martes

ENTREVISTA A HUGO GIOVANETTI VIOLA


 por RICARDO AROCENA

 

(Esta nota complementa la 3ª edición de Yo el Protector / Memorial personal de Pepe Artigas de Hugo Giovanetti Viola, con prólogo de Maryse Renaud y presentada por primera vez en un formato conjunto virtual y de audiolibro a nivel mundial por elMontevideano Laboratorio de Artes y Estudio El Liebregal.)

  

“LA CARNAVALIZACIÓN DEL MITO DE PEPE ARTIGAS ERA LA MEJOR FORMA DE BUCEAR EN LA GRANDEZA COMARCANA Y UNIVERSAL DE SU ARQUETIPO HEROICO”

  

¿El proyecto de escribir tu libro sobre Artigas surge en forma espontánea frente a una coyuntura histórica o fue algo que ya venías planificando?

  

Yo el Protector / Memorial personal de Pepe Artigas fue escrito entre octubre de 2010 y abril de 2011, y la “bajada del cielo” (Onetti dixit) de ese proyecto se produjo tres o cuatro meses antes, al empezar el invierno. Y sucedió lo mismo que cuando concebí Morir con Aparicio en 1980, porque en cierto momento la visión de una caballada saravista me relampagueó en el estómago (o mucho mejor dicho: en el chakra ventral) y paf. de golpe te sentís el Adán de la Capilla Sixtina, que tiene que decidirse a estirar la última falange del índice de su mano izquierda para que Dios lo toque. Puro libre albedrío. Yo estaba en la Escuela de Cineastas del Uruguay, donde dirigía los talleres de guión, y un mediodía, después de bajar a comprar unas empanadas en la calle Colón (a tres cuadras de donde nació Artigas) sentí aterrizar de golpe a la idea madre de Yo el Protector, lo que me provocó un vértigo espantoso: te aseguro que durante uno o dos meses, por lo menos, tuve la casi total seguridad de que concretar aquella patriada literaria iba a ser imposible.

  

Pero ojo: la obsesión por explorar los contraluces de nuestro mito-guía había empezado en 2004, cuando leí el voluminoso Artigas católico de Pedro Gaudiano, al que su prologuista -nada menos que Arturo Ardao- define como una enjundiosa obra que viene a llenar a plenitud un grande vacío historiográfico. El propio autor, además, en el prólogo a la primera edición, había denunciado que con Artigas se cometió una doble injusticia histórica. La primera se remonta al “libelo de Cavia” de 1818, fundador de la leyenda negra del supuesto anti-héroe cuya tinta ha tratado de seguir enchastrándolo con malabarismos de pulpo hasta nuestros días, y actualmente más incentivado que nunca por la pandemia espiritual posmoderna. La otra injusticia histórica, señala Gaudiano, consistió en arrojar un manto de silencio acerca de la fe católica que profesó Artigas.

  

Y después de leer el apéndice que contiene algunos extraordinarios fragmentos de La conversación consigo mismo del marqués Louis-Antoine Caraccioli (o Caracciolo) que Artigas rumiaba todos los santos días en Ibiray pensé, evocando al Imperator de la Torre de los Panoramas: Tontovideo nunca ha dejado de ser un chiquero cultural sobrevolado por el iscariótico caranchaje positivista.  Y me puse a estudiar todo lo que tenía a mano, hasta que en 2006 publiqué una ucronía policial titulada: 1809: Artigas y la barbarie ilustrada y el alma cimarrona / Lo que el materialismo neurótico quiso escondernos sobre nuestra grandeza. Y allí el Capitán de los Blandengues aparece como un personaje de relativa importancia, aunque es clarísimo que mi inconsciente se estaba preparando para desembocar en la casi imposible cuajadura de Yo el Protector / Memorial personal de Pepe Artigas.

  

El título parece ser la contracara de Yo el Supremo de Augusto Roa Bastos. ¿Es así? ¿Pensás que Artigas representa realmente la contracara del dictador Francia o se trata solamente de un giro literario?

