jueves

QUASIMODO, EL POETA ITALIANO QUE ENCONTRÓ LA MODERNIDAD EN LA GRECIA CLÁSICA

 

 

por Daniel Gigena

 

“El escritor de historias o de novelas se instala en los hombres y los imita; él agota las posibilidades de sus personajes -señaló el poeta italiano Salvatore Quasimodo en su discurso de aceptación del Nobel de Literatura en 1959-. El poeta en cambio está solo con objetos infinitos en su propia esfera oscura y no sabe si debe ser indiferente o estar desesperanzado. Luego, ese único rostro se multiplicará; aquellos gestos se harán opiniones afirmativas o desaprobatorias. Esto ocurre con la publicación de los primeros poemas. Como lo esperaba el poeta, las alarmas suenan ahora, pues -y esto debe ser reiterado- el nacimiento de un poeta es siempre una amenaza para el orden cultural existente, porque él intenta abrirse camino a través del círculo de castas literarias para alcanzar el centro”. Para Quasimodo, un acuerdo entre poeta y político era imposible: “Uno está preocupado por el orden interno del hombre, y el otro por el ordenamiento del hombre. Una búsqueda del equilibrio interno del hombre podría, en una época dada, coincidir con el ordenamiento y construcción de una sociedad nueva”. Al recibir el Nobel, el autor de Y enseguida anochece, opositor al fascismo y a la “fraudulenta” cultura de masas, declaró que la alianza entre poetas y políticos solo retardaba el surgimiento (o la escucha) de la “voz verdadera”. Hace 120 años, nacía en Módica, en el sur Sicilia, el poeta que luchó contra la desesperanza de las “esferas oscuras” de su época. Murió en Nápoles, en 1968.

 

Quasimodo integró el llamado hermetismo italiano. “Es difícil leer a un poeta contemporáneo fuera del marco en que lo colocó la crítica y la costumbre -dice el escritor Jorge Aulicino a LA NACION-. Hermetismo fue una denominación debida al crítico Francesco Flora, que creyó ver en los poetas italianos que comenzaron su actividad en las décadas del 1920 y 1930 un sesgo común, una utilización de símbolos y de ‘claves’, que vinculaban a Quasimodo, como a Giuseppe Ungaretti y Eugenio Montale, con el simbolismo francés. Pero esto es tan válido como afirmar que, con el tiempo, esos poetas fueron mostrando que la narración de hechos y situaciones tenía un aspecto simbólico. Más impreciso y vago ha sido Quasimodo en sus primeros libros, en los que muestra, además de simbolismo, rastros del decadentismo y su puro amor por la forma. Sin embargo, uno de esos libros se hizo popular: el llamado Y enseguida anochece”. Así comenzaba: “Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra / traspasado por un rayo de sol: / y de pronto anochece”.

 

Para Aulicino, otro poema menos popular pero muy representativo de aquel período fue el dedicado al oboe sumergido que dio título al segundo libro: Oboe sumergido, de 1932. “A sus treinta y tantos años, en una carta a Maria Cumani, Quasimodo descubre que ‘quizá nosotros sabemos crear ritmos, detenernos en ciertos tonos y escuchar los ecos, consternados, pero nunca sabremos decirnos nada de nuestra historia de criaturas que transitan por la tierra y sufren con doble corazón’, en lo que puede entenderse como una autocrítica de su propia poesía y de la poesía en general de su tiempo -dice el autor de Estación Finlandia-. Pero creo que lo que cambió la poesía de Quasimodo hasta hacerla social fue su trabajo de traducción de los clásicos griegos y latinos en los años de 1930 y 1940, de modo tal que sus poemas desde la Segunda Guerra Mundial le permitieron acudir al paisaje de los antiguos mitos para referirse a situaciones contemporáneas. Así ‘Orfeo bulle / de insectos, horadado por los piojos’, las playas de la guerra son la de Grecia y las liras cuelgan de las ramas de los sauces, porque no se podía cantar ante la masacre”. Para renovar su poesía, Quasimodo no encontró mayor modernidad que la de los clásicos griegos.

