jueves

ESO QUE YO SOY, ENTREVISTA A CLAUDE LEVI-STRAUSS (PRIMERA PARTE)

 

 

por Jean-Paul Enthoven y Andre Burguiere

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Claude Lévi-Strauss fue un antropólogo francés, una de las grandes figuras de su disciplina, fundador de la antropologí­a estructural e introductor en las ciencias sociales del enfoque estructuralista basado en la lingüística estructural de Saussure. Dado el peso de su obra, dentro y fuera de la antropologí­a, fue uno de los intelectuales más influyentes del siglo XX.

La siguiente entrevista fue publicada en el semanario francés Nouvel Observateur en 1980, la cual publicamos debido a la importancia de la información que recoge ya que en esta se encuentra buena parte de la influencia teórica para la antropología estructural de Levi-Strauss. El estructuralismo se ha definido como “la búsqueda de los patrones subyacentes de pensamiento en todas las formas de la actividad humana”. Les dejamos con la primera parte de la misma.

le Nouvel Observateur. Su obra inspira una especie de respeto, mejor de temor, por su equilibrio, la fuerza de su concepción, que impresiona a todos sus contemporáneos. ¿Este prestigio, logrado en vida, no lo inquieta?

Claude Levi-Strauss. Yo admito el temor, porque yo he escrito libros muy grandes y muy austeros que, dentro de áreas tales como la del parentesco y de la mitología, se basan en la descripción y análisis de hechos tomados de sociedades lejanas sobre las cuales el lector culto no tiene una idea precisa. Por lo tanto, se requiere un gran esfuerzo para saltar de un pueblo a otro, para tratar de integrar lo que yo ahí digo, y sobre todo, concebir que ellos no se encuentran dentro de un “caos”, bajo la etiqueta común de sociedades “primitivas” o “arcaicas”. Estos términos discutibles se han usado comúnmente para designar toda clase de vida social que hasta una época reciente y posiblemente aún, se han mantenido sin conocer la escritura, o haciendo de esta un uso limitado

Si bien este criterio es esencial, no debe ocultar el hecho de que las sociedades a las cuales se aplique, pueden diferenciarse tanto la una de la otra, como cada una de ellas difiera de la nuestra. Aquellos que se interesan en la etnología deben por lo tanto plegarse a una gimnasia que entre más elaborada, más reproducirá necesariamente – pero abreviado y de forma, por así decir acelerada- el trabajo del comprador, que reposa no solamente sobre su propia experiencia, limitada a algunas sociedades, sino sobre miles de libros y de artículos, relativos a otras sociedades sobre las cuales no existe un conocimiento de primera mano.

Yo añado que las prácticas, las costumbres y las creencias de cada una de estas sociedades, son indisociables de su posición en el mundo de las características particulares del medio geográfico, zoológico, botánico, que ellas explotan de una manera que le es propia y que es el resultado de su estructura presente y de su pasado histórico. Para poner todo esto en perspectiva, no es suficiente el referirse a descripciones etnográficas, es necesario además, movilizar toda clase de conocimientos, desde la astronomía hasta las clasificaciones animales o vegetales.

Tomado dentro de este torbellino de astros, de constelaciones, de pueblos, de animales, de plantas, de formas de organización social, de ritos y de mitos, el lector experimenta una especie de vértigo y puede sentirse desanimado…

Nuestra pregunta no se refería al respeto o al temor que el conocimiento etnográfico podía inspirar por su complejidad. Nosotros pensamos sobre todo en el respeto y el temor que inspira su obra…

Yo confieso que sobre esto no encuentro ninguna huella. Un instituto americano de documentación ha publicado recientemente estadísticas que muestran que entre 1969 y 1977 yo he sido el etnólogo más citado en el mundo. Tengo mis razones para creer que estas citas fueron a menudo más críticas que elogiosas. En Francia, especialmente, me parece que el espontaneísmo de moda, el regreso al sujeto, manifiestos desde 1968, están en oposición con aquello que yo he tratado de hacer.

Más que por un prestigio que yo acabo de decirlo, no existe, es pues por un desinterés creciente respecto a mi obra que yo podría –retorno otra vez uno de sus términos– estar inquieto. Me siento aliviado por el hecho de que no se vea más en el estructuralismo -como se hizo en un momento- la filosofía de una época y que se haya renunciado a esperar de él yo no se qué mensaje. Esto es lo que era insoportable, porque había que estar constantemente tratando de disipar malentendidos.

