viernes

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 99

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Me desperté con una de mis peores resacas. Normalmente duermo hasta el mediodía. Pero ese día no pude. Me vestí, fui hasta el baño de la casa principal y me lavé. Salí, subí por el callejón y bajé hasta la calle por la escalinata de la colina.

 

El domingo era el día más jodido de todos.

 

Caminé frente a los bares de la Calle Mayor. Las putas se sentaban cerca de las puertas de entrada con las faldas bien altas, y balanceaban sus grandes tacones.

 

-Vení conmigo, mi amor.

 

Calle Mayor, 5.ª Este, Bunker Hill. Cagaderos de América.

 

No tenía dónde ir y me metí en un salón de juegos. Los recorrí todos, pero no me atrajo ninguno. Entonces vi a un marine agarrado a la máquina del millón, tratando de guiar la bola con todo el cuerpo. Me acerqué y le agarré el pescuezo y el cinturón.

 

-Becker, ¡te exijo que me des la revancha!

 

Lo solté y se dio vuelta.

 

-No, no vale la pena.

 

-Apuesto tres contra dos.

 

-Las pelotas -dijo. -Mejor te invito con un trago.

 

Salimos del calón de juego y bajamos por la Calle Mayor. Una puta de clase “B” aulló desde adentro de un bar:

 

-¿No querés entrar, marine?

 

Becker se quedó mirándola.

 

-Voy a entrar -dijo.

 

-No vayas. Son cucarachas humanas.

 

-Es que acabo de cobrar.

 

-Estas minas toman té y le agregan agua a tu bebida. Las copas cuestan el doble y al final la mina desaparece.

 

-Voy a entrar.

 

Lo seguí. Él se consideraba uno de los mejores escritores inéditos de América, vestido para matar y morir. Becker se puso a hablar con una de las putas, que se subió un poco más la falda, balanceó los grandes tacones y largó una carcajada. Después entraron en un reservado que había en un rincón. El mozo fue a tomarles el pedido y la otra muchacha que estaba acodada en la barra me miró:

 

-¿No querés jugar conmigo, corazón?

 

-Sí, pero siempre que se juegue a mi manera.

 

-¿Tenés miedo o sos marica?

 

-Las dos cosas -le contesté mientras me sentaba en la punta de la barra.

 

Había un tipo sentado entre nosotros con la cabeza apoyada en el mostrador. Le habían robado la billetera. Cuando se despertara y empezase a quejarse, el mozo lo iba a sacar a patadas o a llamar a la policía.

 

Después de atender el pedido de Becker y su puta de clase “B” el mozo volvió a la barra y se me acercó.

 

-¿Sí?

 

-Nada.

 

-¿Ah sí? ¿Y qué carajo estás buscando?

 

-Estoy esperando a un amigo -señalé con la cabeza el cuartucho del rincón.

 

-Pero si estás sentado aquí tenés que tomar algo.

 

-Bueno. Traeme agua.

 

El mozo volvió enseguida con un vaso de agua.

 

-Son dos centavos.

 

Le pagué.

 

La puta de la barra le comentó al mozo:

 

-O es marica o está asustado.

 

El mozo no dijo nada. Entonces se oyó la voz de Becker y fue a levantar el pedido.

 

La muchacha me miró.

 

-¿Por qué no llevás puesto el uniforme?

 

-No me gusta vestirme como los otros.

 

-¿Esa es la única razón?

 

-Las otras razones no te importan.

 

-Andá a cagar -me contestó.

 

Al tato volvió el mozo.

 

-Tenés que tomar otra copa.

 

-Okey -le dije dándole otros dos centavos.

 

Después que salimos, Becker y yo empezamos a bajar por la Calle Mayor.

 

-¿Cómo te fue? -le pregunté.

 

-Entre el precio que cuesta ocupar el reservado y las bebidas, terminé pagando 32 dólares.

 

-Cristo, yo podría emborracharme durante dos semanas con esa plata.

 

-Ella me agarró la pija por abajo de la mesa y empezó a acariciármela.

 

-¿Y qué te decía?

 

-Nada. Me pajeaba, no más.

 

-Yo preferiría sobarme solito la pija y guardarme los treinta y dos dólares.

 

-Pero es que ella era tan hermosa.

 

-Carajo. Siento que estoy caminando con un perfecto idiota.

 

-Pero algún día voy a escribir sobre todo esto. Y me vas a ver en las estanterías de las bibliotecas: BECKER. Las putas clase “B” son débiles y precisan ayuda.

 

-Hablás demasiado de escribir -le dije.

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