas / Del rubí de mi deseo, / La perla de mi tristeza, / Y el diamante de mi beso: / ¡Llevad a la fosa misma / Un pétalo de mi cuerpo!- en la misma almohada del cuarto de Andes 1206 donde acababa de ser montada por el rematador rural.

En el Diario espiritual de El rosario de Eros (click aquí para LEER), publicado después de su muerte, La Nena
ya había decidido el último diagnóstico:

Mi alma es un fangal; / Llanto puso el dolor y tierra puso el mal. / Hoy apenas recuerda que ha sido de cristal; / No sabe de sirenas, de rosas ni armonía; / Nunca engarza una gema en el oro del día… / Llanto y llanto el dolor, y tierra y tierra el mal!...
-Mi alma es un fangal;
¿Dónde encontrar el alma que en su entraña sombría / Prenda como una inmensa semilla de cristal?

Por lo menos es seguro que los dos balazos que usó el rematador para despenar a su yegua obligaron a Rubén Darío a persignarse frente a la fuente de noche y de olvido.




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