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A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (54) - MARYSE RENAUD

 Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola 

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

 

EL INDIVIDUO Y EL GRUPO

 

I – PASEOS DICHOSOS, VAGAR PATÉTICO (1)

 

El tema del vagabundeo (1), que aparece muy tempranamente en la obra de Juan Carlos Onetti, será desarrollado posteriormente con marcada constancia. Lo encontramos por ejemplo en su última novela, donde Medina, provisionalmente exiliado en Lavanda, saborea las delicias y el placer del paseo, la observación y el ensueño:

 

Separado de Santa María por una crisis de orgullo, andaba, más o menos era, entre los habitantes de Lavanda con un poder de separación, de crítica, paciencia que me hizo feliz o no sufriente durante muchos meses. Los miraba sin dejar de verme; hablaba diciendo casi siempre las frases correctas y ellos se equivocaban pocas veces.

Andaba entre cuerpos y voces sin extraviar el rumbo que ellos se habían impuesto, tenaces e involuntarios, olvidados de la hora de su muerte, amén, ignorando que el tiempo no existe, no es. Pero yo sabía, desde la infancia, y protegía mi secreto como una enfermedad. Andaba sin propósito, jugando con un haz de coincidencias que -ya estaba sospechando- sólo podía darse en Santa María, la perdida. Sin embargo, persistía; me apoyaba, entre otras tantas cosas, en la fuerza temible de las supersticiones recién nacidas que tienen mayor poder que las heredadas. Nada tenía que ver yo con los lavandinos (1 bia).

 

Convendría precisar, sin embargo, que la función asignada al largo deambular de los principales personajes difiere sensiblemente según el texto considerado. Por lo general las primeras obras vinculan bastante directamente el vagabundeo con una categoría bien definida de personajes: adolescentes u hombres que no han sido totalmente abandonados por cierta espontaneidad juvenil. Si examinamos con atención El obstáculo, Los niños en el bosque o Tiempo de abrazar, comprobaremos que los protagonistas de estas ficciones se definen como no pertenecientes al mundo de los adultos, del que se desligan ostensiblemente en la mayoría de los casos. Apenas salidos de la pubertad, como sucede con loa jóvenes delincuentes de El obstáculo -que se emparentan vagamente con los de El juguete rabioso-, son tentados por una ruptura definitiva con el mundo represivo de los adultos: una fuga y una aventura que tienen por horizonte, en este caso, la lejanía de la ciudad:

 

Ahora todo estaba claro y sencillo; y aunque ni a sí mismo hubiera podido explicar la causa de su repentina dicha, sabía por fin qué era necesario hacer. Como si alguien, invisible en el quieto anochecer helado, le derramara la verdad en los oídos.

El hombre rezongó entre los negros radios de las ruedas. Le acercó la mano en que se balanceaba como una muestra el rebenque coronado de plata.

-¿Tenés un fósforo?

Fue una simple alegría que lo afirmó en las piernas, apelotonándole los músculos del brazo.

-Sí. Tome.

El cortafrío brilló en un rápido viaje circular y golpeó en la cabeza doblada del hombre, junto a la curva oscura de la patilla. No hubo necesidad de más porque el cuerpo se aquietó bajo la máquina. (…) Venía la noche. Rápidamente se apartó del tractor y fue a su encuentro. Corrió en línea recta, ágil y alegre, seguro de que la angustia quedaba allí, enfriándose sobre la negra tierra roturada (2).

 

En Los niños en el bosque y Tiempo de abrazar, Lorenzo, Raucho e incluso Jason -este último distanciado en edad, aunque no en disposición- disfrutan, momento a momento, de la belleza efímera del mundo, rechazando el pragmatismo de los adultos. Todos ellos se alejarán, en efecto, ya sea de un ámbito familiar demasiado estrecho ya sea de las relaciones estériles -como las que representa el viejo profesor reseco, símbolo de la decadencia y la impotencia, que irrumpe en las primeras páginas de Tiempo de abrazar- para lanzarse intrépidamente a la conquista de las calles o de los jardines más invitantes.

 

La noche se acercaba y él el primer hombre que la veía. Sus ojos cazaron una estrella. Los cerró, respirando con fuerza. El aire fue saliendo en pedacitos. Bien. Hay un mamarracho dulzón de Offenbach… No recordaba, pero esto era secundario. Estaba extraordinariamente alegre, tranquilo, sin pensamientos. Comenzaban a temblar algunas estrellas y la brisa del ventilador lo tomaba por la espalda haciendo estremecer a intervalos iguales los flancos de la camisa.

De acuerdo. Vagar por el lado este de la ciudad, oír música en los cafetuchos, comer en el sótano del mercado. También podría ir hasta el centro. Un billete de cinco pesos y dos de uno en el bolsillo izquierdo del pantalón; un puñado de monedas en el saco. Era el descubridor de la noche; acaso ésta le otorgara en recompensa la más bella mujer de sus colecciones (3)

 

Notas 

(1) Cf. Fernando Ainsa, Los buscadores de la utopía, Caracas, Monte Ávila, 1977.

(1 bis) Dejemos hablar al viento, Cap. III, pp. 36-37.

(2) El obstáculo, en Tiempo de abrazar, pp. 18-19. (El subrayado es nuestro.)

(3) Tiempo de abrazar, en Tiempo de abrazar, pp. 171-172.

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