domingo

ALBERT HOFMANN - LSD: CÓMO DESCUBRÍ EL ÁCIDO Y QUÉ PASÓ DESPUÉS EN EL MUNDO (32)

 

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Encuentro con Timothy Leary

 

Leary vivía con su esposa en Villars-sur-Ollon, un lugar de veraneo en el Valais. Por mediación del Dr. Mastronardi, el abogado del Dr, Leary, se arregló un encuentro conmigo. El 3 de setiembre de 1971 me encontré con él en el bar de la estación ferroviaria de Lausanne. El saludo, bajo el signo de la comunidad de destino debida al LSD, fue cordial. De mediana estatura, delgado, flexible, movedizo, la cara enmarcada por cabello castaño, entrecano, levemente ondulado, de aspecto juvenil, con ojos claros y sonrientes… Leary parecía más bien un campeón de tenis que un antiguo docente de Harvard. Viajamos en coche a Buchillons, donde en el cenador del restaurante A la Grande Forêt, con pescado y una botella de vino blanco, se inició el diálogo entre el padre y el apóstol del LSD.

 

Le dije que lamentaba que las promisorias investigaciones con LSD y psilocybina en la Universidad de Harvard hubieran tomado un rumbo que hacía imposible su prosecución en el marco académico.

 

El reproche más serio que le formulé a Leary se refirió, sin embargo, a la propagación de LSD entre los jóvenes. Leary no intentó refutar mis opiniones acerca de los peligros especiales de LSD para la juventud. Con todo, opinó que mi reproche de haber seducido a personas inmaduras al consumo de drogas no estaba justificado, porque los teenager estadounidenses se podrían equiparar a europeos adultos en lo que respecta a información y a experiencia vital exterior. Alcanzarían muy tempranamente un estado de madurez, pero también un simultáneo estado de saturación y de estancamiento espiritual. Por eso consideraba que la experiencia de LSD también tenía sentido y era útil y enriquecedora para esas personas relativamente jóvenes.

 

Luego le critiqué a Leary en esta conversación la gran publicidad que les daba a sus experimentos con LSD y psilocybina, al invitar a periodistas de diarios y revistas, movilizar a la radio y la televisión y hacerles informar al gran público. Lo que allí importaba no era la información objetiva sino el éxito publicitario. Leary defendió esta exagerada actividad publicitaria argumentando que era su papel providencial hacer conocer el LSD en todo el mundo. Ello habría tenido efectos tan positivos sobre todo en la generación joven de la sociedad norteamericana, que no debía entrar en cuenta los pequeños prejuicios y los lamentables incidentes causados por un empleo equivocado del LSD.

 

En esta conversación pude comprobar que se es injusto si se califica a Leary sin más ni más como apóstol de las drogas. Leary distinguía severamente las drogas psicodélicas -LSD, psilocybina, mescalina,, hashish-, de cutos efectos beneficiosos estaba convencido, de los estupefacientes conducentes a la toxicomanía: morfina, heroína, etc., y alertaba repetidamente contra el uso de estos últimos.

 

Este encuentro personal con Leary me dejó la impresión de una personalidad afable, convencida de su misión, que defiende sus opiniones a veces bromeando, pero sin transigir y que, trasuntado por la fe en los efectos mágicos de las drogas psicodélicas y del optimismo resultante, navega entre nubes y tiende a subestimar o incluso a no ver las dificultades prácticas, los hechos desagradables y los peligros. Esta despreocupación Leary también la evidenciaba frente a las acusaciones y peligros que afectaban a su propia persona, como lo muestra patentemente su vida en los años siguientes.

 

Durante su estancia en Suiza volví a ver a Leary casualmente en febrero de 1972 en Basilea, con motivo de una visita a la casa de Micharl Horowitz, el curador de la Fitz Hugh Ludlow Memorial Library, una biblioteca de Chicago especializada en literatura sobre drogas. Viajamos juntos a mi casa en el campo, donde proseguimos nuestra conversación de setiembre. Leary parecía haber cambiado. Se mostraba inquieto y distraído, de modo que en esta oportunidad no se dio un diálogo productivo. Este fue mi último encuentro con el Dr, Leary.

 

Abandonó Suiza a finde año con su nuevo amor, Joanna Harcourt-Smith, tras haberse separado de su esposa Rosemary. Después de una breve estancia en Austria, donde Leary participó en una película esclarecedora sobre la heroína, Leary siguió viaje con su amiga a Afganistán. En el aeropuerto de Kabul fue detenido por agentes del servicio secreto norteamericano y llevado de nuevo a California a la cárcel de San Luis Obispo.

 

Después que ya no se hablaba de Leary, reapareció su nombre en los diarios en el verano de 1975. Leary habría conseguido que lo pusieran en libertad antes de tiempo. Pero fue liberado sólo en la primavera de 1976. Sus amigos me contaron que estaba ocupándose ahora en problemas psicológicos de la navegación espacial y en la investigación de las correspondencias cósmicas del sistema nervioso humano en el espacio interestelar, es decir, en problemas cuyo estudio seguramente ya no le acarreará problemas con las autoridades.

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