miércoles

HACIA UN TEATRO POBRE (26) - JERZY GROTOWSKI

  

 AKROPOLIS: TRATAMIENTO DEL TEXTO (2)

 

LUDWIK FLASZEN

 

(*) Este texto del crítico literario del Laboratorio Teatral ha sido publicado en Pamietnik Teatralny (Varsovia, 3, 1964), en Alla Ricerca del Teatro Perduto (Marsilio Editori, Padua, 1965) y en la Tulane Drama Review (Nueva Orléans, t. 27, 1965).

Akropolis fue producida por Jerzy Grotowski; su colaborador principal en esta producción fue el conocido escenógrafo polaco Josef Szajna, que también diseñó los trajes y la utilería. La arquitectura escénica fue de Jerzy Gurawaki. Principales personajes: Jacob, el arpista, director de la tribu que muere: Zygmunt Molik; Rebecca Casandra: Rena Mirecka; Isaac: Antonio Jaholkowski; Angel Pris: Zbigniew Cynkutis, o Mieczislaw Janowski; Esaú: Ryszard Cieslak.

 

La representación: del hecho a la metáfora

 

La obra fue concebida como una paráfrasis poética de un campo de exterminio. La interpretación literaria y la metáfora están entreveradas como en una pesadilla diurna. Es regla del Laboratorio Teatral difundir la acción en todo el teatro y entre los espectadores. Sin embargo, estos no deben tomar parte de la acción. Para Akropolis se decidió que no hubiese contacto directo entre los actores y los espectadores: los actores representan a aquellos que han sido iniciados para vivir la última experiencia, son los muertos; los espectadores representan a los que están fuera del círculo de los iniciados, a los que permanecen en la corriente de la vida diaria, son los vivos. Esta separación, aunada a la proximidad de los espectadores, contribuye a la impresión de que los muertos han nacido de un sueño de los vivos. Los prisioneros habitan una pesadilla y parece que se acercan por todas partes a los espectadores dormidos. Surgen en diferentes lugares, simultánea y consecutivamente, creando un sentimiento de vértigo y de ubicuidad amenazante.

 

A mitad del cuarto está situada una enorme caja, hay desperdicios metálicos que se amontonan encima de ella: chimeneas de estufas de varias longitudes, de diversos tamaños, una tina, clavos, martillos, una carretilla. Todo es viejo, oxidado, y parece provenir de un almacén de desperdicios. Lo real en la utilería es el óxido y el metal. A partir de ellos progresa la acción, y los actores construirán una civilización absurda; una civilización de cámaras de gas que anuncian las chimeneas de las estufas que decorarán todo el cuarto a medida que los actores las cuelgan de cuerdas o las clavan al piso. De esta manera establece el paso del hecho a la metáfora.

 

Los trajes

 

Los trajes son bolsas llenas de agujeros que cubren cuerpos desnudos. Los agujeros forrados con tela que sugiere carne desgarrada; a través de los agujeros se ve directamente un cuerpo deshecho. Pesados zapatos de maderas cubren sus pies; las cabezas llevan gorros anónimos. Es una versión poética del uniforme del campo de concentración. Esta uniformidad despoja al hombre de su personalidad, borra los signos distintivos que indican el sexo, la edad y la clase social. Los actores se convierten en seres completamente idénticos. Son sólo cuerpos torturados.

 

Los asilados son los protagonistas y, en nombre de una ley no escrita, superior, son sus propios verdugos. Las despiadadas condiciones de vida de los campos de exterminio constituyen su medio ambiente, el trabajo los aplasta por su desmesura y futilidad; señales rítmicas son dadas por los guardias y los asilados contestan aullando. Pero la lucha por obtener el derecho de vegetar y de amar sigue su paso cotidiano. A cada orden de mando los miserables seres humanos se ponen de pie, y se yerguen como soldados bien disciplinados. El ritmo palpitante de la obra descubre la construcción de una nueva civilización; la obra expresa la obstinada voluntad de vivir de los asilados, voluntad que se reafirma constantemente en cada una de sus acciones.

 

No hay héroe, no hay personaje separado de los demás por su propia individualidad, existe sólo la comunidad, imagen de toda la especie en una situación extrema. En los fortísimos, el ritmo se rompe en un clímax de palabras, cantos, gritos y ruidos. Todo aparece multiforme y deshecho, todo se disuelve y luego se recrea en una unidad tambaleante, es la reminiscencia de una gota de agua bajo un microscopio.

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