Más vale proseguir discretamente un trabajo artesanal, tratar de resolver no los grandes problemas del destino del hombre o del futuro de las sociedades, sino las pequeñas dificultades a menudo desprovistas de interés actual, seleccionadas porque uno cree poderlas tratar de forma un poco más rigurosa, a las que no llegan las llamadas ciencias humanas por enfrentarse a un conjunto de problemas muy complicados, y con la
esperanza de contribuir -pero a largo plazo- a una mejor comprensión de los mecanismos de la vida social y del funcionamiento del espíritu humano.

¿Usted piensa entonces que el fin del reino de los “maestros pensadores” y de los oráculos del humanismo –reemplazados por el trabajo parcelario del técnico en ciencias humanas- ha sido y es una buena cosa dentro del orden del debate intelectual?

Lo que es chocante, irritante es que se trasforme al artesano -yo prefiero esta palabra a la del técnico- en maestro pensador. Esto quiere decir que no veo ningún inconveniente en que existan maestros pensadores. Sartre era uno de ellos, yo no lo soy. Eso es todo.

¿Personalmente usted no experimenta ninguna nostalgia sobre estos pensamientos globalizantes y productores de “concepciones del mundo”?

Yo tengo como todo el mundo, necesidad de maestros pensadores. Digamos que yo escogí los míos del siglo XVIII o aún, del siglo XVII. Esto quiere decir que nuestras sociedades se han vuelto tan complejas que yo no estoy seguro de que el pensamiento teórico esté en lo sucesivo, en capacidad de dominar la inteligencia.

Volvamos a su obra: ¿hoy en día usted encuentra dentro de esta, libros que hubiera preferido no haber escrito, o haberlos escrito de manera diferente?

Existen cosas que con el paso de los años yo hubiera escrito de otra manera. Mi primer gran libro, “Las Estructuras Elementales del Parentesco”, probablemente ha jugado un rol dentro de la historia de las ideas, ya que se ha reeditado veinte años después de su primera publicación y se ha traducido a varios idiomas. La edición inglesa es de hace apenas más de diez años. Pero contiene errores de hecho, y algunas interpretaciones me parecen hoy día dudosas, por no decir más. Si bien yo no reniego en nada de la inspiración teórica, de los principios y del método, si es cierto que un volumen considerable de conocimientos se ha acumulado después y que el libro está en muchos aspectos pasado de moda.

Escrito en cuatro meses “Tristes Trópicos” contiene impropiedades de lenguaje y algunas negligencias de estilo; la “Antropología Estructural”, contiene planteamientos que me hacen hoy en día estremecer por aventurados. Yo no sería capaz de escribirlos otra vez, aunque a causa, sin duda, de su carácter simplista y de su esquematismo, ellos han contribuido más que otros a impactar al lector y a divulgar mis ideas. Este género de experiencia no es probablemente excepcional pero, por mi parte, yo encuentro un poco incómodo que la reputación del libro se explique por razones que no son siempre las mejores.

En cuanto a las “Mitológicas”, se le debe aclarar a todo lector de los cuatro volúmenes, que del uno al otro, el método se ha afinado y precisado. Yo considero sin embargo “El Hombre Desnudo”, muy pesado ya que por temor de no lograr el objetivo de mi trabajo, condensé temas que hubieran exigido un volumen de páginas tres veces mayor. Al fin de cuentas es el tercer volumen “El Origen de las Maneras en la Mesa”, el que me parece mejor logrado.

¿Existen por el contrario, libros que usted lamente no haber escrito?

Si, por fuera de la etnología. Durante los pocos meses que transcurrieron entre mi regreso del Brasil, Febrero de 1939, y la guerra, ya había comenzado a escribir una novela. Muy pronto, yo me sentí incapaz, por falta de imaginación concreta y por impaciencia en relación a los pocos detalles de los cuales depende el análisis de un
carácter o la reconstrucción de una atmósfera. El título “Tristes Trópicos” y la descripción de un atardecer (por el que comenzaba el libro) son todo lo que de ella queda.

Me hubiera gustado sobre todo escribir piezas de teatro. El hecho de poder contar una historia por boca de aquellos que la están viviendo tiene, para mí, algo de maravilloso. Pero claro está, piezas donde los acontecimientos se desarrollen, donde se dé una trama y una intriga. Ningún género me parece tan exigente ni más estricto que el teatro (es por esto que me satisface tan poco y por lo cual no asisto a él casi nunca). Cada réplica debe servir a la acción; el tiempo muerto esta implacablemente condenado.

