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A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (34) - MARYSE RENAUD

  

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

 Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola

   

II. LA EMERGENCIA DE UNA LÓGICA PASIONAL (3)

 

Si revisamos lar larga lista de personajes masculinos que jalonan las obras de Juan Carlos Onetti, veremos que la mayoría de ellos encaja, como los mencionados protagonistas de Los niños en el bosque, en la categoría de los de esta doble instintividad. Frente a la presión del mundo exterior y el inevitable peso de la Historia, reaccionarán en forma bastante desconcertante. Tanto los adolescentes como los adultos, en determinado momento de su itinerario personal, darán la espalda a una existencia puramente racional apara abandonarse a pasiones pasajeras. Así, Jorge Malabia, enviado por su familia a realizar sus estudios en Buenos Aires, preferirá llevar una vida marginal y poética -aunque bastante turbia- junto a Rita y el chivo, antes que vivir con la seguridad y la aplicación de un estudiante tradicional. Esa actitud provocativa, tan duramente juzgada por su ex-amigo y rival Tito Perotti al final de Para una tumba sin nombre, responde a decir verdad al deseo de romper con la burguesía de Santa María a la cual pertenece:

 

¿La prima? Apareció al final, cuando Rita ya estaba desahuciada. Se llamaba Higinia, una gordita oscura pero muy linda. Estuvo unos días haciendo la comedia de la enfermera, cuidando a Rita y al chivo, y, tal vez, también a Jorge. Jorge tenía entonces una enfermedad misteriosa. No sé si le dijo que perdió un año de Facultad y que los padres creen que está en tercero cuando todavía no aprobó todo el segundo. La prima debe andar por las salas de baile de Palermo o alguno la mantiene porque era de veras linda si la bañaban. La prima estuvo unos días haciendo la santa; pero se orientó en seguida, con un instinto de animal y desapareció. Una vez estuvo de visita, con uno de esos autos que se alquilan por día y con chófer. Trajo paquetes, comida y regalos, y vaya a saber si no vino sólo para exhibirse delante de la Rita (47)

 

Por otra parte, las largas y poco coherentes explicaciones justificativas dadas por Jorge Malabia a Díaz Grey, su principal confidente, no loran enmascarar del todo esa rabiosa necesidad de independencia. En el caso del protagonista de El posible Baldi encontramos la misma impaciencia frente a los adormecedores valores de una sociedad amenazada por la esclerosis. Porque si bien el personaje sueña por un instante con fundar una “Academia de la Felicidad” que proclame y encarezca los méritos del modelo burgués, sus convicciones resultan enteramente sacudidas por la aparición de una romanticona extranjera. La pasión reprimida es más fuerte que todo, y la contrahistoria de santgre, violencia y muerte que inventa Baldi para seducir a su interlocutora puede ser interpretada como una brutal acusación al legalismo inhibidor de la sociedad tradicional y, aun más generalmente a la mediocridad “rioplatense”:

 

Comparaba al mentido Baldi con él mismo, con este hombre tranquilo e inofensivo que contaba historias a los Bovary de plaza Congreso. Con el Baldi que tenía una novia, un estudio de abogado, la sonrisa respetuosa del portero, el rollo de billetes de Antonio Vergara contra Samuel Freider, cobros de pesos. Una lenta vida idiota, como todo el mundo. Fumaba rápidamente, lleno de amargura, los ojos fijos en el cuadrilátero de un cantero. Sordo a las vacilantes palabras de la mujer, que terminó callando, doblando el cuerpo para empequeñecerse.

