por Ivana Romero
“Hasta que amaine”. Esa fue la frase que una jovencísima Cristina Peri Rossi usó en 1972 cuando el secretario de redacción
del semanario Marcha, donde trabajaba, le preguntó hasta cuándo se
quedaría en Barcelona. Pero el exilio se prolongaría durante toda una vida.
Peri Rossi había entrado como colaboradora al semanario dos años antes, tras
obtener el premio de Marcha por su novela El libro de
mis primos. “Era una novela lírica y política (sigo pensando que
todo es político, hasta no serlo) de mucha difusión en Uruguay, pero yo
creía que nula en el extranjero: al fin y al cabo, éramos solo un pequeño país
culto y civilizado, pero en el culo del mundo”, escribiría mucho
tiempo después.
Es que la novela le traería otra satisfacción aún mayor: una carta
de Julio Cortázar donde se declaraba admirador de
su escritura después de leer El libro de mis primos en un
ejemplar llegado en barco por azar a París. Ese fue el inicio de un vínculo
entrañable –hecho de un amor raro, pasional de a ratos, sublimado casi siempre–
que la flamante premio Cervantes mantendría con el autor
de Rayuela hasta la muerte de él, en 1984, e incluso bastante
después.
Así lo atestigua en una memoir breve y encantadora: Julio
Cortázar y Cris, publicado originalmente en Montevideo por Estuario
editora, en 2014. “No he vuelto a París, como tú no has podido volver a
Barcelona. Pero te cuento que nuestro restaurante favorito (el Amaya) sigue en
las Ramblas, la Fundación Miró continúa con su olivo central y estoy segura,
completamente segura, de que te fascinarían La vie de Adèle (me
dirías: '¿por qué no escribiste vos el guión?') y La venus de las
pieles, de Polanski”, le dice a su amigo en una carta incluida en el libro,
escrita poco antes de su publicación.
Esa amistad estuvo hecha de cartas y complicidades. Los
dos amaban la música en general y a Joan Báez en particular,
los museos de arte, las ciencias ocultas (las llamaban “disciplinas oscuras”),
la poesía y compartían una extraña fascinación por los dinosaurios mucho antes
que Spielberg filmara Jurassic
Park.
“Estuvieras donde estuvieras (porque viajabas muy a menudo: huías
de París, a veces, a lugares remotos, no solo a Cuba o a Nicaragua),
siempre encontrabas algún libro sobre dinosaurios para enviarme, o una postal
del Monstruo del lago Ness, o una maqueta”, escribe ella.
La diferencia de estatura (ella tan menuda; él un gigante de casi dos
metros) y la de edad (ella en sus treinta y él casi en sus sesenta) eran parte
de una liturgia íntima y profana que usaban, claro, para reírse una vez más
hasta de ciertos artículos de prensa que aseguraban que ella era su
novia.
Peri Rossi es lesbiana y una de las singularidades de su obra
poética es haberle dedicado versos sensualísimos a mujeres mucho antes de que
el feminismo abriera esa puerta, como lo testimonian sus poemas
reunidos en Detente instante, eres tan bello, publicados este año
por la editorial cordobesa Caballo negro. Sin embargo, el vínculo entre ellos
tenía su cuota de complicidad romántica por fuera de toda norma.
La primera carta
La primera carta llegó a Marcha y de allí fue reenviada
a Barcelona cuando Cristina llevaba un año viviendo ahí. Cortázar le
contaba que su librero español en Francia le había reservado un ejemplar
de El libro de mis primos porque sí, porque intuyó que a Julio
ese texto mestizo le gustaría.
“El libro me buscó a mí, Cristina: fíjate vos que yo estaba escribiendo
entonces una novela que se iba a llamar El libro de Manuel y
voy y me topo con el tuyo, y esa noche, cuando me lo puse a leer —porque lo
empecé a leer de noche, entre el humo de la pipa y un disco de Ray Charles que
sonaba como los dioses— me di cuenta de que mi libro era uno de tus primos”,
escribió Cortázar.
Y agregó: “De manera que si yo quería seguir escribiendo esa novela iba a tener que reescribirla, cambiar muchas cosas, lo cual me daba un poco de rabia, todo sea dicho, pero más que rabia me parecía fascinante que vos en Montevideo y yo en París tuviéramos la misma idea, mezclar los géneros, prosa y poesía en una novela”.
