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CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 83

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La guerra iba bastante bien en Europa. Por lo menos para Hitler. La mayoría de los estudiantes no opinaban nada sobre el tema. Pero los profesores auxiliares eran casi todos izquierdistas y antihitlerianos. El único que parecía ser discretamente derechista era el señor Glasgow, de Económicas.

 

Lo correcto, tanto a nivel intelectual como popular, era ir a pelear para detener el avance del fascismo. Pero yo no tenía ningunas ganas de ir a la guerra para salvar mi modo de vida actual o el posible futuro que me esperaba. Yo no tenía Libertad. No tenía nada. A lo mejor con Hitler podría conseguir una concha de cuando en cuando y una paga semanal de más de un dólar. Además, como había nacido en Alemania, sentía una cierta lealtad natural y no me gustaba que pensaran que todos los alemanes eran unos monstruos idiotas. En los cines aceleraban las imágenes de las noticias para que Hitler y Mussolini parecieran locos frenéticos. Así que a mí me era imposible estar de acuerdo con la mayoría de los profesores y decidí ponerme en contra de ellos. Pero tampoco tenía ningunas ganas de leer Mein Kampf. Para mí Hitler era un dictador más que a la hora de cenar podría volarme los sesos en lugar de insultarme o cortarme las pelotas si iba a pelear contra él.

 

Algunas veces, cuando los profesores hablaban y hablaban sobre los horrores del fascismo y el nazismo (nos enseñaron a escribir “nazi” con “n” minúscula, aunque la palabra estuviera al principio de la frase) me paraba de un salto y largaba una opinión:

 

-¡La supervivencia de la especie humana depende de una selección responsable!

 

Lo que quería decir: fíjate bien con quién te vas a la cama. Yo mismo no tenía bien claro lo que quería decir, pero hacía calentar a todo el mundo.

 

No sé de dónde sacaba mis discursitos:

 

-Uno de los errores de la democracia es permitir que el voto universal termine haciéndonos elegir un líder que nos conduce a una vida vulgar, apática y predecible.

 

De los judíos y de los negros nunca decía nada, porque no había tenido ningún problema con ellos. Los problemas los había tenido con los blancos no judíos. Por lo tanto yo no podía ser considerado una especie de nazi por temperamento o elección: los que me irritaban y se parecían a los nazis eran los profesores, que para colmo tenían un prejuicio antialemán. Además yo había leído en algún lado que si un hombre no creía o no entendía verdaderamente la causa a la cual se adhería podía ser muy convincente, y en eso los aventajaba bastante.

 

-Entrenen a un caballo de tiro para convertirlo en uno de carreras y van a obtener un híbrido que no es fuerte ni rápido. ¡Una nueva Raza Dominadora sólo puede surgir de una selección premeditada y útil!

 

-No existen guerras buenas o malas. Lo único malo que te puede pasar en una guerra es perderla. En todas las guerras los dos bandos están convencidos de pelear por una Buena Causa. ¡El problema no es saber cuál de los dos bandos tiene razón, sino darse cuenta de quién tiene los mejores generales y el mejor ejército!

 

Me encantaba atacarlos con esas cosas, y además me sentía capaz de demostrar todo lo que se me diera la gana.

 

Por supuesto que esa actitud me alejaba cada vez más de las muchachas. Pero en realidad nunca había estado cerca. Y al principio creí que por culpa de mis furiosos discursos iba a quedar completamente solo en el campus, pero no fue así. Algunos me escuchaban. Un día, mientras caminaba para entrar a la clase de Reportajes de Actualidad, noté que alguien me seguía. Y como nunca me gustó que se me acercara nadie me di vuelta de golpe y encontré al Delegado general de los estudiantes, Boyd Taylor, que era muy popular, además de haber sido el único estudiante en ser elegido Delegado dos veces.

 

-Quisiera hablar contigo, Chinaski.

 

Nunca me había fijado mucho en Boyd, porque era el típico muchacho americano pintún y con un futuro garantizado. Se vestía bien y era simpático y amable, además de tener cada pelo del bigote perfectamente peinado, aunque yo nunca pude entender bien por qué le resultaba tan atractivo a todo el mundo.

 

-¿No te parece que caminar al lado mío puede hacerte quedar mal, Boyd? -le preguinté.

 

-Ese es un problema mío.

 

-Okey. ¿Qué querés?

 

-Esto es que te voy a decir tiene que quedar entre nosotros, ¿me entendés?

 

-Por supuesto.

 

-Mirá, yo no tengo fe ni en la conducta ni en los ideales de tipos como vos.

 

-¿Y entonces?

 

-Pero quiero que sepas que si ustedes ganan tanto aquí como en Europa, me gustaría cambiarme de bando.

 

Lo único que pude hacer fue mirarlo y reírme.

 

Y después seguí caminando solo. Nunca te fíes de un hombre que tiene los bigotes perfectamente peinados…

 

Pero también fui descubriendo a otros que me habían escuchado. Al salir de la clase de Reportajes de Actualidad, me encontré con Baldy y un muchacho que medía un metro cincuenta de alto y noventa centímetros de ancho. El cráneo totalmente redondo y rapado se le hundía entre los hombros, tenía orejas muy chicas, el pelo rapado, ojos de arveja y una boquita muy húmeda.

 

Este desquiciado podría llegar a ser un asesino, pensé.

 

-¡HEY, HANK! -aulló Baldy.

 

Me les acerqué.

 

-Creía que ya no éramos amigos, LaCrosse.

 

-¡No, no! ¡Todavía nos quedan grandes cosas por hacer!

 

¡Carajo! ¡Baldy también era uno de mis seguidores!

 

¿Por qué la idea de la Raza Superior les interesaba nada más que a los minusváidos mentales y físicos?

 

-Quiero que conozca a Igor Stirnov.

 

Entonces nos dimos la mano, y él me la apretó con tanta fuerzas que me lastimó.

 

-Soltame -le dije- o te voy a partir el pescuezo.

 

Igor me soltó.

 

No confío en la gente que la da la mano con tanta blandura. ¿Por qué das la mano así?

 

-Es que hoy estoy débil. Me quemaron la tostada del desayuno y a mediodía se me cayó el batido de chocolate.

 

Igor miró a Baldy.

 

-¿Qué pasa a este tipo?

 

-No te preocupes. Él hace las cosas a su manera.

 

Igor volvió a mirarme.

 

-Mi padre era ruso blanco y los rojos lo mataron en la Revolución. ¡Tengo que vengarme de esos hijos de puta!

 

-Entiendo…

 

En ese momento nos pasó por al lado otro estudiante.

 

-¡Hey, Fenster! -aulló Baldy.

 

Fenster se acercó y también nos dimos la mano. Yo apenas se la apreté. No me gustaba dar la mano. El nombre de pila de Fenster era Bob. Iba a una casa de Glensdale donde había una reunión del Partido Americano. Fenster los representaba en la Universidad. Y después que se fue Baldy me murmuró en el oído:

 

-¡Son nazis!

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