1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes /
2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.
Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
HISTORIA
Y FICCIÓN
I. EL IMPACTO DE LA HISTORIA (4)
Detrás de la descripción
de los comportamientos individuales autodestructivos se percibe la degradación
de un mundo ya encepado y amenazado por la parálisis. Pero habrá que esperar
los años sesenta para que se consume otra inflexión significativa de la
temática onettiana. Juntacadáveres y El astillero persiguen, en
efecto, un objetivo más ambicioso que el de cualquier otro texto de las décadas
precedentes: reanudar, a través del sesgo de un destino individual
extraordinario, el vínculo con la Historia. Larsen, alias Juntacadáveres -que
desde su primera participación en Tierra de nadie manifiesta la singular
fuerza de su personalidad- se constituirá en este personaje conductor por
excelencia. Ya en el texto de 1941, es a través cómo se consiguen entrelazar
dos ambientes aparentemente incompatibles: el de la pequeña burguesía -representado
por Aránzuru, el abogado, y sus amigos- y el mundo de la marginalidad donde
Larsen opera cotidianamente, como lo demuestra la violenta discusión con Oscar
en el capítulo I:
Y bueno… ¿Qué vamos a
hacer?
El otro apartó lentamente
la mano con el cigarrillo, alzando una mirada maligna.
-¿No me mandaste decir
que no hiciera nada, que me quedara quieto y no hiciera nada?
Larsen se acomodó los
puños de la camisa que le cubrían media mano.
-Te mandé decir porque
todos ustedes no hacen más que macanas, Como eso de la turca esa. Se necesita
ser tuerto, de verdad. Qué animal.
-Y, ahora ya está.
-Ta bien. Digo lo mismo.
Sacó un diario y lo
desplegó lentamente. Revisaba las columnas, seguía con la cabeza el zigzagueo
de las letras. Oscar le espiaba la cara (20)
No puede sorprender,
entonces, que el autor le haya encomendado dos misiones tan extravagantes como
riesgosas: la creación del “prostíbulo perfecto” en la costa y la
reconstrucción del difunto imperio industrial de Petrus. Sólo un personaje tan
dinámico (21) y ajeno a todo conformismo social podía ser apto para acometer
semejantes empresas. Y sólo la inesperada irrupción de este soñador cínico en
Santa María podía sacar a luz los conflictos y las tensiones hasta entonces
disimuladas por la prudencia provincial.
Tensiones que se revelan
crudamente en Juntacadáveres y en El astillero, y vinculan estos
dos textos con una realidad exterior cuya dimensión referencial no se le ha
escapado a la crítica. Se ha pretendido detectar, en efecto, en estos relatos
-y más particularmente en El astillero- una parábola del Uruguay de los
años cincuenta hundiéndose irremediablemente en la crisis, más allá de un breve
y engañoso respiro. Falso, parece protestar Juan Carlos Onetti, que siempre se
ha negado a respaldar las interpretaciones excesivamente sociológicas de su
obra:
(El astillero) no fue
una profecía, ni tampoco un juego en el campito ilimitado de la futurología. Se
trataba de la sensación de que algo hedía muy fuerte, no sólo en Uruguay o en
Dinamarca. Hoy el olor aumenta. Es indudable que los embalsamadores llegarán
puntuales y que la hedentina será disimulada durante un tiempo (22).
¿Pero conviene otorgarle
un crédito incondicional a estas declaraciones del novelista? ¿Habrá que
negarle a la fábula de El astillero -que completa y clausura la minuciosa
crónica de Juntacadáveres todo valor ejemplar? ¿No es el mismo narrador
quien ha orientado la lectura, desde las primeras líneas de El astillero,
hacia una interpretación “profética” o “parabólica”, más allá de ciertos toques
irónicos? Bastaría con releer el primer párrafo del libro para comprobarlo:
Hace cinco años, cuando
el Gobernador decidió expulsar a Larsen (o Juntacadáveres) de la provincia,
alguien profetizó, en broma e improvisando, su retorno, la prolongación del
reinado de cien días, página discutida y apasionante -aunque ya casi olvidada-
de nuestra historia ciudadana (23).
Más adelante aflorará la
imagen de la parábola, invocada como al descuido:
Larsen juntó las manos en
la espalda y volvió a escupir, no contra algo concreto, sino hacia todo, lo que
estaba visible o representado, lo que podía recordarse sin necesidad de
palabras o imágenes; contra el miedo, las diversas ignorancias, la miseria, el
estrago, y la muerte. Escupió sin sacudir la cabeza, con una coordinación
perfecta de los labios y la lengua: escupió hacia arriba y hacia el frente,
experto y definitivo, siguiendo con impersonal complacencia la parábola del
proyectil (24).
Creemos que hay cierta
coquetería en el novelista cuando niega la indiscutible deuda contraída por El
astillero con el referente histórico. Como quiera que sea, la Historia
parece abrirse paso claramente en sus obras de los años sesenta. Por un motivo
u otro, el destino colectivo de Santa María ocupa a menudo -en Juntacadáveres
y en El astillero- el primer plano de la ficción. A veces son las
reacciones de la casta y moralista “ciudad-pueblo” movilizada contra el enemigo
interior -contra Larsen y su “prostíbulo perfecto”- lo que da a leer la novela;
en cambio, abandonando el tradicionalismo y puritanismo exacerbados de aquella,
el novelista nos invita a interrogarnos sobre el acelerado e inquietante paso
del tiempo, perceptible ya desde las primeras líneas de El astillero.
Mientras Larsen almuerza
tristemente en un café de la ciudad, el narrador-testigo describe, como al
pasar, ciertos cambios surgidos en la organización de la vida cotidiana de
Santa María:
Tomó el aperitivo en el
mostrador del Berna, persiguiendo calmoso los ojos del patrón hasta obtener un
silencioso reconocimiento. Almorzó allí, solitario y rodeado por las camisas a
cuadros de los camioneros. (Ahora estos disputaban al ferrocarril las cargas
hasta el Rosario y los pueblos litorales del norte; parecían haber sido paridos
así, robustos, veinteañeros, gritones y sin pasado, junto con el camino de
macadam inaugurado unos meses atrás). Se cambió después a una mesa próxima a la
puerta y a la ventana para tomar al café con gotas. (25)
Notas
(20) Tierra de nadie, Cap.
I, pp. 10-11.
(21) Ibíd., Cap. I, X, XLIX, L, LIII.
(22) Juan Carlos Onetti, “La
literatura ida y vuelta, en Cuadernos hispanoamericanos, op. cit., p.
31.
(23) El astillero,
Santa María-I, p. 11.
(24) Ibíd., El astillero-II,
p. 36.
(25) Ibíd., Santa María-I, pp. 11-12.
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