por Claudio Vergara
El 8 de
diciembre de 1980, hace cuatro décadas, eso fue lo primero que el joven escuchó
luego de asesinar a John Lennon y en voz del portero del edificio Dakota. ¿Cómo
llegaron a cruzarse la vida del músico más célebre del planeta y la de un
anónimo guardia de seguridad?
John Lennon pudo haber muerto mucho
antes. Por ejemplo, el jueves 5 de junio de 1980.
Ese día el músico estaba pasando un período
de descanso en las islas Bermudas junto a su profesor de náutica, quien le
ofreció aventurarse con otros pasajeros en un velero por el Atlántico antes que
llegara la temporada de huracanes. Pero el océano no respeta planificaciones.
Cuando ya contaban tres días, el oleaje
descargó una furia inesperada, gran parte de la tripulación se mareó y Lennon
debió ayudar tomando por varias horas el timón, quizás recordando que sus
orígenes familiares más remotos estaban en el trabajo como marineros de su abuelo
y su padre. O recordando también sus vínculos familiares más recientes: cuando
salió de su residencia en Nueva York, su hijo Sean, en ese entonces de cuatro
años, le había dicho que por favor se cuidara mucho.
“Fue una tormenta que casi hundió la
nave y casi mató a toda la tripulación, incluido John. Pero ahí él fue quien
les salvó la vida al tomar el timón. La experiencia lo regocijó y lo
rejuveneció. Lo hizo sentir empoderado. En esas vacaciones también descubrió en
el jardín botánico unas fresias amarillas llamadas Double fantasy, las que le dieron título al último disco de su
vida”, cuenta a Culto la escritora inglesa Lesley-Ann Jones, autora del
reciente libro “¿Quién mató a John Lennon?”, aparecido en septiembre.
El mismo cantautor rememoró el casi naufragio
en una entrevista semanas después en Playboy: “Al final llegué a disfrutar de
la experiencia y me puse a cantar antiguas canciones marineras a la cara de la
tormenta y los truenos”.
No cabe duda que a partir de ahí Lennon
sintió la tranquilidad del sobreviviente que llega a proclamarse casi
invencible. Hasta que la tarde del lunes 8 de diciembre un exguardia de
seguridad llamado Mark Chapman llegó hasta las puertas del edificio Dakota.
Nacido en 1955 en Texas, e hijo de una
enfermera y de un sargento de la Fuerza Aérea, Mark David Chapman creció
enfrentado a dos de las circunstancias de las que casi nadie puede zafar: las
impuestas por la familia y las impuestas por la época en que te toca vivir.
Su padre lo maltrataba física y
verbalmente, por lo que debió buscar un refugio en su madre, quien balanceaba
su autoestima garantizándole que él era un niño destinado a la grandeza. Y como
toda persona que se hizo joven en los años 60, la grandeza era sinónimo de The
Beatles.
En efecto, parte de esa gloria
prometida por su progenitora la vio representada en los Fab Four, sobre todo
cuando a partir de los 14 años empezó a probar LSD y se recostaba tardes
enteras a escuchar el disco “Magical mystery tour” (1967). Ahí comenzó su
obsesión con John, aunque con la imagen caleidoscópica e infantil de los días
psicodélicos: su mirada se perdía en la figura de bigotes y traje amarillo de
“Sgt. Pepper”, así como su mente flotaba en la voz narcótica del cantante en
“Lucy in the sky with diamonds”.
El impacto de los ingleses fue tan
incalculable que incluso fueron capaces de penetrar las callejuelas más oscuras
del comportamiento humano. No es casualidad que el otro asesino más célebre de
la cultura popular, Charles Manson -otro fan que se proponía superar la trascendencia
del cuarteto y que se inspiró en las canciones del Álbum Blanco para sus
crímenes- haya tenido también a los Fab Four como el inicio y el final de su
viaje al abismo.
El mismo John leyó hacia 1975 el libro
acerca de Manson que escribió el fiscal que llevó su juicio, Vincent Bugliosi,
y sintió terror al imaginar que las composiciones que él mismo había escrito
podían construir a un homicida.
Lesley-Ann Jones comenta: “Chapman era
un individuo complicado, disfuncional y atormentado. En su vida no fue más que
eso. Todas las otras teorías de la conspiración que se han escrito en torno a
él no tienen demasiada agua”.
Entre fines de los 60 y principios de
los 70, la canción de los Beatles que mejor podía definir la personalidad del
futuro asesino no era “Lucy in the sky” ni “I am the walrus”; era “Nowhere man”
(Hombre de ninguna parte).
