miércoles

A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (42) - MARYSE RENAUD

 Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola 

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.


HISTORIA Y FICCIÓN

 

IV. EL FIN DE LOS TIEMPOS HEROICOS (5)

 

Ubicada en el centro de la trama novelesca de todos los primeros textos, Europa irá pasando paulatinamente a planos secundarios, hasta terminar ubicada en la periferia de la ficción. Este desplazamiento del centro de interés inicial no es por supuesto ajeno a la importancia que adquirirá, a partir de La vida breve, la historia de América Latina y, muy especialmente, la del Río de la Plata. Es cierto que las menciones a Europa no desaparecen arbitrariamente en las obras posteriores a 1950. Pero esta Europa, generalmente asociada a la degradación y desestabilización, sólo es traída a colación en la exacta medida en que puede esclarecer la evolución de la sociedad americana. Así pueden explicarse, por ejemplo, en El astillero, las alusiones burlonas al hundimiento napoleónico (81 bis), como aproximación a la triste empresa de Larsen, y las duras críticas de que es objeto, en la última novela de Juan Carlos Onetti, la colonia suiza instalada junto a Santa María.

 

Dejemos hablar al viento describe, en efecto, el desmoronamiento irreversible del sistema patriarcal, frente al reiterado empuje de un nuevo sistema. Y, sintomáticamente, los valores europeos aparecen aquí bajo una luz distinta: agresiva y despiadada. Es en esta novela más que en ningún otro texto de Juan Carlos Onetti, donde Europas mostrará abiertamente su mercantilismo insaciable, su chocante superabundancia de laberintos inútiles impuestos a la arquitectura de la ciudad vieja;

 

Poco antes de medianoche Medina fue atravesando los vestigios del Plaza, infectos ahora por el olor generoso de la comida italiana. Se introdujo en la humedad de pasillos deformados por la albañilería reciente, recorrió laberintos fáciles e inútiles.

No eran los restos de una ciudad arrasada por la tropa de un invasor. Era la carcoma, la pobreza, la irónica herencia de una generación perdida en noches sin recuerdo, en la nada.

Quedaban vestigios: el polvo encima de un sillón de cuero, arrinconado y rengo; espejos manchados de cal, incrustado en madera crema; pequeñas rosas de yeso esparcidas, desordenadas, en las paredes. Guiado por el orégano y el ajo, llegó al restaurante (82)

 

La ilusión civilizadora que provocara antaño la imagen de una Europa generosa, ha sido sustituida ahora por un amargo escepticismo. El mito unificador hacia el que se volvían instintivamente imantados los héroes onettianos huérfanos de España, ¿se ha vuelto un nuevo anzuelo? Es lo que se sugiere en Dejemos hablar al viento, donde extrañas fuerzas desestabilizadoras parecen querer adueñarse de todo el escenario:

 

-Todo en esta ciudad -dijo el médico, tenía la voz opaca y ablandada-. Sufrimos de dermatitis, cada día se nos cae un pedazo de piel, o un recuerdo. O también una cornisa. Cada día nos sentimos más solos, como en exilio. Y cada día los gringos de la Colonia compran un nuevo pedazo de ciudad. Casi no queda un comercio que no sea propiedad de ellos. El mismo Campisciano, a pesar del apellido, no es más que un delegado de ellos. A veces pienso que le dieron o prestaron dinero para que comprase el Plaza. Y para que lo fuera destruyendo y afeando a fuerza de tabiques. Hoy es una casa de pensión. Este mismo salón, si usted recuerda cómo era.

-Ya sé. Yo vivo aquí. Tengo una pieza con baño y ventana. Cuando no estoy en la casita de la playa.

-Sí, todo es triste. Ya no voy a jugar al póquer en el club. No queda nadie de mi tiempo, de nuestro tiempo, quiero decir. Espero el sueño en mi casa. Solitarios y partidas de ajedrez (83)

 

Este desesperado diagnóstico nos lleva a realizar algunas reflexiones. Recordemos, antes que nada -para destacar su importancia, que está emitido por Díaz Grey en el capítulo XXX, donde el médico aparece por primera vez en la novela. Este Díaz Grey sereno, lúcido y visceralmente apegado a la Santa María que ha visto evolucionar, es el principal narrador-testigo del ciclo “sanmariano”. De modo que sus análisis difícilmente pueden ponerse en duda: los colonos de origen germánico han acabado por desplazar a los inmigrantes mediterráneos y católicos integrados a la ciudad desde hace muchísimo más tiempo. Esta constancia es avalada implícitamente por Medina, además, quien -no sin cierto humor- reconoce la temible eficacia de los “gringos”:

 

Medina sintió cabeceando y estuvo moviendo con aire pensativo el líquido en el vaso.

-Gracias por la confianza, doctor -murmuró en tono de velatorio-. Soy un amigo. Y además, un amigo que comprende y respeta. Por eso le digo, en plan de amistad, que alguna vez le hablaré de dinero y de un proyecto. Pero no piense en nada comercial, no voy a instalar un negocio para hacerle competencia a los gringos. No se trata de comprar y vender. No se trata de ganar nada. Es al contrario. Por eso puede ser que usted ayude, sólo una persona como usted. Y le juro por lo que más quiera que no lo estoy adulando (84).

 

Santa María se desmorona, pues, lentamente bajo el asedio de un enemigo que forma parte de su propia población: son, en efecto, los minoritarios “gringos de la colonia suiza”, los que vuelven la espalda a la abigarrada ciudad “de los oscuros”, donde se mezclan criollos, italianos, mulatos y “mestizos” salidos de los “rancheríos” (84 bis). Es aquella Europa antaño esperanzadora, en definitiva, la que ahora desestabiliza a Santa María hasta terminar, a la postre, por aniquilarla.

 

Notas 

(81 bis) Ximena Mandákovic, “Mito y miseria en El astillero de Onetti”, en Acta Literaria Academiae Scientiarum Hungaricae, Tomus 23 (3-4, 1981).

(82 Dejemos hablar al viento, cap. XXX, p. 195.

(83) Ibíd, Cap. XXX, pp. 196-197. (El subrayado es nuestro.)

(84) Ibíd, Cap. XXX, p. 198. (El subrayado es nuestro.)

(84 bis) Cf. al respecto, sucesivamente, La vida breve (Cap. 8, p. 205), Para una tumba sin nombre (I, pp. 7-9) y El astillero (Santa María II, p. 89).

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