¿Cuál es el tema del libro que usted está escribiendo?

Por el momento y puede ser definitivamente, yo estoy hastiado de los grandes libros. Yo escribo pues algunos textos cortos, que recogeré más tarde en volúmenes. Pero en mis últimos años de actividad, es sobre todo el tiempo el que me falta. Para estar de acuerdo conmigo mismo, yo dedico desde hace cuatro años mis cursos en el College de France a una especie de vuelta al mundo por las sociedades llamadas “cognáticas” (son estas más numerosas de lo que uno creía hace treinta o cuarenta años; dentro de estas, al igual que en la nuestra, la línea paterna y la línea materna son puestas más o menos en la misma categoría). Yo las había dejado de lado cuando escribí “Las Estructuras Elementales del Parentesco” y durante veinte años y más dedicados a la mitología, un volumen enorme de hechos han aparecido y continúan apareciendo sobre estas sociedades. Tratar de desglosar toda esta literatura, tratar de separarlas de las interpretaciones constituye una tarea muy absorbente. También he comenzado de nuevo a viajar, y es el Japón el que he visitado dos veces durante estos últimos tres años donde yo espero regresar, el que me ha cautivado por la imagen que me ofrece de una civilización tan profundamente extraña como aquellas que los etnólogos van a buscar al corazón de las selvas, dotada al mismo tiempo de un pasado histórico mejor testimoniado en el pasado que el nuestro y que atestigua también, dentro de diferentes terrenos, un refinamiento que nunca hemos alcanzado. Pero allí también, tengo todo por conocer y de nuevo me convierto en un estudiante.

En fin, yo no le ocultaré que durante el tiempo que me resta de vida, yo sería feliz de cambiar de profesión. Creo que nunca me he divertido tanto como hace diez años, dibujando un decorado para ópera, construyendo la maqueta y montándola con los tramoyistas sobre el escenario. Un poco más tarde, comenzando un trabajo del mismo tipo para una escena lírica italiana que, por otra parte la directora renuncio a montar la obra a la que se me había invitado a colaborador. Existe en mi un lado manual, que no ha encontrado jamás la ocasión de satisfacer fuera de las reparaciones caseras y de esas dos ocasiones.

¿Usted lee lo que se escribe sobre usted, sobre sus libros?

Casi nunca, salvo algunos casos en los cuales conozco personalmente y estimo el autor. Un instituto americano de bibliografía tiene al día la lista. La que publicó hace siete años contenía ya varios centenares de títulos. Yo no tendría el tiempo disponible para leer todo eso. y una de las dos: o bien los libros y los artículos que me son favorables reposan en general, sobre mal entendidos, ellos me adjudican aquello que no he dicho o no hubiera deseado parecer decir; o bien me son hostiles y hacen testimonio de tanta ignorancia e incomprensión, que me siento indebidamente perturbado y me pregunto si eso vale la pena de ser escrito. Más vale tratar de conservar un poco la serenidad.

¿Por qué no le deja usted a sus lectores sino la opción entre el malentendido y la hostilidad?

Mi formulación es posiblemente muy tajante. Será necesario probablemente reemplazar “una de las dos” por “la más frecuente…”

¿El “clima” dentro del cual se desarrolla en Francia la investigación antropológica, le parece satisfactorio?

Intelectualmente hablando, la antropología francesa se comporta muy bien. Ella está viva, activa, productiva. Dentro de muchas ramas: antropología religiosa, antropología prehistórica, e histórica, antropología económica, teoría de las reglas del matrimonio y de los sistemas de parentesco; ocupa una posición de avanzada. Aquí se desarrollan debates muy animados. Numerosos son los colegas extranjeros que vienen a Francia, o si ya están aquí, tratan de prolongar su estadía, porque nos dicen ellos, encuentran entre nosotros un clima excitante desde el punto de vista intelectual que los estimula. Ahora el reverso de la medalla: Nosotros trabajamos en condiciones lamentables. Ahora que sería urgente enviar a terreno decenas y decenas de jóvenes investigadores para recoger a través del mundo y en la Francia misma aquello que subsiste aún de las formas de vida, de los usos, de las creencias tradicionales, nosotros no disponemos -o casi que no- de puestos para ofrecerles. Ausente de la enseñanza secundaria, presente en la superior solamente a partir de la maestría, la etnología tiene posibilidades de reclutamiento muy restringidas: algunos puestos de asistente o de maestro dentro de las universidades o de grandes establecimientos, puestos que para la mayoría, están cerrados en razón del precipitado reclutamiento que siguió 1968. Queda, prácticamente sólo, el C.N.R.S.· donde menos de diez personas son admitidos cada año dentro de cien o doscientos candidatos en general altamente calificados. En cuanto a las condiciones materiales me limitaré a un ejemplo: Los recursos del laboratorio que yo dirijo son, en francos constantes inferiores a los de hace quince años para un efectivo de investigadores que, durante este tiempo se ha duplicado. Estamos entonces, dos veces paralizados, por la falta de medios y por el estado de fatiga en que nos dejan las acrobacias administrativas que no vemos obligados de realizar.