  

Pienso que Artigas representa la suprema contracara de Francia, por supuesto. Aunque lo que me “anzueló” ipsofactamente fue la posibilidad de plantear un enfoque narrativo “en espejo” (para hablarlo futbolísticamente): eso me solucionaba nada menos que la visualización del planteo macroestructural, que hay que tener resuelto antes de escribir la primera frase de cualquier narración.

  

¿Y por eso estructuraste la obra en forma de auto balance?

  

Sí. Se trata del monólogo pensante de un moribundo tratando de reconstruir su viaje histórico y psicológico espiralado ascendentemente hacia la PAX-LUX que nos produce la boda interior de nuestros opuestos: el Verbum del falo logoico adultizado fecundando a la renovada Femineidad pos-amniótica. Y aquí radica la más profunda contraposición entre los dos héroes narrativos. Porque la enfermiza acumulación de poder fue haciendo espiralar descendentemente al dictador paraguayo hacia el más desasosegado de los infiernos, como le pasaría en el siglo XX al Generalísimo Franco que, según cuentan, en los momentos de lucidez final aullaba de horror en vez de orar, igual que el sacerdote apóstata de Saura en La noche oscura. Entonces utilicé la rigurosamente matemática (y gótica) compartimentación dantesca a la que había recurrido al estructurar mis memorias, publicadas en 2004 con el título de El taller de la vida / Confesiones: porque tanto Las alas del infierno como El amor del purgatorio y La soledad del paraíso constan de 33 capítulos de 40 líneas cada uno, sumándose un colofón (que sustituye al canto introductorio de la Commedia) donde el viajero contempla desasidamente L’amor che move il sole e l’altre stelle. En el caso de mi Artigas, sintetizo ese éxtasis final con una memorable frase glosada por Álvaro Moure Clouzet: Con Dios ni ofendo ni temo.

  

¿Y qué criterios utilizaste en el momento de elegir el lenguaje del protagonista?

  

Bueno, ese era el salto al dulce abismo (Silvio Rodríguez dixit) más difícil que tenía que asumir, y lo solucioné cuando en cierto momento visualicé la concatenación de párrafos como islotes contados (pensados) en primera persona por un Pepe moribundo bajo un mosquitero, en Ibiray. Artigas hablaba varias lenguas, y entonces decidí dejar fluir un menjunje de español castizo entreverado con giros gauchescos (que él utilizaba a menudo y muy astutamente, según el interlocutor que le tocara cuerpear), portugueses, charrúas, minuanes y guaraníticos, aunque en cierto momento el personaje se adueñó de un imprevisible yeito propio que yo no había planeado y mi conciencia simplemente lo tenía que seguir. Y eso fue maravilloso. (El Peludo Espínola Gómez, cuando compuso cerca de 100 boligrafías en un par de meses, decía, con las cejas muy encrespadas: “Qué lo parió. Se ve que tuve el chorro apretado con la pata demasiado tiempo y ahora salió todo junto”.)

  

Claro que exactamente en la última línea del primer capítulo apareció un verso de Vallejo (la miseria de amor) que escribí con itálicas -como si no le perteneciera al personaje- y de a poco empezaron a colarse citas de todo tipo hasta que desemboqué en una intertextualidad más o menos sistémica y realmente aquelárrica y la dejé fluir, también. (“Se dice que hay varias maneras de mentir; pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos” nos advirtió el pater Eladio Linacero en 1939: “Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene”.) En este caso, historiar la verdad del alma de Pepe Artigas me exigió acumularle esclarecimientos ajenos a su magín, y esto no es nada nuevo. En uno de sus últimos libros, por ejemplo, Raymond Carver fue intercalando dialécticamente fragmentos de Chejov como si tal cosa. Y Gidon Kremer produjo unos de los discos más conmovedores que escuché en mi vida intercalando Las cuatro estaciones de Vivaldi con Las cuatro estaciones porteñas de Piazzolla (y hasta incrustando compases de una de las sagas en los movimientos de la otra).

  

¿Pero por qué algunos de esos textos son citados íntegramente y otros modificados en parte?

