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ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (76) - MIJAIL. BAJTIN

 4 / 2) El problema del carácter como forma de interrelación entre el autor y el héroe.

 

La estructuración del carácter puede tomar dos rumbos principales. Al primero lo llamaremos la estructuración clásica del carácter; al segundo, la estructuración romántica. En el primer tipo de estructuración del carácter la base es el valor artístico de un destino (a esta palabra le damos aquí un significado determinado absolutamente delimitado que se quedará aclarado plenamente en lo sucesivo).

 

El destino es el determinismo pleno de la existencia de una personalidad, que necesariamente predetermina los sucesos de la vida de esta; de esta manera, la vida viene a ser tan sólo la realización (y el cumplimiento) de aquello que desde un principio se encuentra en la existencia determinada de la personalidad.

 

Desde su interior, la personalidad construye su vida (piensa, siente, actúa) según sus propósitos, realizando los significados temáticos y semánticos hacia los cuales se orienta su vida: actúa de cierto modo porque así debe ser, por ser lo correcto, lo necesario, lo deseado, etc., pero en realidad tan sólo cumple la necesidad de su destino, es decir, el determinismo de su existencia, de su faz en ella. El destino es una transcripción artística de la huella en el ser que deja una vida regulada desde su interior por sus propósitos, es la expresión artística del depósito en el ser de una vida plenamente comprendida. Este depósito en el ser también ha de tener su lógica, pero no se trata de una lógica del propósito de la vida misma sino una lógica puramente artística que rige la unidad y la necesidad interna de la imagen. El destino es individualidad, o sea un determinismo esencial de la existencia de la personalidad que marca toda la vida, todos los actos de la última: en este sentido, también el pensamiento-acto no se determina desde el punto de vista de su importancia teóricamente objetiva sino desde el punto de vista de su individualidad, como algo característico precisamente para esta personalidad dada, como algo predeterminado por la existencia de la personalidad; asimismo, todos los actos posibles están predeterminados por la individualidad, realizándola. Y el mismo curso de la vida de la personalidad con todos sus sucesos, y finalmente su muerte, se perciben como necesarios y predeterminados por su individualidad o destino; en este plano del destino-carácter la muerte del héroe no aparece como fin sino como conclusión, y en general todo momento de la vida adquiere una importancia artística, llega a ser artísticamente necesario. Está claro que nuestra comprensión del destino se distingue de la habitual, que es muy amplia. Así, un destino vivido desde el interior como cierta fuerza externa e irracional que determina nuestra vida por encima de sus propósitos, de su sentido y deseos, no es el valor artístico del destino en el sentido que le atribuimos, porque ese destino no ordena a nuestra vida para nosotros mismos en una totalidad artística necesaria, sino que más bien tiene la función puramente negativa de destruir nuestra vida, la cual se ordena, o tiende a ello, por los propósitos, por las significaciones semánticas y objetuales. Por supuesto, es posible tener gran confianza a esta fuerza, confianza que la perciba como la providencia divina; esta última es aceptada por mí, pero no puede llegar a ser la forma que organice mi vida, desde luego. (Se puede amar el propio destino in absentia, pero no podemos contemplarlo como una totalidad necesaria, interiormente unitaria y concluída.) No comprendemos la lógica de la providencia sino que tan sólo crecemos en ella; pero comprendemos perfectamente la lógica del destino del héroe y no lo aceptamos en absoluto de buena fe (por supuesto, se trata de una comprensión y pèrsuasión artística del destino, no de una comprensión cognoscitiva). El destino como valor artístico es transgrediente a la autoconciencia. El destino es el valor principal que regula, ordena y unifica todos los momentos transgredientes con respecto al héroe; aprovechamos nuestra extraposición respecto al héroe para comprender y ver la totalidad de su destino. El destino no es el yo-para-mí del héroe sino su existencia, es aquello que le es dado, aquello que él resultó ser; no es la forma de su planteamiento sino la forma de su dación.

 

(Un héroe clásico ocupa determinado lugar en el mundo, en lo más esencial se presenta como plenamente definido y, por tanto, ya está perdido. Luego se presenta toda su vida en el sentido de un posible logro existencial. Cuanto comenta el héroe no es motivado artísticamente por su voluntad moral y libre, sino por su ser determinado porque es así. En él no debe haber nada indefinido para nosotros; todo lo que se cumple y sucede, se desenvuelve dentro de los límites dados de antemano y predeterminados, sin romper sus contornos: se cumple aquello que se debe cumplir y no puede dejar de cumplirse.)

 

El destino es una forma de ordenación del pasado semántico; el héroe clásico es contemplado desde un principio por nosotros en el pasado, donde no puede haber ningún descubrimiento ni revelación.

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