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JORGE LIBERATI - ¿REVOLUCIÓN EN EL PENSAMIENTO?



Los modos de pensar contemporáneos, en sus múltiples expresiones del acontecer público y de la convivencia, tienden a distanciarse de las formas históricas racionales y sujetas a la moralidad propia de la tradición occidental y cristiana, logocéntrica, ilustrada y complaciente. La opinión, la comunicación y la información invaden los campos del comercio, la publicidad, la propaganda, la divulgación de redes sociales virtuales y de persona a persona, en general, desenvolviéndose con desdén respecto al modelo de reflexión de los ancestros.

 

¿Qué es lo que se desdeña? Se deseña ir de una premisa a otra para llegar a una conclusión, y que esta conclusión pueda ser aceptada al menos por la mayoría. Porque interesa más la convicción que la conversión, y parecería que sentir fuera más oportuno que pensar y aun que actuar en función de pensar. Y en ciertos niveles de la comunicación social, en las redes por ejemplo, por lo común no es de recibo comprender racionalmente. Quizá se reacciona ante un exceso de racionalidad del ancien régime, por lo que se ha ido modificando la moralidad basada en ella, lo que explicaría el desdén y, además, haría pensar en si no hay algo justificado en el cambio.

 

Campean la descripción y la narración como estructuras discursivas y reflexivas más recurrentes. No se basan en inferencias, es decir, en ir de un pensamiento a otro, de una idea o de un significado a otro, sino en la ilación de alusiones a la realidad temporal y espacial que constituye un cuadro o un relato. El modelo preferido va de imagen en imagen y todas se unen asindéticamente, es decir, como la conjunción “y” une una palabra o una oración con otra. Es frecuente la exposición de las propias ideas mediante un esquema archiconocido que suele empezar con “Ayer vino Fulano y me dijo”, o “¡No sabés lo que pasó!” En otros niveles, por ejemplo, en el literario, la narración suple las funciones del ensayo y explica muchas cosas con soltura y sin necesidad de conceptos abstractos abigarrados.

 

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La política y el periodismo son narrativos al ocuparse de lo que ocurre y al compararlo con lo que ha ocurrido, la primera deslizando su opinión interesada y el segundo omitiéndola. La historiografía, por su misma naturaleza, es una ciencia narrativa. La propaganda no pierde el tiempo en razonamientos y se resuelve en un sketch, short story o little sing, sin necesidad de mayor gasto, con abundante sugerencia visual y sonora. Las telenovelas narran hechos pomposos o triviales con estilo corriente y muchas veces caricaturesco, y las series televisivas procuran complementar la trama por medio de la imagen, que es capaz de narrar de una manera asombrosa, como la palabra. En síntesis, hay narraciones con pocas palabras y muchas imágenes, y opiniones en base a narrativas.

 

¿Acaso esta tendencia se corresponde con una justificada reacción contra cierto exceso de pensamiento racional, ordenado y lógico, cultivado en otras épocas? Si fuera así, el pasado histórico no registraría mucha narrativa, contrastando con el ingente acervo de novelas, cuentos, crónicas y descripciones que nos vienen de los tiempos más lejanos. La tendencia a pensar los problemas haciendo de la actividad humana su principal fundamento, cuidadosamente dispuesta en lugares y tiempos determinados, es característica de la tradición y tiene siglos y siglos de antigüedad.

 

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Habría dos grandes clases de pensamiento: el ajustado a lógica mediante la inferencia, y el ajustado a historia mediante la narración. Uno, basado en el salto de un estadio de conocimiento a otro, cuyo tramo alcanza la conclusión por sintaxis, no por semántica. Otro, basado en el paso de un estadio de conocimiento a otro, por semántica no por sintaxis, lo que permite la comprensión escalonada hasta conseguir el conocimiento final o desenlace, sin necesidad de recurrir a la inferencia. El primero tiene el inconveniente de la racionalización extrema, divorciada de la realidad concreta; el segundo tiene el inconveniente de la particularización, es decir, el riesgo de reducir lo general a las características de casos singulares y únicos.

 

Aquí aparecen dos curiosidades terribles y juntas. La primera es la de que no hay mucho futuro para el pensamiento asindético y continuo de la narración. Este tipo de pensamiento necesita experiencia histórica, testigos, hechos bien conocidos, espacios y dilataciones en el tiempo. Va en contra del avance tecnológico, renuente a toda lentitud y orientado hacia la instantaneidad, digitalización y mutación rápida, y a prescindir en lo posible del espacio. La segunda curiosidad consiste en que tampoco hay mucho futuro para el pensar racional, la forma clásica de argumentación que se atiene a los principios de identidad, no contradicción y tercio excluso, y que se complementa con el sentido común. Estos principios exigen un rigor que no se compadece con la plasticidad del mundo que se avecina, inconstante en aceptar fórmulas fijas, utilitario, cambiante en todo lo práctico y funcional.