¿Piensa usted, que hoy en día, un joven se hace etnólogo por las mismas razones que usted lo hizo hace cuarenta años?

Las razones que me empujaron a ser etnólogo fueron, yo lo confieso, razones “impuras”: yo no estaba gustoso con la perspectiva que me ofrecía la agregación en filosofía y yo busqué la forma de salir de ahí. Es cierto que el primer año de enseñanza me había divertido. Pero, muy rápido. en la época uno sabía, que dentro de las posibilidades de la filosofía, la etnología era una “puerta de salida”, y fue Paul Nizan, a quien yo conocía pues él se había casado con una de mis primas, quien me habló de esto un día. Me encantaba el camping, los paseos a la montaña, la vida al aire libre, entonces me decidí.

Usted ha sido el testigo – y el actor- de los principales debates intelectuales de los últimos treinta años. ¿Cuál le parece importante y cual no?

En Francia, los únicos que han retenido verdaderamente mi atención son aquellos que se desarrollaron en el Centro de Royaumont, uno sobre la unidad del hombre, el segundo con la ocasión de un encuentro entre Chomsky y Piaget.

¿Por qué solamente estos dos debates?

El debate sobre la unidad del hombre, porque fue una de las primeras tentativas a gran escala de aproximar las ciencias humanas y las ciencias naturales. El debate entre Chomsky y Piaget porque sus trabajos se refieren a aspectos que tocan muy de cerca a los míos.

¿Y los otros?

Usted sabe, fuera de mi laboratorio y de las personas que ahí frecuento, yo vivo de forma muy aislada. Yo no estoy al corriente de lo que ocurre en otros medios intelectuales. Yo no conozco ni veo sino poca gente.

En la época de la descolonización, como etnólogo, usted hubiera podido intervenir en los debates públicos.

Claro está, yo estaba fervorosamente a favor de la descolonización y de la independencia de los pueblos que estudian los etnólogos. Hoy día, yo no estoy seguro de haber tenido razón, en todo caso a todo nivel. las gentes con las cuales los etnólogos se interesan, es decir las etnias minoritarias, están hoy en día -en sociedades que, sin lugar a dudad, han recobrado su verdadera nacionalidad- dentro de una situación generalmente más trágica que aquella de la época colonial. Piensen en los Montañeses de Vietnam…

¿Usted piensa, por ejemplo, que la penetración islámica en algunos países descolonizados de África ha podido tener sobre las estructuras sociales de las minorías que ustedes estudian, efectos tan “disolventes” como aquellos del catolicismo colonial?

Yo soy muy ignorante en lo relativo a la historia de la penetración islámica en África para poderme pronunciar al respecto. Por lo que yo de esto conozco, me parece evidente que una gran religión como el Islam necesariamente ha acelerado, dentro de algunas tribus, la destrucción de prácticas y de formas de vida que nosotros los etnólogos deseamos conservar.

A la muerte de Sartre, todos aquellos que recordaban su epílogo de “Pensamiento Salvaje” esperaban su respuesta. Esta no se ha presentado. ¿Por qué este silencio?

No se trataba de un epílogo sino de su último capítulo. Yo me sentí obligado a responder a las críticas contra la Etnología y a una devaluación de su objeto, implícitas dentro de “La Crítica de la Razón Dialéctica”. No existía ninguna razón de volver a sacar todo esto al otro día de su muerte, y por otra parte, el pensamiento de Sartre me es tan extraño, que yo no sé que hubiera podido decir.

Sartre fue, sin lugar a dudas, una personalidad de envergadura excepcional; uno de los pocos de este siglo, capaz de expresarse dentro de los ternas más diversos: la filosofía, el ensayo, el teatro, la novela, el periodismo. Bajo este punto de vista su obra inspira y continuará por largo tiempo inspirando la admiración y el respeto. Pero es una obra que yo no he tratado de penetrar sino por deferencia y al precio de esfuerzos repetidos.

