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A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (28) - MARYSE RENAUD

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

  Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola

 

HISTORIA Y FICCIÓN

 

I. EL IMPACTO DE LA HISTORIA (4) 

 

Detrás de la descripción de los comportamientos individuales autodestructivos se percibe la degradación de un mundo ya encepado y amenazado por la parálisis. Pero habrá que esperar los años sesenta para que se consume otra inflexión significativa de la temática onettiana. Juntacadáveres y El astillero persiguen, en efecto, un objetivo más ambicioso que el de cualquier otro texto de las décadas precedentes: reanudar, a través del sesgo de un destino individual extraordinario, el vínculo con la Historia. Larsen, alias Juntacadáveres -que desde su primera participación en Tierra de nadie manifiesta la singular fuerza de su personalidad- se constituirá en este personaje conductor por excelencia. Ya en el texto de 1941, es a través cómo se consiguen entrelazar dos ambientes aparentemente incompatibles: el de la pequeña burguesía -representado por Aránzuru, el abogado, y sus amigos- y el mundo de la marginalidad donde Larsen opera cotidianamente, como lo demuestra la violenta discusión con Oscar en el capítulo I:

 

Y bueno… ¿Qué vamos a hacer?

El otro apartó lentamente la mano con el cigarrillo, alzando una mirada maligna.

-¿No me mandaste decir que no hiciera nada, que me quedara quieto y no hiciera nada?

Larsen se acomodó los puños de la camisa que le cubrían media mano.

-Te mandé decir porque todos ustedes no hacen más que macanas, Como eso de la turca esa. Se necesita ser tuerto, de verdad. Qué animal.

-Y, ahora ya está.

-Ta bien. Digo lo mismo.

Sacó un diario y lo desplegó lentamente. Revisaba las columnas, seguía con la cabeza el zigzagueo de las letras. Oscar le espiaba la cara (20)

 

No puede sorprender, entonces, que el autor le haya encomendado dos misiones tan extravagantes como riesgosas: la creación del “prostíbulo perfecto” en la costa y la reconstrucción del difunto imperio industrial de Petrus. Sólo un personaje tan dinámico (21) y ajeno a todo conformismo social podía ser apto para acometer semejantes empresas. Y sólo la inesperada irrupción de este soñador cínico en Santa María podía sacar a luz los conflictos y las tensiones hasta entonces disimuladas por la prudencia provincial.

 

Tensiones que se revelan crudamente en Juntacadáveres y en El astillero, y vinculan estos dos textos con una realidad exterior cuya dimensión referencial no se le ha escapado a la crítica. Se ha pretendido detectar, en efecto, en estos relatos -y más particularmente en El astillero- una parábola del Uruguay de los años cincuenta hundiéndose irremediablemente en la crisis, más allá de un breve y engañoso respiro. Falso, parece protestar Juan Carlos Onetti, que siempre se ha negado a respaldar las interpretaciones excesivamente sociológicas de su obra:

 

(El astillero) no fue una profecía, ni tampoco un juego en el campito ilimitado de la futurología. Se trataba de la sensación de que algo hedía muy fuerte, no sólo en Uruguay o en Dinamarca. Hoy el olor aumenta. Es indudable que los embalsamadores llegarán puntuales y que la hedentina será disimulada durante un tiempo (22).

 

¿Pero conviene otorgarle un crédito incondicional a estas declaraciones del novelista? ¿Habrá que negarle a la fábula de El astillero -que completa y clausura la minuciosa crónica de Juntacadáveres todo valor ejemplar? ¿No es el mismo narrador quien ha orientado la lectura, desde las primeras líneas de El astillero, hacia una interpretación “profética” o “parabólica”, más allá de ciertos toques irónicos? Bastaría con releer el primer párrafo del libro para comprobarlo:

 

Hace cinco años, cuando el Gobernador decidió expulsar a Larsen (o Juntacadáveres) de la provincia, alguien profetizó, en broma e improvisando, su retorno, la prolongación del reinado de cien días, página discutida y apasionante -aunque ya casi olvidada- de nuestra historia ciudadana (23).

 

Más adelante aflorará la imagen de la parábola, invocada como al descuido:

 

Larsen juntó las manos en la espalda y volvió a escupir, no contra algo concreto, sino hacia todo, lo que estaba visible o representado, lo que podía recordarse sin necesidad de palabras o imágenes; contra el miedo, las diversas ignorancias, la miseria, el estrago, y la muerte. Escupió sin sacudir la cabeza, con una coordinación perfecta de los labios y la lengua: escupió hacia arriba y hacia el frente, experto y definitivo, siguiendo con impersonal complacencia la parábola del proyectil (24).

 

Creemos que hay cierta coquetería en el novelista cuando niega la indiscutible deuda contraída por El astillero con el referente histórico. Como quiera que sea, la Historia parece abrirse paso claramente en sus obras de los años sesenta. Por un motivo u otro, el destino colectivo de Santa María ocupa a menudo -en Juntacadáveres y en El astillero- el primer plano de la ficción. A veces son las reacciones de la casta y moralista “ciudad-pueblo” movilizada contra el enemigo interior -contra Larsen y su “prostíbulo perfecto”- lo que da a leer la novela; en cambio, abandonando el tradicionalismo y puritanismo exacerbados de aquella, el novelista nos invita a interrogarnos sobre el acelerado e inquietante paso del tiempo, perceptible ya desde las primeras líneas de El astillero.

 

Mientras Larsen almuerza tristemente en un café de la ciudad, el narrador-testigo describe, como al pasar, ciertos cambios surgidos en la organización de la vida cotidiana de Santa María:

 

Tomó el aperitivo en el mostrador del Berna, persiguiendo calmoso los ojos del patrón hasta obtener un silencioso reconocimiento. Almorzó allí, solitario y rodeado por las camisas a cuadros de los camioneros. (Ahora estos disputaban al ferrocarril las cargas hasta el Rosario y los pueblos litorales del norte; parecían haber sido paridos así, robustos, veinteañeros, gritones y sin pasado, junto con el camino de macadam inaugurado unos meses atrás). Se cambió después a una mesa próxima a la puerta y a la ventana para tomar al café con gotas. (25)

 

Notas 

(20) Tierra de nadie, Cap. I, pp. 10-11.

(21) Ibíd., Cap. I, X, XLIX, L, LIII.

(22) Juan Carlos Onetti, “La literatura ida y vuelta, en Cuadernos hispanoamericanos, op. cit., p. 31.

(23) El astillero, Santa María-I, p. 11.

(24) Ibíd., El astillero-II, p. 36.

(25) Ibíd., Santa María-I, pp. 11-12.

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