4 / 2) El problema del carácter como forma de interrelación entre el autor y el héroe.
La estructuración del
carácter puede tomar dos rumbos principales. Al primero lo llamaremos la
estructuración clásica del carácter; al segundo, la estructuración romántica.
En el primer tipo de estructuración del carácter la base es el valor artístico
de un destino (a esta palabra le damos aquí un significado determinado absolutamente
delimitado que se quedará aclarado plenamente en lo sucesivo).
El destino es el
determinismo pleno de la existencia de una personalidad, que necesariamente
predetermina los sucesos de la vida de esta; de esta manera, la vida viene a
ser tan sólo la realización (y el cumplimiento) de aquello que desde un
principio se encuentra en la existencia determinada de la personalidad.
Desde su interior, la
personalidad construye su vida (piensa, siente, actúa) según sus propósitos,
realizando los significados temáticos y semánticos hacia los cuales se orienta
su vida: actúa de cierto modo porque así debe ser, por ser lo correcto, lo
necesario, lo deseado, etc., pero en realidad tan sólo cumple la necesidad de
su destino, es decir, el determinismo de su existencia, de su faz en ella. El
destino es una transcripción artística de la huella en el ser que deja una vida
regulada desde su interior por sus propósitos, es la expresión artística del depósito
en el ser de una vida plenamente comprendida. Este depósito en el
ser también ha de tener su lógica, pero no se trata de una lógica del propósito
de la vida misma sino una lógica puramente artística que rige la unidad y
la necesidad interna de la imagen. El destino es individualidad, o sea un
determinismo esencial de la existencia de la personalidad que marca toda la
vida, todos los actos de la última: en este sentido, también el
pensamiento-acto no se determina desde el punto de vista de su importancia teóricamente
objetiva sino desde el punto de vista de su individualidad, como algo característico
precisamente para esta personalidad dada, como algo predeterminado por la
existencia de la personalidad; asimismo, todos los actos posibles están
predeterminados por la individualidad, realizándola. Y el mismo curso de la
vida de la personalidad con todos sus sucesos, y finalmente su muerte, se
perciben como necesarios y predeterminados por su individualidad o destino; en
este plano del destino-carácter la muerte del héroe no aparece como fin sino
como conclusión, y en general todo momento de la vida adquiere una importancia
artística, llega a ser artísticamente necesario. Está claro que nuestra
comprensión del destino se distingue de la habitual, que es muy amplia. Así, un
destino vivido desde el interior como cierta fuerza externa e irracional que
determina nuestra vida por encima de sus propósitos, de su sentido y deseos, no
es el valor artístico del destino en el sentido que le atribuimos, porque ese
destino no ordena a nuestra vida para nosotros mismos en una totalidad
artística necesaria, sino que más bien tiene la función puramente negativa de
destruir nuestra vida, la cual se ordena, o tiende a ello, por los propósitos,
por las significaciones semánticas y objetuales. Por supuesto, es posible tener
gran confianza a esta fuerza, confianza que la perciba como la providencia
divina; esta última es aceptada por mí, pero no puede llegar a ser la forma que
organice mi vida, desde luego. (Se puede amar el propio destino in absentia,
pero no podemos contemplarlo como una totalidad necesaria, interiormente
unitaria y concluída.) No comprendemos la lógica de la providencia sino que tan
sólo crecemos en ella; pero comprendemos perfectamente la lógica del destino
del héroe y no lo aceptamos en absoluto de buena fe (por supuesto, se trata de
una comprensión y pèrsuasión artística del destino, no de una comprensión
cognoscitiva). El destino como valor artístico es transgrediente a la
autoconciencia. El destino es el valor principal que regula, ordena y unifica
todos los momentos transgredientes con respecto al héroe; aprovechamos nuestra
extraposición respecto al héroe para comprender y ver la totalidad de su
destino. El destino no es el yo-para-mí del héroe sino su existencia, es
aquello que le es dado, aquello que él resultó ser; no es la forma de su
planteamiento sino la forma de su dación.
(Un héroe clásico ocupa
determinado lugar en el mundo, en lo más esencial se presenta como plenamente
definido y, por tanto, ya está perdido. Luego se presenta toda su vida
en el sentido de un posible logro existencial. Cuanto comenta el héroe no es
motivado artísticamente por su voluntad moral y libre, sino por su ser
determinado porque es así. En él no debe haber nada indefinido para
nosotros; todo lo que se cumple y sucede, se desenvuelve dentro de los límites
dados de antemano y predeterminados, sin romper sus contornos: se cumple aquello
que se debe cumplir y no puede dejar de cumplirse.)
El destino es una forma de ordenación del pasado semántico; el héroe clásico es contemplado desde un principio por nosotros en el pasado, donde no puede haber ningún descubrimiento ni revelación.
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