Cuando en Diciembre de 1944, yo fuí trasladado de New York a París por la Dirección General de Relaciones Culturales, Merlau-Ponty, a quien apenas conocía, me visitó en mi pequeña y oscura oficina de los Campos Eliseos, donde desempeñaba mis funciones. Él tenía deseos de visitar los Estados Unidos, donde yo volvería como consejero cultural de la embajada. Hice lo posible por informarle y, desvinculado de Francia por muchos años como yo estaba, le pedí me explicara en qué consistía el existencialismo. El me respondió: es una tentativa por volver a hacer de la filosofía lo que esta era en los tiempos de Platón, Descartes y Kant.

Esta ambición fue la grandeza del existencialismo, pero fue también la causa de su debilidad y yo dudo que él sobreviva. En aquellas épocas gloriosas la filosofía se encontraba más adelantada que la ciencia, y era ella la que la hacía progresar; no es sino que pensemos en Descartes y en Leibniz. Hoy en día es lo contrario: la ciencia contemporánea acrecienta cada día tan prodigiosamente sus conocimientos y trasforma a tal punto nuestras formas de pensar que la reflexión filosófica no puede más que alimentarse de ella.

Mis únicas lecturas filosóficas –y digo bien filosóficas– son “Scientific American”, “La Recherche”, “Science”, revistas a las cuales yo he querido que el Laboratorio de Antropología Social se suscribiese, además de otros libros de la misma orientación. Nada está más alejado de Sartre, quién tenía hacia la ciencia una actitud no sólo de desconfianza, sino de hostilidad, y quién luchó toda su vida por hacer de la filosofía un dominio hermético, cerrado a la ciencia. Para mí –perdóneme la expresión-, eso parece que la encerró terriblemente.

Usted se siente más cercano de Maurice Merleau-Ponty…

Merleau-Ponty en efecto se interesaba mucho por los conocimientos empíricos. Además del afecto que yo tenía por su persona, sentía una admiración por su forma de escribir – de una gracia, de una ligereza, de una suavidad sedosa- era esto lo que me acercaba a él. Pero no puedo decir que su obra leída tardíamente, me haya influenciado de alguna manera.

Si hoy en día, a usted le tocara nombrar a aquellos que más le han influenciado…

Marx, Freud, Saussire, Jacobson, Benveniste, Dumézil, más algunos rudimentos de geología, botánica y zoología y una educación artística recibida dentro de una familia que tenía varios pintores.

¿No tenía usted en proyecto escribir un libro sobre Rosseau? Realmente a usted lo consideraban un poco como el iniciador del neo-rousseauismo que se expande hoy en día. Ese neo-rousseauismo ecologista, anti-industriales, libertario es en muchos aspectos antiestructuralista…

Este proyecto del libro sobre Rousseau, es un proyecto más prestado que sostenido por mí; si yo quisiera escribir este libro debería comenzar por examinar toda la literatura concerniente a Rousseau de los últimos cuarenta años, y la perspectiva no me atrae mucho. Posiblemente algún día, haga algo sobre su estética formulada aquí y allá, en términos que de manera muy curiosa, me parecen aplicables a algunos problemas de estética contemporánea. En cuanto a eso que usted llama ni Neo-rousseaunismo, si uno acepta el hecho de que “Tristes Trópicos” ha lanzado, hace un cuarto de siglo, uno de los primeros gritos de alarma ecológica, yo me siento muy poco a fin con los movimientos ecologistas actuales y mucho menos con el neorousseaunismo de estos últimos años. El mio procede directamente de una larga compenetración con la obra de Rousseau, la otra de una corriente de ideas nacida en los Estados Unidos, que bien pronto tomaría el nombre de sociobiologia, claro está antes de que la declararan “fascista”, juicio ligero, con el cual, por otra parte, yo no estoy de acuerdo.

¿Es decir?

