martes

ALBERT HOFMANN - LSD: CÓMO DESCUBRÍ EL ÁCIDO Y QUÉ PASÓ DESPUÉS EN EL MUNDO (70)

 

 Problemática de las drogas (1)

 

En el siguiente intercambio epistolar se trataron problemas fundamentales de las drogas.

 

Bottmingen, 16-XII-1961 (1)

 

Por una parte tendría muchas ganas de seguir investigando personalmente la aplicación de las sustancias activas alucinógenas como drogas mágicas en otros ámbitos, además de realizar su estudio científico, químico-farmacológico…

Por otra parte debo confesar que me ocupa mucho la cuestión principal de si el empleo de este tipo de drogas, es decir, de sustancias que tienen efectos tan profundos, no constituye de por sí un cruce de frontera ilícito. Mientras se ofrezca a nuestras vivencias, mediante alguna sustancia o método, sólo algún aspecto nuevo y adicional de la realidad, seguramente nada cabe objetar a tales medios; al contrario, pues el vivenciar y conocer más facetas de la realidad nos la vuelve más real. Pero se plantea la cuestión de si las drogas puestas aquí en tela de juicio y que tienen efectos muy profundos efectivamente sólo nos abren una ventana adicional a nuestros sentidos y sensaciones, o si el propio observador, su naturaleza más íntima, sufren alteraciones. Esto último significaría que se altera algo que a mi juicio debería quedar siempre ileso. Mi insistencia se refiere a la cuestión de si nuestra naturaleza más íntima es verdaderamente inatacable y no puede ser lesionada por lo que ocurra en sus cáscaras materiales, físico-químicas, biológicas y psíquicas… o si la materia bajo la forma de estas drogas desarrolla una potencia que puede atacar el centro espiritual de la personalidad, la mismidad. Ello se podría explicar con que la acción de las drogas tenga lugar en una superficie límite, en la que la materia se continúa en el espíritu y viceversa, y con que estas sustancias mágicas sean ellas mismas puntos de fractura en el reino infinito de lo material, en los que la profundidad de la materia, su parentesco con el espíritu, se revelen de un modo especialmente evidente. Esto podría expresarse con la siguiente variación de una conocida poesía de Goethe:

 

Si la cualidad del ojo no fuera la del sol,

el sol jamás podría verlo;

si en la materia no estuviera la fuerza del espíritu,

¿cómo podría la materia enajenar al espíritu?

 

Esta correspondencia a puntos de fractura que forman las sustancias radiactivas en el sistema periódico de los elementos, en los que el tránsito de la materia a la energía se vuelve manifiesto. Por cierto, también en el aprovechamiento de la energía atómica se plantea la cuestión de un cruce ilícito de frontera.

 

Otro razonamiento que me intranquiliza es el que se refiere al libre albedrío en relación con la influenciabilidad de las más elevadas funciones mentales por trazas de una sustancia.

 

Las sustancias activas altamente psicotrópicas, como el LSD y la psilocybina, tienen en su estructura química un parentesco muy estrecho con sustancias que existen en el cuerpo, que se presentan en el sistema nervioso central y cumplen un papel importante en la regulación de sus funciones. Es dable pensar, por tanto, que por alguna perturbación en el metabolismo se forme, en vez de la neurohormona normal, algún compuesto del tipo del LSD o de la psilocybina, que pueda modificar y determinar el carácter de la personalidad, su visión del mundo y su actuar. Una traza de una sustancia, cuya formación o no-formación no podemos determinar con nuestra voluntad, puede forjar nuestro destino. Tales consideraciones bioquímicas podrían haber llevado a la frase que Gottfried Benn cita en su ensayo Provoziertes Leben (“Vida Provocada”): ¡Dios es una sustancia, una droga!

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