Dos meses después se encontraron en París. “Cuando llegué, lo divisé, altísimo, flaco, desgarbado, con una leve barba que le cubría las mejillas y los ojos más celestes y acuosos que había visto en mi vida”, evocó Cristina.
Después de estar una semana en Francia, ella volvió a casa y al hacerlo, encontró una carta manuscrita donde él le decía: “Pero, además, Cristina, ayer hubo tu pequeña mano siempre un poco fría, un poco gorrión en la llovizna, que se posó en mi pelo y me acarició brevemente, deliciosamente [...] algo me dice que vos y yo venimos ya de una especie de relación anterior, avatares de otra remota amistad. Déjame ser el unicornio que bebe de la mano de la doncella en los tapices medievales; a su manera él es feliz, está colmado”.
Además de amigos, se hicieron cómplices y confidentes. Cortázar era
muy reservado pero aun así ella supo de sus diferencias amorosas con la
activista lituana Ugné Karvelis tras divorciarse de Aurora Bernárdez, de su
renacer afectivo con Carol Dunlop, del modo en que Julio quedó
destrozado tras la temprana muerte de ella a la que le seguiría la
propia.
“No fue cáncer, fue sida”, dice Peri Rossi, tajante, tras mencionar una serie de
transfusiones que el escritor había recibido tras una complicación hepática.
También supo de la consternación de su amigo cuando retornó a Argentina en
1983 y no fue recibido por el entonces presidente Raúl Alfonsín, como esperaba, para dialogar sobre política y buscar rumbos firmes
para aquella democracia incipiente.
Poemas a Cris
Él le escribió varios poemas. En 1977 le envió una serie dedicada
titulada Cinco poemas para Cris, Otros cinco poemas para
Cris y Cinco últimos poemas para Cris. “Confieso que su
lectura, en un principio, me apabulló. Yo, la poeta, me veía ahora tratada
como musa, como objeto, y el cambio de papeles trastornaba un poco mi
identidad. Pero la identidad no es más que el nombre que damos a nuestros
hábitos y costumbres”, dijo ella.
Finalmente, esos textos se publicarían en Salvo el crepúsculo.
La respuesta de Cristina llegaría años después de la muerte de
él, cuando escribió un poema que empieza diciendo “En el amor y en el boxeo
/todo es cuestión de distancia”.
“Solo entonces me di cuenta de que la distancia justa no la habías
aprendido ni en Buenos Aires ni en París, sino en el ring, de los boxeadores
que admirabas”, afirma.
Ella nunca compartió la pasión de Cortázar por ese
deporte. Sin embargo, su vínculo con el Gran Cronopio fue, exactamente, eso: un
modo de construir distancia o cercanía preservando la intimidad, la risa, el
silencio. Las mismas materias que habitan la escritura de ambos.
Dos poemas de Cortázar a Peri Rossi
Anoche te soñé sacerdotisa de Sekhmet, la diosa leontocéfala.
Ella desnuda en pórfido, tú tersa piel desnuda.
¿Qué ofrenda le tendías a la deidad salvaje que miraba a través de tu
mirada un horizonte eterno e implacable?
La taza de tus manos contenía la libación secreta, lágrimas o tu sangre
menstrual, o tu saliva.
En todo caso no era semen y mi sueño sabía que la ofrenda sería
rechazada con un lento rugido desdeñoso tal como desde siempre lo habías
esperado.
Después, quizá, ya no lo sé, las garras en tus senos, colmándote.
...
Nunca sabré por qué tu lengua entró en mi boca cuando nos despedimos en
tu hotel después de un amistoso recorrer la ciudad y un ajuste preciso de
distancias.
Creí por un momento que me dabas una cita futura, que abrías una tierra
de nadie, un interregno donde alcanzar tu minucioso musgo.
Circundada de amigas me besaste, yo la excepción, el monstruo, y tú la
transgresora murmurante.
Vaya a saber a quién besabas, de quién te despedías.
Fui el vicario feliz de un solo instante, el que a veces encuentra en su
saliva un breve gusto a madreselva bajo cielos australes.
De Cinco últimos poemas para Cris
(Clarín / 12-11-2021)
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