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ANTONIO ORTUÑO “VIVIMOS EL TIEMPO MÁS HIPÓCRITA QUE ME HA TOCADO VER”

 

por Héctor González

 

“No milito ni en mi propia causa”, dice Antonio Ortuño (1976). Aun encerrado en casa, no ha dejado de estar presente en las librerías. Durante los últimos meses editorial Seix Barral reeditó varias de sus novelas y en el futuro publicará la próxima, “saldrá a finales de año”, adelanta desde Guadalajara en una mañana lluviosa.

“Si tenemos suerte la plática no se verá interrumpida por un apagón”, advierte segundos antes de empezar a hablar de Esbirros (Páginas de Espuma), su nuevo libro de cuentos y a través del cual da una vuelta de tuerca a las relaciones de poder.

Los personajes de Ortuño pasan de víctimas y victimarios, según la circunstancia. A través de ellos, expone sin cortapisas la mezquindad y la contradicción humana, después de todo si algo ha aprendido a lo largo de los años es que “la literatura no es un terreno para santos”.

 

¿Cómo llevas releerte?

 

Nunca vuelvo a leer los libros después de que salen impresos, para mí son como tumbas. La única excepción es cuando se reeditan. El buscador de cabezas, lo leí antes de que lo reeditara Tusquets. A La fila india, le corregí algunas erratas, la tengo fresca porque estoy trabajando su adaptación para un guion. Recursos humanos no lo había vuelto a tocar desde que le di enviar al manuscrito final de la primera edición. Con Ánima solo tenía de dos sopas: lo rescribía totalmente o lo dejaba tal cual. Me pareció más honesto no tocarlo, solo incluí un prólogo escrito con la voz del narrador y retoqué algunas cosas.

 

Ya podemos hablar de una biblioteca Ortuño, ¿no?

 

Sí, eventualmente El buscador de cabezas y Méjico saldrán en Seix Barral. La nueva saldrá a finales de año con la misma editorial y desde luego eso me pone contento. Después de haber andado de Ibrahimovic, de a temporada por equipo, ya eché raíces.

 

Y tal cual como es Ibrahimovic, en los cuentos de Esbirros hay ironía, sarcasmo y furia.

 

Es mi cosmovisión. Así me relaciono con el lenguaje y la realidad. Esbirros no es un libro que trabajé en seis meses. “Escriba”, el relato más viejo debe tener doce años. Lo publiqué en El perro, una revistita casi secreta que hacía Yuri Herrera. Durante años tuve una carpeta en el escritorio de la computadora llamada Esbirros. Ahí echaba los cuentos que hablaban de las relaciones de poder. Tardé bastante en reunir una cantidad suficiente y después dediqué seis o siete meses a pulirlos y acomodarlos. Al final el lector los leerá como quiera, pero creo que ganan si se sigue el orden.

 

Ganan en tanto que divides el libro en “Ayer”, “Hoy” y “Mañana”, y cada apartado tiene un lenguaje particular.

 

En su arquitectura interna hay una especie de pórtico conformado por la Nota liminar y los primeros dos relatos. Uso un lenguaje muy libresco y con clara influencia de Las mil y una noches para hacer comentarios parabólicos sobre cuestiones políticas contemporáneas. Creo que el poder, la sumisión y la supervivencia en un medio hostil son cuestiones humanas eternas. La sección “Hoy”, tiene relación con las violencias contemporáneas de México. Finalmente, “Mañana” es un acercamiento a la literatura de anticipación. Hago una proyección de una idea muy discutida y que consiste en reflexionar sobre si la masculinidad va ligada con la violencia, a la cual respondo que sí.

 

¿A partir de la literatura replanteas tu masculinidad?

 

Cualquiera tendría que hacerlo, quien no lo haga es porque se resiste a los estímulos externos. La masculinidad y su resquebrajamiento están presentes desde mi primer libro. Sin duda, los acontecimientos influyen en lo que uno escribe, pero en mi caso no de una manera moralista. La literatura está para demostrar el tamaño de la complejidad humana. No escribo para reducir el mundo a dos ideas sino para tratar de entender su complejidad y parte de ello implica comprender que la masculinidad se cayó a pedazos.

 

En la nota limitar escribes: “un predicador siempre es un mentiroso”, ¿estamos en tiempos de predicadores?

 

Absolutamente. Abre una red social y verás a siete mil predicadores cuyas pruebas irrefutables son videos de You Tube, Tik Tok o frases de bronce con un gif. Es el espíritu de la época, pero también es hipocresía. Vivimos el tiempo más hipócrita que me ha tocado ver. La mayor parte de la gente tiene un montón de intereses particulares a los que maquilla con ideologías o apoyo a ciertas causas. Lo vemos en la discusión política diaria. Hay gente capaz de disfrazarse de lo que sea con tal de tener más seguidores, monetizar sus videos, recibir un cheque o que le firmen un libro.