Por esa fecha, su existencia fue un
peregrinaje sin domicilio ni trabajo establecido, viviendo en las calles de
Atlanta tras concluir la secundaria, transformándose en presbiteriano para
encabezar un campamento de verano del YMCA, mudándose por un tiempo a Chicago
para tocar guitarra en las iglesias y trabajando para World Vision en un campo
de refugiados vietnamitas.
En su libro titulado “Nowhere man”, el
periodista Robert Rosen postula que toda esa travesía tenía como meta abandonar
de una vez el anonimato y abrazar la merecida fama que le había profetizado
mamá. Como nada resultaba, Chapman en 1977 dio el último gran paso del plan y
se fue a vivir a Honolulu, Hawái, el paraíso del surf y el neón donde sólo hay
espacio para triunfadores.
En esa nueva vida encontró a su esposa
-la agente de viajes japonesa Gloria Abe-trabajó como garzón, guardia y
camillero, y en sus tiempos libres se encerraba durante horas en la biblioteca
pública para leer una novela recomendada años antes por un amigo, “El guardián
entre el centeno”, de J. D. Salinger, la historia de un joven (Holden
Caulfield) hastiado de la hipocresía del mundo mayor.
En esas mismas sesiones de lectura se
topó en un estante con el libro John Lennon: one day at a time, escrito por un
exasesor del músico, Anthony Fawcett, y simplemente no lo pudo creer: el ex
Beatle, el revolucionario, el insurrecto, el pacifista, mostraba su lujoso
departamento del edificio Dakota donde desde hace años yacía como un
multimillonario ejemplar. Según varios biógrafos del autor de “Help!”, fue en
ese minuto en que empezó a concebir el único plan que lo arrancaría del
anonimato para siempre.
Robert Rosen, ahora en conversación con
este diario desde Nueva York, detalla: “Chapman estaba enfermo. Leyó El guardián entre el
centeno y pensó que John era el hipócrita
máximo, porque tenía más posesiones que nadie, pese a cantar en Imagine: ‘imagina que no hay posesiones’. Llegó a creer
que la música de John había engañado a toda una generación. Pensó que tenía que
morir como castigo. Y después de asesinarlo, él creía que desaparecería en las
páginas de la novela, escribiendo un nuevo capítulo, el 27, con la sangre de
Lennon (el texto sólo tiene 26)”.
Tras reventar su tarjeta de crédito en
Honolulu, Chapman vendió una serigrafía que había adquirido hace poco y con ese
dinero, el 27 de octubre de 1980, fue a comprar un revólver en una tienda de
armas donde se identificó como guardia. En parte ese oficio le permitió sortear
sin miradas de recelo una de las preguntas incluidas en el formulario de venta:
¿sufre usted de alguna clase de perturbación o enfermedad mental?
Dos días después le dijo a su esposa
que debía viajar a Nueva York por asuntos laborales. Al alojarse cerca del
Dakota, supo que su blanco era fácil. Lennon contaba varias temporadas
declarando que se mudó a la Gran Manzana porque podía caminar con tranquilidad,
sin ser acosado, por lo que verlo por los alrededores de su residencia era una
imagen frecuente en el vecindario. Hasta hoy, fans de los Beatles que superan
los 60 años muestran en Facebook antiguas fotos junto al cantante tomadas con
rollo y cámara en los accesos del edificio.
Pero el destino esta vez no jugó a
favor de la perversidad: durante varios días, nunca vio a John salir o entrar
al recinto. A principios de noviembre volvió a Hawái, por lo que el músico
viviría un mes más. Decidido a no aflojar, Chapman regresó el 8 de diciembre a
Manhattan.
La última persona con la que habló por
teléfono antes del momento que lo cambió todo fue su madre, precisamente la que
dos décadas antes le había dicho que alguna vez llegaría el día en que el
planeta completo iba a conocer su nombre. “Vine a Nueva York para encargarme de
un negocio que no he cerrado”, fue, según el libro Nowhere man, lo que el
guardia le dijo a su progenitora.
A las 7.30 de la mañana del 8 de
diciembre, el ex Beatle despertó en su departamento, se puso su kimono negro y
miró al Central Park a través de su ventana. Casi en una sincronía macabra,
varios libros describen que Chapman hizo casi lo mismo a esa hora, separado por
sólo 20 cuadras, en el hotel Sheraton center.
Aunque el artista acababa de editar
“Double fantasy”, existe la creencia de que los cinco años previos a su muerte
fueron un páramo. Tanto Jones como Rosen lo matizan. La autora dice: “Era
cualquier cosa menos una vida tranquila. Fomentó la impresión de un tipo
recluido porque le gustaba la idea de ser percibido como una figura tipo Howard
Hughes”.
