miércoles

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 94

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Al pasar frente a una pensión vi un cartel anunciando que había habitaciones libres y le pedí al taxista que parara. Le pagué, me acerqué al vestíbulo y toqué timbre. La pelea me había dejado un ojo morado y la ceja del otro abierta, la nariz hinchada y los labios partidos. Tenía la oreja izquierda roja y brillante, y cada vez que me la tocaba sentía una especie de electricidad sacudiéndome el cuerpo.

 

Me abrió un viejo. Usaba una camiseta que parecía rociada por arvejas con chile. Tenía el pelo gris muy despeinado, no se había afeitado y fumaba un pucho babeado y jediondo.

 

-¿Usted es el dueño? -le pregunté.

 

-Ahá.

 

-Necesito una pieza.

 

-¿Trabaja?

 

-Soy escritor.

 

-Pero no tiene pinta de escritor.

 

-¿Y qué pinta tienen los escritores?

 

No me contestó.

 

Y después dijo:

 

-Son dos dólares cincuenta por semana.

 

-¿La puedo ver?

 

Eructó y dijo:

 

-Venga conmigo.

 

Cruzamos un gran vestíbulo sin alfombra. El parquet crujía y parecía hundirse cuando lo pisabas. De golpe se oyó la voz de un hombre que llegaba de una de las piezas.

 

-¡Chupámela, yegua de mierda!

 

-Son tres dólares -contestó la mujer.

 

-¿Tres dólares? ¡Te voy a romper el culo!

 

Después sonó un cachetazo muy fuerte y ella chilló. Nosotros seguimos caminando.

 

-La pieza está en el fondo -dijo el viejo. Se acercó a la puerta número 3 y la abrió. Había una cama del tamaño de una cuna, una manta, un armarito y una estantería diminuta con un calentador encima.

 

-Tiene calentador -me dijo.

 

-Muy bien.

 

-Tiene que pagarme los dos dólares cincuenta por adelantado.

 

Le pagué.

 

-Mañana le doy el recibo.

 

-Muy bien.

 

-¿Cómo es su nombre?

 

-Chinaski.

 

-Yo soy Connors.

 

Sacó una de las llaves que le colgaban y me la entregó.

 

-Este es un lugar lindo y tranquilo, y quiero que siga siéndolo.

 

-Por supuesto.

 

Se fue y cerró la puerta. Había nada más que una bombita sin pantalla colgando del techo. Pero la pieza estaba bastante limpia y no me pareció mal. Salí y cerré con llave, crucé el patio del fondo y me metí en un callejón.

 

No le tendría que haber dado mi nombre al viejo, pensé. Capaz que maté al negrito de la calle Temple.

 

Había una larga escalera de madera que conducía a una calle más baja de la colina. Bastante romántico. Fui a comprar dos botellas de vino en una tienda de bebidas y, como tenía hambre, una bolsa de papas fritas.

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