 

En este sentido no es gratuito que en la Nota liminar hables de Ezra Pound. Incluso cuestionas quién se atrevería a denigrar su calidad literaria por su biografía.  Estamos en tiempos donde no hay matices.

 

No hay ninguna clase de matiz y además olvidamos que el arte funciona en su propia lógica. Regañar a los escritores por cómo se comportan sus personajes no equivale a luchar socialmente. El arte acompaña la experiencia humana. Puedo escribir mil libros sobre decapitaciones y eso no significa que haga apología de la violencia. Hay que ser idiota para pensarlo. Hasta el momento nadie me ha mandado un tuit para cancelar a Ezra Pound, lo que sería muy fácil. Basta con abrir Wikipedia y ver que se declaró mussoliniano. Por su puesto, si leemos un poco más abajo veremos que los beatniks fueron sus grandes valedores y lo reivindicaron poética y económicamente. Su biografía política no empobrece su valor literario. La literatura no es un terreno para santos. Desde luego están Las moradas del castillo interior, de Santa Teresa, pero también tenemos Céline, un tipo viscoso, repulsivo y antisemita. No obstante, hay que leerlo. Los malos pueden escribir buenos libros. Hay un sentido de generosidad y sociedad en la literatura que a todos nos permite tomar cosas.

 

En tus cuentos los personajes van de víctimas a victimarios, esa es una variable a la que todos estamos expuestos.

 

Las víctimas químicamente puras no me interesan. Me parecen personajes sociologizados y elegidos para ser mariposas que se clavan con alfileres en un corcho y exhibirlas ante la gente. Las personas que son buenísimas y solo les ocurren desgracias son de catecismo y literariamente no me interesan. No quiero decir que en el mundo no exista la inocencia pisoteada, pero es un tema explorado hasta la saciedad en la literatura. Prefiero mis cuentos agridulces y con personajes un poco mezquinos. Me parece que son más humanos. Uno termina más unido a los personajes por sus oscuridades que por lo luminoso.

 

Mientras leía Esbirros pensaba en Crítica de la víctima, donde el italiano Daniele Giglioli habla de cómo la víctima puede convertirse en una especie de héroe.

 

Por supuesto, hay suficientes víctimas. El problema es fingir serlo. La cantidad de personas que recurren al truco del perrito que cojea de la pata para que no le echen el carro encima es deslumbrante. El victimismo como carta blanca no lo entiendo ni me gusta. Mis personajes no son heroicos, pero tampoco se resignan al estatus de víctima. Aprovechan el mínimo poder posible para resistirse a ello. Leí el libro que mencionas y me parece súper interesante fuera de algunos excesos de la época. Es muy difícil hacer un libro mesurado, porque además ahora la mesura es vista como algo asqueroso. Le gente prefiere tener enemigos a que le digan que tiene algo de razón. Se detesta a quien razona porque si lo hace es probable que entienda algo de ambos bandos. Ahora tienes que ser militante acrítico y eso me parece terrorífico. No puedo sentarme a hablar con fanáticos ni aunque sean de las Chivas y eso que es mi equipo. Supongo que es parte del espíritu de la época y no es una oleada primavera-verano. Lleva ya varios años y todavía le quedan algunos más. Quién sabe a dónde vaya a derivar, pero todavía veo posible la individualidad de criterio. No milito ni en mi propia causa.

 

Ahora hablar del individuo también está mal visto.

 

Sí, se le considera la cumbre del egoísmo. Estamos en un momento donde se elogia al hormiguero. Miente quien dice “siempre pienso en los demás”.  Confío más en las personas que se sienten desajustadas con su sociedad que en quienes ven todo maravilloso y sostienen que juntos saldremos adelante. Hay mucha hipocresía y la gente saca provecho de eso. Quien dice que la política comunitaria es una maravilla cobra sus conferencias y libros solo. El depósito le cae a él y así es muy fácil vivir. El principio de congruencia no existe. Prefiero decir que estoy desajustado con mi comunidad y que aprecio mi individualidad.

 

¿Qué es la congruencia?

 

La congruencia es el sentido del ridículo. Debería ser muy fácil decir y sostener las cosas tal como uno las hace para que no te agarren fuera de base. Me parece criticable la estupidez, pero no me pongo a encontrarles defectos terroríficos morales a las personas porque al final de cuentas soy humano y puedo tener los mismos defectos. No hay nada que deteste más que calidad moral autoembestida.


(Aristegui Noticias / 4-7-2021)

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