4 / 3) El problema del carácter como forma de interrelación entre el autor y el héroe.
Hay que señalar que, para
estructurar un carácter clásico en tanto que destino, el autor no debe superar
demasiado al héroe ni utilizar los privilegios puramente temporales y fortuitos
de su extraposición. Un autor clásico aprovecha los momentos eternos de
extraposición; de allí que el pasado de un héroe clásico sea el pasado eterno
del hombre. La extraposición no debe ser una postura exclusiva, segura de
sí misma y original.
(El parentesco aun no se
rompe; el mundo es claro; no hay fe en el milagro.)
El autor es dogmático con
respecto a la visión del mundo de un héroe clásico. Su posición
ético-cognoscitiva debe ser indiscutible o, más exactamente, no se sujeta a
discusión. En caso contrario se habría aportado el momento de culpa y responsabilidad,
y la unidad artística del destino se destruiría. El héroe quedaría libre,
podría estar sujeto a un juicio moral, carecería de carácter necesario, podría
ser otro. Cuando el héroe se constituye con base en la culpa y la
responsabilidad (y, por consiguiente, en la libertad moral, en la libertad de
la necesidad natural y estética), deja de coincidir consigo mismo, y la
extraposición del autor es lo más importante (la excención del otro de la culpa
y la responsabilidad, su contemplación fuera de sentido) se pierde y la
conclusión artística transgrediente se vuelve imposible.
Por supuesto la culpa tiene
lugar en un carácter clásico (el héroe de la tragedia casi siempre es
culpable), pero no se trata de una culpa moral sino la del ser: la culpa del
poseer una fuerza del ser y no una fuerza semántica de la
autocondena moral (pecado en contra la personalidad divina y no en contra
del sentido, el culto, etc.)
Porque los conflictos
dentro de un carácter clásico son colisiones y son luchas de fuerzas del ser
(por supuesto, se trata de las fuerzas naturales valorativas de la
existencia de la otredad y no de cantidades físicas o psicológicas), no de
significados (el deber y la obligación aquí son fuerzas valorativas naturales);
esta lucha representa un proceso dramático interno que jamás sale fuera
de los confines del ser-dación, y no un proceso dialéctico semántico de una
conciencia moral. La culpa trágica se ubica plenamente en el plano valorativo
del ser-dación y es inmanente al destino del héroe; por eso la culpa puede ser
sacada totalmente fuera de los límites de la conciencia y del conocimiento del
héroe (una culpa moral debe ser inmanente a la conciencia, yo debo comprenderme
en ella como yo) al pasado de su familia (el linaje es la categoría
valorativa natural de la existencia de la otredad); el héroe habría podido
cometer la culpa sin sospechar la importancia del hecho; en todo caso, la culpa
se encuentra en el ser como fuerza y no se origina por primera vez en la libre
conciencia moral del héroe, que no viene a ser un libre iniciador de la culpa;
dentro de este contexto, no hay salida fuera de la categoría del ser
valorativo.
¿En qué fundamento de valores se constituye un carácter clásico, en qué contexto cultural de valores es posible el destino como fuerza valorativa que concluye y organiza artísticamente la vida del otro? El valor del linaje en tanto que categoría del ser afirmado en la otredad que me atrae también a mí en su círculo valorativo de la conclusión: esta es la base en que crece el valor del destino (para el autor). Yo no inicio la vida, yo no soy iniciador valorativamente responsable de la vida, ni siquiera tengo una visión valorativa para ser iniciador activo de la serie valorable y responsable de la vida; puedo actuar y valorar con base en una vida dada y evaluada; la serie de actos no se origina a partir de mi persona, yo solamente continúo la serie (actos-pensamientos, actos-sentimientos, actos-hechos); yo cargo con un indisoluble vínculo de hijo con respecto a la paternidad y maternidad de la familia (de la familia en el estrecho sentido de familia-pueblo, de género humano). En la pregunta “quién soy” suena otra: “quiénes son mis padres, de qué familia provengo”. Yo sólo puedo ser aquello que soy esencialmente; no puedo rechazar mi esencial ya-ser, puesto que no es mío sino que pertenece a mi madre, mi padre, mi familia, mi pueblo, a la humanidad inclusive.
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