  

Eso ni yo lo sabo. El Lucho Suárez confesó una vez que en las situaciones más difíciles ha llegado a cerrar los ojos antes de patear. Con los cual quedan desorientados el marcador, el golero y hasta el relator que está trasmitiendo el partido y no tiene tiempo ni para gritar el gol. Pero la pelota entra.

  

Este entramado-collage parece estar mostrando una necesidad de “carnavalizar”, en cierta forma, el mito artiguista. ¿Esa fue la intención?

  

Totalmente. Porque la carnavalización del mito de Pepe Artigas era la mejor manera de bucear en la grandeza comarcana y universal de su arquetipo heroico. ¿Y cómo elaborarla? A través de su lenguaje, precisamente. Es el propio monólogo pensante el que, como señalaba Mijail Bajtin, talla sobre el muro de la caverna la tan soñada igualdad mesiánica, instaurando un paisaje narrativo coloquial y dialógico que isomorfiza una forma especial de contacto libre y familiar entre individuos normalmente separados en la vida cotidiana por las barreras infranqueables de su condición, su fortuna, su edad y su situación familiar. Se trata de una carnavalización analógica, por supuesto. Pero si detenés y sosegás poéticamente al tempo mítico, se abre el portal de otra dimensión del ser, satinada (Paco Espínola dixit) por la especificidad del discurso estético (simbólico) que funciona en triangulación con el científico y con el ético, aunque subordinándolos epistemológicamente. De lo contrario, estaríamos cayendo en la insufrible seudodliteratura sociologista de Zola, Vargas Llosa y todos los castrati a los que la ceguera endémica del establishment de la modernidad considera artistas. Y a aplaudirlos, que hay quórum. Pero lo atroz es que lo que realmente les interesa a esos eunucos enlaurelados es acceder a la “glorieta” (Guillermo Fernández dixit): ponerse “de moda”, ganar plata y premios internacionales, cuando la mayor recompensa que existe para un legítimo escarabajo pelotero (que se alimenta alquimizando estiércol) es coronarse con el Halo Espinoso de la Cruz. Y si no preguntáselo a Lautréamont, a Van Gogh, a Kafka o a Torres-García. Y por qué no a José Gervasio Artigas, que fue un superdotado orfebre de la geopolítica.

  

Lo que estaría indicando, además, que vos te identificás con la historia del alma de Pepe.

  

¿Y por qué te creés que este apartamento en el que me exilié hace ya una década, completamente solo y con 62 años, se llama el Cuartel Artiguista de la calle Lepanto? Recordemos, con Carl. G. Jung, que la heroicidad no se constela como un lujo sino por necesidad. No tuve más remedio -como cuando en mi juventud viví 20 meses en París y Saint-Tropez pasando el plato con la guitarra- que atravesar un ventarrón de soledad compacta sin dejar de escribir y militar vocacionalmente en elMontevideano Laboratorio de Artes. Claro que en este caso cargaba en la mochila el contrapeso de una familia casi completamente despedazada y un tornado de incomprensión y disgustos que terminaron por generarme, en 2013, la explosión de un bocio folicular y un tumor de diez por quince en el riñón derecho más maligno que el manzanazo que le encajaron a Gregor Samsa en el lomo. Y pensar que en estos casos siempre se te arrima gente bienintencionada a papagayear ese versito gancheramente bondadista que repite hasta la exasperación No te rindas, No te rindas, No te rindas, No te rindas, como si estuvieran cantando un Que los cumplas feliz. ¡Pero carajo! ¡Lean a Elisabeth Kübler-Ross y entiendan de una vez que sin aprender a rendirse y a resignificar los fracasos de la personalidad no se puede crecer! ¡Lo que importa es no darse por vencido! ¡Y Artigas no huyó valientemente al Paraguay, como anda diciendo un enchastrador puesto al servicio de la prospectiva del cobarde y copetudo Cavia y los logieros que lo manipularon! Artigas es el hombre más importante de las tres Américas, como lo vienen comprobando historiadores de la talla de John Street, que fue un brillante discípulo de Toynbee. Y tuvo que rendirse frente al infame acorralamiento masónico-imperial, pero cuando Frutos -el máximo traidor y exterminador que existió en el Uruguay del siglo XIX- lo mandó buscar para maquillar el lautreámontiano desastre de la Guerra Grande, no le dio ni pelota. Y supo morir solo, derrotado y digno. Igual que Jesucristo.