 

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¿Deben modificarse los modelos de pensamiento o surgir uno nuevo porque los actuales parecen inadecuados? Se anuncian algunas fórmulas tecnológicas innovadoras capaces de asociar en una misma performance los dos modelos de pensamiento aquí explicados. El modelo racional ha sido flexibilizado, dando paso a una razón distendida que patentiza la lógica informal, para la que no son determinantes los grandes principios lógicos, con lo que adquiere las ventajas de lo narrativo. Así, las técnicas mecánicas y automáticas con programas prestablecidos que resolvían un numero escaso de problemas han quedado obsoletas. Los problemas empiezan a resolverse por medio de ingenios electrónicos que son capaces de cambiar en la marcha ante dificultades imprevistas. Ya no habría susto, no se presentarían contratiempos, y los accidentes no necesitarían que se empiece todo de nuevo, puesto que el programa se encargaría de hacer los cambios necesarios sin interrumpir el proceso.

 

La realidad empírica pasaría poco a poco a rendirse ante la potencia de la tecnología, que no es sino parlamentar con la inteligencia. Por lo que se puede vislumbrar un nuevo modelo de pensamiento. De una racionalidad plástica, inspirada en la lógica, pero que se adapta a la transformación permanente e inevitable de la realidad, en la que se inspira la narración, parece surgir un nuevo camino de conocimiento. Lo auguran las mediciones y cálculos autónomos, eventuales y rápidos, no necesariamente exactos, como los quiere la vieja racionalidad, sino aproximados y fértiles, como los quieren las ciencias sociales.

 

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Un nuevo espíritu para la racionalidad y una nueva lógica para el espíritu, y, como agregado promisorio, horizontes insospechados en el arte, territorios fantásticos en la literatura, palpitaciones, emociones y sentimientos renovados en la poesía, la música, el movimiento en la danza, la escultura y el cine. Las humanidades vivirían la transición tan esperada que tal vez resuelva el cisma entre la razón soberana y el sometimiento a los hechos, esto es, la teoría inmaculada y la realidad contaminada e impura.

 

Surgiría quizá un nuevo modelo que abandonaría el afán de exactitud tanto como la normatividad rigurosa, concebidas sin respetar la infinita variabilidad y versatilidad de la naturaleza, el cosmos y la vida humana. Un modelo que pudiera escapar de las fronteras lógico-matemáticas estrictas y, al mismo tiempo, evitar los riesgos de la improvisación y la fantasía. Que pudiera operar con la humildad de la lentitud, pero también con el alarde de la rapidez. Advendría si se pudiera cumplir lo que hasta ahora sólo es parte de una esperanza. Porque quedaría en el medio el siguiente asunto final y muy importante:

 

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El modelo narrativo está sujeto a las impresiones de cada individuo, a la subjetividad propia de cada conciencia, diferente en cada observador, en cada narrador, en cada historiador, en cada uno de aquellos que se proponen describir lo que han visto, lo que imaginan o lo que investigan del pasado. El modelo lógico, por su parte, se atiene sólo a las impresiones que han sido aprobadas por todos, de acuerdo a una categoría alcanzada por unanimidad de opiniones, categoría de la objetividad, resultante de un mecanismo de consenso del conocimiento. Objetividad y subjetividad, pues, han resultado los polos opuestos de un abanico de pensamiento que se extiende desde la ciencia al arte, desde la historiografía a la narrativa, desde la opinión autorizada a la común o, como entendían los griegos antiguos, desde la alezeia (=verdad) a la doxa (=opinión o apariencia).

 

Pero, si bien la objetividad se corresponde con el plano del conocimiento objetivo, el que pretende arrogarse la ciencia, la subjetividad se corresponde con el plano del conocimiento intuitivo, mental, de sólo experiencia directa y elaboración rudimentaria, plano que estudian la psicología, la neuropsicología y otras ciencias que abarcan fenómenos en gran parte negados a la indagación experimental. Si bien el primero es bien conocido, al menos en lo que se refiere a sus procedimientos y métodos, el conocimiento subjetivo carece de ese privilegio, contando con un acervo de saber limitado casi en su totalidad a las posibilidades de la introspección.

 

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Y aquí yace el problema, porque la introspección es una vía rechazada por la mayoría de los pensadores, y la subjetividad una dimensión de la conciencia humana que ha sido relegada al mundo de la fantasía y la ilusión. ¿A qué se debe este quiebre en el tratamiento dado por los estudiosos al conocimiento subjetivo? Varias ciencias neuroquímicas y todo el espectro de la tecnología biológica actual han facilitado el surgimiento de nuevas teorías sobre el desempeño humano y sobre su capacidad de aplicar modelos lógicos, cuasi lógicos o algoritmos, y de avanzar en la resolución del problema mente-cerebro. Se ha procurado suplir con estas ciencias la antigua investigación introspectiva sobre la subjetividad.

 

Si la concepción de la subjetividad se renovara, la introspección seguiría siendo un instrumento valioso. La ciencia persiste en el supuesto de que la subjetividad se corresponde con un medio aislado de la realidad, sobreviviente en la soledad caprichosa de la conciencia. La misma subjetividad sin puesta a punto, confinada en el reino de la fantasía, relegada por la superstición y los mitos, le ha sugerido ese supuesto a la ciencia, cuya historia está llena de fallas por su culpa. Pero también ha intervenido en la inspiración de los más asombrosos descubrimientos e invenciones, confirmando que es tributaria de la misma historia experiencial de la objetividad.

 

Las relaciones de la historia personal con los modelos narrativo y lógico hacen la única diferencia entre esas dos dimensiones de la conciencia. Pero es otra historia, una nueva historia que narrará el arribo de un nuevo modelo de pensamiento.

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