Porque el Dr. Baldi no fue capaz de saltar un día sobre la cubierta de una barcaza, pesada de bolsas o maderas. Porque no se había animado a aceptar que la vida es otra cosa, que la vida es lo que no puede hacerse en compañía de mujeres fieles, ni hombres sensatos. Porque había cerrado los ojos y estaba entregado, como todos. (48)

 

Pero no sólo los adolescentes y los hombres jóvenes tienen el atributo de la espontaneidad. Muchos son los adultos que reaccionan igualmente de la misma forma, aunque sosegadamente, frente a una sociedad que los domina sin satisfacerlos. Es así como Aránzuru, cuyas apariciones y eclipses voluntarios ritman Tierra de nadie, se deja llevar por sus múltiples y contradictorios impulsos. A diferencia de un Casal o un Llarvi, siempre dispuestos a discutir sobre arte o idología, Aránzuru opta por el pragmatismo más absoluto. Lejos de los teóricos y los razonadores, no hace sino acumular experiencias amorosas de todo tipo, en búsqueda de no se sabe qué súbita revelación: Nené, Katty y hasta un joven homosexual pasan absurdamente por su lado:

 

Él tragaba el humo sonriendo, mirándola. El cuarto estaba sembrado de restos de comida, cáscaras de naranja, ropas apelotonadas y sucias. El libro estaba abierto en el suelo, con una mancha de culo de pocillo. Se descubría a veces, también, un olor vago a excrementos, gato o perro. Aránzuru se acariviaba la barba:

-Pensaba afeitarme esta mañana… ¿Qué hay de la guerra?

-No sé. No leo.

-Bueno. ¿Vino así, a visitarme, puramente por eso? Tratándose de usted…

(…) Bueno.

-¿No podemos salir? Vamos a algún lado a conversar.

-¿Ahora? No, espere. Maldita la gana de vestirme.

-Así me cuenta algo de lo que se pueda contar de lo que hizo.

-Bah. Nada. Anduve un poco. Tipos, mujeres… Me emborraché algunas veces,,, ¿Qué más?

-¿Piensa siempre en la isla?

-¿A usted también le hablé de la isla? Pienso… Pero tanto da. ¿Vio el fonógrafo? Es divertido (49)

 

A veces, la impulsividad de ciertos temperamentos sólo se revelará al filo de algún hecho dramático, como en el caso del “cajero prófugo” de La cara de la desgracia. En el momento en que el narrador se apiada de su desgraciado hermano y lamenta su excesiva modestia y su resignación acobardada y apática, estalla la verdad: el empleado modelo robaba desde hacía mucho tiempo en su empresa y se dedicaba a mentirle a su propio hermano por el simple placer de engañarlo. Pero al contrario de lo que podía suponerse, el narrador, después de un leve gesto de irritación y sorpresa, se pone a apreciar las mentiras gratuitas y el talento fabulador de su hermano. Las pasiones de la fantasía y el deseo han triunfado saludablemente sobre la razonable honorabilidad burguesa:

 

Yo había mostrado siempre desde la adolescencia mis defectos, tenía razón siempre, estaba dispuesto a conversar y discutir, sin reservas ni silencios. Julián, en cambio -y empecé a tenerle simpatía y otra forma distinta de la lástima- nos había engañado a todos durante muchos años. Este Julián que sólo había podido conocer muerto se reía de mí, levemente, desde que empezó a confesar la verdad, a levantar sus bigotes y su sonrisa, en el ataúd. Tal vez continuara riéndose de todos nosotros a un mes de su muerte. Pero para nada me servía inventarme el rencor o el desencanto.

Sobre todo, me irritaba el recuerdo de nuestra última entrevista, la gratuidad de sus mentiras, no llegar a entender por qué me había ido a visitar, con riesgos, para mentir por última vez (50)

 

El comportamiento de numerosos personajes onettianos responde, pues, a una lógica mucho más pasional que racional. Es esta lógica del sentimiento -siempre oscilante entre la fascinación y la repulsión- la que caracteriza fundamentalmente las relaciones entre la Historia y los personajes. más allá de sus frecuentes apariencias hurañas e inhumanas. Y es sobre todo bajo el signo de la frustración, de la ausencia del Padre, real o simbólico, como se desarrolla la mayor parte de la obra del escritor uruguayo.

 

Notas 

(47) Para una tumba sin nombre, V, p. 73.

(48) El posible Baldi, en Tiempo de abrazar.

(49) Tierra de nadie, XLVI, p. 136.

(50) La cara de la desgracia, en Tres novelas, pp. 41-42.

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