por Laura Fernández
El año 2007, Anne Enright (Dublín, 58
años), ganó el Premio Booker con una
novela, The Gathering, protagonizada por una mujer cabreada. “Todo
el mundo quiso saber por qué ella estaba tan cabreada, y yo me decía, ¿por qué
no habría de estarlo? ¡Ha tenido una vida horrible!”, dice desde su casa en
Dublín por videoconferencia. La escritora se preguntó entonces qué ocurría con
el concepto de la mujer no sumisa. “Llevo trabajando en televisión tanto tiempo
que aún recuerdo la época en que cualquier mujer que destacaba era tachada
automáticamente de loca, mientras se glorificaba el enfado masculino porque era
eso lo que hacía avanzar el mundo, ¿y sabes qué me digo? Que más mujeres
deberían dispararles, como hace Katherine O’Dell”, añade. Katherine O’Dell es
otra mujer cabreada, y famosa, una leyenda del teatro irlandés que
protagoniza La actriz (Seix Barral), la primera de sus novelas que llega a España. ¿A quién dispara
Katherine? A un productor metomentodo.
La actriz es la séptima
novela de esta gran dama de las letras irlandesas, cuya madre no le dejó
leer el Ulises, de Joyce, hasta que no
cumplió los 18. “Decía que era un libro escatológico. Yo recuerdo buscar la
palabra en el diccionario y preguntarme por qué no podía leer un libro que iba
de ir al cuarto de baño”. La historia es aun más interesante. Su abuela fue una
de las mejores amigas de la hermana del escritor. “Me enteré mucho después, no
es gran cosa, pero supongo que en la familia se le conocía bastante”, apunta.
Está en su vivienda, en Dublín, hay un pequeño mueble del que
cuelga una planta. “¿El peso de Joyce en la literatura irlandesa? Supongo que
ahí está. Todo bascula aquí entre ser en exceso normativo o tratar de no seguir
ninguna norma, y supongo que esto último se lo debemos a Joyce”, dice. Ella, en
concreto, le debe mucho. “Leo el Ulises una vez cada cinco
años, y siempre encuentro algo nuevo”.
Su estilo, vigorosamente único, se ocupa
en esta novela de construir una narradora poco fiable, Norah, la hija de
O’Dell, una leyenda del teatro, la actriz del título, que antes de cumplir los
26 había protagonizado obras de Samuel Beckett y películas de Hollywood, y que
luego desapareció. “Porque eso era lo que ocurría con las mujeres entonces”,
señala la escritora, que ha hecho de esa narradora una, también, futura
escritora. “Cuando Norah recibe la visita de una estudiante que quiere escribir
sobre su madre, que quiere hacerla caer, de alguna manera, del olimpo de los
dioses en el que se encuentra para dibujar a la persona que fue, decide que eso
tiene que hacerlo ella. En parte, porque la chica está pensando en centrarse en
lo que O’Dell prefería o no en el sexo, ¿y qué sentido tiene eso? ¿Cómo se
puede construir a una persona solo desde ahí? Para Norah, su madre sigue siendo
un misterio”, describe.
Las actrices tienen hoy más control sobre lo que se opina de ellas, pero
tienes más de un personaje que alimentar
Un misterio de infinitos estratos en
los que la hija, que ha vivido siempre a la sombra de su madre, se va
adentrando para descubrir que nunca fueron todo luces en la vida de ella. Y
mientras lo hace, deconstruye la performance que fue desde el
principio su familia. El inicio de la novela, con O’Dell desayunando tostadas,
y tratando de resultar lo más excéntrica posible, actuando como se suponía que
debía actuar, es una excelente muestra de cómo la fama —o la idea de haberse convertido en un personaje para el resto— enmascara todo
aquello que el famoso hace. “La sensación es que ahí fuera hay una platea a
oscuras repleta de gente mirándote y que tú actúas en todo momento para ellos.
Eres consciente de estar siendo imaginado, no visto, por un montón de gente que
te adora, pero que también puede llegar a odiarte”.
¿Y ha cambiado esa concepción de la
fama hoy? Las actrices tienen sus propios perfiles en redes sociales y muestran
ese otro lado que antes no podía verse. “Creo que tienen más control sobre lo
que se opina de ellas que entonces, pero tienes más de un personaje que
alimentar. En aquella época, los estudios también controlaban la imagen de sus
actores. Lo que me interesa del personaje de Katherine es el sacrificio público
que hace. Cómo en la mujer todo pasa por el sacrificio. Si vas a tener una hija
y piensas en un nombre para ella, sin ser consciente, estás pensando en un
nombre contaminado por la tragedia, porque toda heroína de la historia es una
heroína trágica, y esto es algo que no ocurre con los hombres”, argumenta la
escritora, que cree que la fama, de cualquier tipo, “consume”. “El famoso está
ahí para ser devorado”.
En especial, la mujer famosa. “Lo que
Norah quiere cuando se propone escribir sobre su madre es traerla de vuelta, y
con ella, trae de vuelta los años cuarenta del siglo pasado y el ambiente
teatral de Dublín, y en parte a la propia Dublín”, asegura. Para la escritora,
su ciudad tiene algo de escenario, porque, en realidad, “apenas ha cambiado
desde entonces”. “Puedes ir a los mismos pubs a los que iba Joyce y fingir que
el tiempo no ha pasado”. Es esa estabilidad la que busca ella misma como
escritora en la idea de la familia. Todas sus novelas parten de una familia, de
alguna forma, dolorosamente disfuncional. “La familia es también un escenario y
uno que no va a cambiar nunca, pase lo que pase”. Le atrae la inevitabilidad de
formar parte de una, cualquiera.
“Anoche veía en casa con mi marido y mi hijo Los Soprano y me decía que los hijos de Tony Soprano no van a poder escapar de ser sus hijos, van a vivir bajo su sombra, de la misma manera que Norah vive bajo la sombra de Katherine. Me interesa esa limitación del libre albedrío que supone para cualquiera formar parte de una familia. No diría que una familia es una trampa, pero en cierto sentido, lo es. Aunque creer que no tenemos opción a escapar, de la manera que sea, a esa especie de condena sería, para mí, el fin de la ficción. La ficción propone salidas”, subraya. A veces, dice también, “ostentar el poder, el poder real, no es tan importante”. “Yo soy más partidaria de aquel que no lo tiene, porque hay algo liberador en desposeer, o no necesitar poseer. Creo que un mundo por completo feminizado en ese sentido sería un mejor sitio en el que vivir”.
(EL PAÍS / 6-7-2021)
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