La determinación de las partes respectivas de lo innato y lo adquirido dentro de las conductas humanas, si eso fuese posible, constituiría un tema apasionante de investigación y, de todas formas, no deben existir aquí objetos tabú. Sin embargo esta no es la idea que inspiran los sociobíologistas, y con la que uno debe conmoverse, sino con la increíble ingenuidad con que ellos la persiguen, con los postulados de principio, los paralogísmos, los sofismas mismos sobre los cuales reposan sus pretendidas demostraciones. Esto no impide que, dentro del dominio más restringido de las conductas animales, los sociobiologistas americanos sean unos sabios admirables. El gran libro de Wilson “Sociobiology” es en sus nueve décimas partes una obra maestra. Desafortunadamente, no se puede-decir. i lo mismo del más reciente, “On Human Nature”, que acaba de ser traducido al francés …

Volvamos entonces a su rousseaunismo…

Para juzgar mi rousseaunismo, no se puede perder de vista que en mi pensamiento, Rousseau y Chateaubriand están indisolublemente unidos. “Tristes Trópicos” es una especie de oda a Rousseau, y Chateaubriand no es sino ocasionalmente citado en ella; pero él impregna el libro de principio a fin. Hay una tesis en los Estados Unidos sobre este tema… En el primer plano de las influencias que yo confieso se encuentra este personaje doble, este Janus, cuyas dos cabezas miran hacia direcciones diametralmente opuesta. Y si uno se refiere a la filosofía política, yo me siento mucho más cerca de Chateaubriand que de Rousseau. “El contrato Social” ‘tiene algo de fascinante porque es sin duda la obra más oscura y más difícil de toda la literatura política, a pesar de la franqueza de su estilo. Pero él vuelve la espalda a toda visión razonable de la vida en sociedad. Por otra parte, si uno objeta que, dentro de casi todos los temas, Rousseau y Chateaubriand se encuentran en las antípodas uno del otro (comprendido el sentimiento hacia la naturaleza: los dos aman la naturaleza pero no la misma) yo respondería que nosotros vivimos esta contradicción y que es esta experiencia la que hace que sus obras respectivas sean indisociables. Además, el período que va desde Rousseau a Chateaubriand es probablemente aquel donde con más maestría se ha manejado el idioma: lo que ya de por sí es bastante.

¿Y Freud? ¿Es él para usted, cómo se asegura frecuentemente, el verdadero padre de la Antropología Cultural?

Su pregunta me sorprende. Aun si uno hiciera remontar los inicios de la etnología moderna a Lewis Henry Morgan (y él tuvo sus predecesores), este le daría medio siglo de ventaja (“La liga de los Iroqueses” es de 1851; “La Interpretación de los Sueños” de 1.900); y si algunos antropólogos han podido ser individualmente influenciados por Freud – yo mismo lo he sido -, la Antropología que uno llama Social o Cultural inicia su desarrollo en la segunda mitad del siglo XIX, en la época de su nacimiento y no tiene nada que ver con él.

Yo había aprendido de Marx, que la conciencia social es engañosa, que para entender sus causas es necesario alcanzar un nivel más profundo. En resumen, una actividad comparable a aquella que prepara el advenimiento de las ciencias físicas mediante la distinción entre cualidades secundarias, es decir la forma engañosa como el mundo es percibido por los órganos de los sentidos y las cualidades primarias, subyacentes, no accesibles de manera inmediata aunque si más verídicas. Enseguida aprendí de Freud, que aun las expresiones en apariencia más arbitrarias y absurdas de la actividad mental, pueden ser descifrables y tener un sentido. Pero eso es todo. La forma como Freud explica la vida psíquica (a su manera de ver provisoria, ya que el creía que un día se llegaría a una explicación biológica) no me podía servir: ni los mitos ni tampoco las sociedades tienen deseos e impulsos. Aun aplicados al individuo estos términos me inspiran una gran desconfianza: son palabras que se utilizan para disimular la ignorancia sobre las realidades que ellos recubre. Ellos ponen de relieve el conocimiento confuso y no tienen ningún valor explicativo.

Algunos Psicoanalistas hicieron o hacen muy buena etnografía. Fue el caso de Geza Roheim; lo es hoy en día el de Georges Devereux. Pero la razón no se encuentra dentro del valor intrínseco de las interpretaciones psicoanalíticas; ella resulta sobre todo del hecho de que la formación psicoanalítica invitaba a la ampliación de la investigación etnográfica clásica, hacia sectores que los etnólogos habían despreciado hasta la fecha.

¿La obra de Lacan, por ejemplo, ha jugado algún papel en su reflexión?

Nuestros caminos se cruzaron hace unos treinta años. Después nos dimos cuenta -y estoy seguro que él al igual que yo- que todo nuestro pensamiento, nuestra forma de expresión, yo diría que casi nuestra higiene mental, nos separaba.

 

Traducción: Ximena Pachón C., 1980

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