miércoles

CUATRO: LA LUCHA PROMETIDA

En 1909, año del nacimiento de Juan Carlos Onetti, Julio Herrera y Reissig completó su legendaria TERTULIA LUNÁTICA, una PSICOLOGACIÓN MORBO - PANTEÍSTA que inicia la serie titulada LA TORRE DE LAS ESFINGES.

Estas décimas de puro y duro amor-odio parecen dedicadas al numen de la la matria lautréamoniana, y se compenetran tanto con el anunciado desafío de la resignificación heroica de Tontovideo, que a partir de los años 60 nos da la sensación de estar viendo su réplica en el monumento de Eduardo Díaz Yepes que corona nuestra Punta Gorda.

Díaz Yepes nació en Madrid en 1910, se casó en 1934 con Olimpia Torres Piña en Montevideo y se radicó definitivamente en el Uruguay en 1947.

En 2001 publiqué LA HEROICIDAD URUGUAYA diálogo con Demian Díaz Torres, un libro-reportaje donde el terapeuta junguiano desarrolla un análisis hermenéutico que le calza tan bien a la TERTULIA LUNÁTICA herreriana que decidimos tomografiar al poema desde allí.

¿Cómo nace el monumento de la Plaza Virgilio?

Bueno, mi padre al monumento lo llamaba simplemente La lucha y yo prefiero llamarlo La lucha por la individuación. El hecho histórico que le dio origen sucedió fue la llamada tragedia del banco inglés, y se trata de un contexto perfecto para el desarrollo de un mito, que es lo que cada pueblo necesita: actos heroicos que denoten valor y espíritu de lucha y coraje, con los que se va tejiendo una visión simbólica de nuestra historia y una identidad comunitaria. Lo primero que notará el espectador que se aproxima caminando por la plaza es una forma circular llena de contorsiones y una estrella en la parte alta. Todo esto recortado sobre el mar y el cielo, que son parte del simbolismo de la obra. Y a medida que se acerca captará que el gran círculo está formado por un hombre (a la izquierda) y un elemento en realidad desconocido pero que podemos imaginar como una especie de ola-monstruo marino. Lo cierto es que todos intuimos, más allá de las interpretaciones personales, que se trata de algo que pertenece al mundo de la naturaleza. Y yo la llamo simplemente el origen del hombre. Porque si observamos bien la base de la escultura veremos que el hombre que está unido a este elemento no tiene piernas ni pies. Él simplemente nace.

Lo que nos ofrece un primer significado de mundo en gestación.

A este mundo en gestación yo prefiero llamarlo el círculo urobórico, donde el principio y el fin se conectan circularmente. La mórula embrionaria. Pero enseguida notaremos que este hombre está luchando a brazo partido y con uno de sus puños sobresaliendo y penetrando en el espacio, mientras el otro brazo se aferra marcantemente a la ola para empujar y separar: es decir, que aquí se trata de discriminarse de la naturaleza primigenia, lo que en otro plano de valoración representaría al ego discriminándose del inconsciente. Aparece entonces la polaridad y el mismísimo drama de la individuación, con el hombre en crecimiento. El ojo es como un sol, que representa sin duda la conciencia incipiente.

Pero el elemento natural también parece tener facciones.

Yo diría que es una curvatura de gran expresividad y vitalidad y llena de huellas uterinas, de esa memoria que se supone que es el origen de los arquetipos y la base de estructuración de la psique.

Hacia la estrella de cinco puntas.

Que es el número del espíritu, así como el cuatro lo es de la materia. La estrella nace de la lucha entre las dos fuerzas y su hueco central ya no es el círculo urobórico sino el del sí-mismo. Tiene un reborde que se abre como una flor o un sol, y esta especie de indicador espiritual se conecta a través de una punta-eje con las polaridades del símbolo que ahora ya podemos identificar claramente con el inconsciente y el ego.

Se trataría de un sí-mismo que corona la lucha.

Sí. Nuestros viciosos esquemas históricos seguramente lo colocarían abajo pero aquí está arriba.

Algo así como la famosa América del Sur invertida de tu abuelo.

Algo así. Y el mar tan cercano dramatiza la situación y nos recuerda que si no luchamos por ascender podemos ser tomados por el agua del inconsciente, ser presa de su fuerza destructiva y actuar el mal. No se trata en absoluto de matar a la naturaleza sino de comprender y asumir el papel que nos corresponde jugar dentro de ella para completarnos y completarla. Como en todo mito del héroe, entonces, aquí hay muerte y resurrección. Por lo que el monumento implica a la vez un recordatorio, un estímulo y una promesa: la recuperación consciente del paraíso original.



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