Rosen secunda: “El mito del amo de casa
fue eso: un mito. Amaba a Sean, pero fueron su niñera y sus sirvientes quienes
lo criaron. Aunque John tuvo momentos de felicidad, no duraron mucho. Su estado
de ánimo solía ser de frustración y celos, que a menudo aliviaba fumando
marihuana o inhalando cocaína. Dormía mucho, veía mucha TV. Y anotó todo esto
en su diario. Por ejemplo, escribió que estaba muy pendiente de McCartney y
envidioso de su éxito solista. A principios de 1980 también llevaba once años
casado con Yoko y al parecer ella ya había perdido el interés por el sexo.
Había mantenido una relación con su decorador de interiores, la que habría
empezado cuando Lennon estaba vivo y continuó después”.
A las 16.30 horas, John y Yoko salieron
del edificio y ahí se generó el primer cara a cara con el asesino. Chapman se
acercó, pidió que le firmara una copia de “Double fantasy” y un fotógrafo
aficionado, Paul Goresh, hizo clic para inmortalizar el encuentro.
Según Rosen, Chapman había leído que el
músico le daba trabajo a fanáticos que conocía en la calle, por lo que
aprovechó de decirle que estaba disponible. El escritor sigue: “John le dijo
que enviara su currículum. Tal vez si lo hubiese contratado o le hubiera dicho
que regresara para una entrevista, quizás no lo habría asesinado. Ese rechazo
final lo enfureció aun más”.
De alguna forma, así fue. A las 22.48
horas de esa jornada, Lennon y su esposa volvieron al Dakota y el fanático
alguna vez maravillado con “Sgt. Pepper” descargó las cinco balas que acabaron
con su vida. El portero del edificio, el cubano-americano José Perdomo -un
expolicía de leyenda: exiliado anticastrista entrenado por la CIA que participó
en la invasión de Bahía de Cochinos y que trabajó con Frank Sturgis, pieza
clave del caso Watergate-, fue el primero en presenciar la escena. “¿Te das
cuenta de lo que hiciste?”, atinó a gritarle a Chapman.
Cuando llegó la policía, se llevó al
culpable y empezaron a realizarle los primeros exámenes psiquiátricos, en los
que se mostró extremadamente afable.
Rosen teoriza: “Uno de los psiquiatras
que lo examinó dijo que tenía una insaciable necesidad de atención y
reconocimiento. Disfrutaba de la atención que recibía de los médicos y la
policía. Se mostraba muy amigable. Al dispararle a Lennon, se convertía en ‘alguien’.
Había intentado suicidarse meses atrás y hasta eso le había fallado, por lo que
esto fue un ‘suicidio sustituto’. Cuando el juez le preguntó si tenía algo que
decir, leyó un pasaje de El guardián entre el centeno: ‘Miles de niños pequeños
y nadie alrededor, nadie grande, excepto yo. Y estoy de pie al borde de un
acantilado. Lo que tengo que hacer es atrapar a todos si comienzan a caer’. Es
como si hubiera asesinado a John para salvar a los niños pequeños”.
La muerte del ex Beatle parece una
tragedia cuyo desenlace resume la lucha entre la inocencia de la niñez,
encarnada en Chapman, y la falsedad adulta que la destruye, personificada en
John Lennon.
Jones postula que el propio cantautor
había trazado su vida como una progresiva lucha por ir matando partes de sí
mismo: “Fue desde el principio, cuando el mánager Brian Epstein los convenció
de que usaran trajes y que se inclinaran hacia el público. Ese no era John. Él
era un rockero duro. Comprometió su integridad y mató a su verdadero yo. Toda
su vida fue una serie de auto-asesinatos”.
La inglesa también cree que la
necesidad de ganar inmortalidad llevó a Chapman a su laberinto e incluso va más
allá: de no haber sido Lennon, la víctima podría haber sido cualquier otra
estrella global. “Tenía una lista de personas que planeaba eliminar si no podía
conseguir a John. tuvo un encuentro con James Taylor en el metro, del que James
ha hablado. También había trazado su ruta hasta el Booth Theatre en Broadway,
donde David Bowie aparecía en el escenario como el Hombre Elefante, y dijo que
en su lugar le habría disparado”.
Mark Chapman lleva 40 años en la cárcel. Está ubicado en un lugar distante a otros reclusos. Sólo lo visita su esposa desde sus días en Hawái, quien por su fe cristiana ha dicho que apoyará a su pareja hasta el final. Se le ha denegado la libertad en once veces; la última, durante este año. Cada cierto tiempo se debe tomar una foto para los registros penitenciarios: su rostro exhibe una calma perturbadora. Como si le dijera al mundo que al fin lo ha logrado.
(LA TERCERA / 5-12-2020)
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