 

El poeta, traductor y editor Juan Arabia coincide con Aulicino: la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias cambiaron la escritura de Quasimodo. “Fue uno de los tantos poetas ‘herméticos’ -dice Arabia-. La escuela hermética, tal como se la conoció, fue una poesía de ambivalencia verbal, que logró un impacto directo por el emotivo uso del lenguaje. Pretendía evocar más que describir, y evitaba lo meramente decorativo”. Abandona ese estilo hacia el final de la década de 1930. “Con la guerra, y Quasimodo insiste en que la guerra cambia la vida de un pueblo, su poesía se dedica a la experiencia moral de la Italia de ese momento, y muestra un cambio de tono y textura -agrega el autor de Hacia Carcassone-. Su tema es la difícil situación de la humanidad, su historia, su destino en un universo disruptivo, con poemas que están llenos de interrogantes: pérdida de inocencia, animales, vegetación, derrota, exilio y violencia. Representan una búsqueda de significado en un momento en que el significado parecía haberse desvanecido. A pesar de su franqueza, son a veces oscuros, enigmáticos y complejos. Hay un poder detrás de ellos que disuelve las incongruencias superficiales”.

 

“La mirada en su poesía se dirige hacia un pasado -dice el escritor y docente Lucas Margarit-. Lo que se ve guarda siempre el recuerdo de alguna niñez extraviada entre las ruinas de Messina. Por ello es necesario para el poeta resguardarse ante ese desamparo, ya que ‘ancora sale la noia dalla terra’ [el tedio sube aún desde la tierra]. La experiencia del poeta se sume en una tristeza que establece relación directa con otros muertos, con objetos, con una naturaleza afligida. Su producción de la inmediata segunda posguerra será más desesperante. Pese a ello, siempre se las ingenia para que en medio de la herrumbre nazca la curiosidad y la interrogación por aquello que es ‘lo humano’”. Para Margarit, uno de los poemas que testimonian esta mirada bifronte del Quasimodo, hacia el pasado y hacia su contemporaneidad, es “Alla nuova luna” [A la luna nueva] de la serie La tierra incomparable (1955-1958). “En un poco más de diez versos nos conduce desde la creación del mundo a la invención en manos del hombre. Desde la aparición mítica de los astros como una ineludible referencia al Génesis bíblico a la acción del hombre que repite la creación de otros ‘astros iguales’. El destino del hombre para Quasimodo está íntimamente ligado al dolor, pero también a la esperanza de una trascendencia en ese cosmos que nos observa; la búsqueda de una respuesta a lo que fue y a lo que existe, a la violencia y al sufrimiento de quien ha perdido la voz; una respuesta, en fin, a cada una de las impresiones que el mundo ha dejado en aquella mirada de niño”.

 

Mientras escribía, Quasimodo continuó con su tarea como traductor (de Safo, Sófocles, Homero, Catulo y William Shakespeare, entre otros); en 1953, compartió el premio Etna-Taormina de poesía con el británico Dyan Thomas y, luego del Nobel, cuando dio su célebre discurso (incluido en Il poeta e il politico e altri saggi), fue nombrado doctor honoris causa en la Universidad de Mesina. En 1966, publicó su último libro de poemas, el sublime Dar y tener. Murió en junio de 1968, a los 66 años, en Nápoles. En la Argentina, su obra poética completa se dio a conocer en 1976 como Todos los poemas, en versión de Leopoldo Di Leo, en el sello (hoy inexistente) Ediciones Librerías Fausto.

 

Un poema de Salvatore Quasimodo

 

No he perdido nada

 

Todavía estoy aquí, el sol gira

a mis espaldas como un halcón y la tierra

repite mi voz en la tuya.

Y recomienza el tiempo visible

en el ojo que redescubre la luz.

No he perdido nada.

Perder es ir al otro lado

de un diagrama del cielo

por movimientos de sueños, un río

lleno de hojas.

 

Traducción de Carlo Fabretti



(LA NACIÓN / 20-8-2021)

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