  

¿Y compartís también el misticismo que impregna toda la obra o quisiste acompasarte con el espíritu de la época?

  

Yo me defino como un católico junguiano, kierkegaardiano y místico desde hace treinta años, cuando me sumergí para siempre en la obra teológica de San Juan de la Cruz por recomendación de mi terapeuta, Demian Díaz Torres (que también trató a Levrero). Y esa forma radical de vivir te conduce a la búsqueda de la boda interior de los opuestos de la que te hablé antes. Y además me considero un pobre de espíritu inspirado históricamente por el propio Pepe Artigas, que no se conformaba con menos de Dios. Nuestra cultura con cielorraso es incapaz de comprender que la pobreza de espíritu es el desasimiento de todo tesoro terrenal que no nos guíe hacia la completud interior donde reina la libertad inefable que te otorga la fe en el misterio. Y si no lográs irte purificando de los deseos sedientos de paraísos artificiales nunca encontrás la cosa, esa indoblegable PAX-LUX que te lleva a vivir en un estado de adoración cósmica muchísimo más profundo que la simple alegría. Y aquí desembocamos en otro muy papagayeado texto de Benedetti (que lamentablemente involucra al gran Serrat) que nos reclama defender la alegría a pesar de Dios y de la muerte. ¡Pero carajo! ¡Eso es lo que pretende el consumismo salvaje! ¡Que consideremos a la alegría como a una especie de satisfacción o ilusión optimista, utopista y en definitiva escapista! En suma: olvidarnos de Dios y de la muerte (los dos puentes supremos hacia la trascendencia) apoderándonos de un bienestar irremisiblemente volátil y pasajero. ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡Lo que reclamaba Federico en Nueva York era que diéramos la vida para acceder al reino de un más allá interior donde el cráneo sonríe con una felicidad inmune al envenenamiento de los yertos paisajes de cicuta que sigue imponiéndonos el capitalismo! ¡Y ese es un desafío místico, como lo fue bautizar a la capital de la Liga Federal de los Pueblos Libres evocando el día de la Purificación de la Virgen en el templo!

  

¿No te parece arriesgado polemizar con los detractores de Artigas desde tu propio libro? Porque hay unas cuantas alusiones bastante directas a figuras contemporáneas.

  

Bueno, eso lo hicieron Dante Alighieri, Cervantes y Tolstoi, entre otros tantos leones. Así que no me siento muy mal acompañado.

  

Es evidente que la dimensión que le das al prócer contrasta con la de los que dicen: 1) que no es un verdadero héroe porque no murió peleando; 2) que es un mito que hay que alimentar permanentemente porque ni no se cae; 3) que en un momento de su vida persiguió a indios y a revolucionarios; 4) que se subió al carro de la revolución porque se peleó con el poder español por razones menores; 5) que su reparto de tierras fue intrascendente; 6) que sus tratados de comercio sentaron las bases de otros actuales, lesivos a los intereses orientales y 7) que se inventó un Artigas con una sensibilidad social que no era tal, entre otras muchas críticas. ¿No tenés miedo de estar alimentando con tu novela una leyenda edulcorada, como dicen algunos, para simplemente reafirmar la nacionalidad?

  

Te contesto por orden. 1) Los verdaderos héroes patrios (que no tienen por qué ser próceres) viven y mueren -para glosar a Antonio Machado- en guerra con sus entrañas, y se despiden en paz. ¿O vamos a inventar una especie de aristocrático y exitista ATP de prohombres acribillados? Eso es cosa de esnobs seductores que quieren figuretear minimizando a los escasísimos imprescindibles (Bertolt Brecht dixit) que guían a cada pueblo hacia la indoblegable luminosidad. 2) Artigas es un mito al que hay que defender permanentemente porque si no los traidores serían capaces de seguirlo enchastrando hasta la pulverización. ¡Los sicarios de Cavia, Walt Whitman, los maricas filosóficos de Cavia and Company!  3) Ya es un hecho irrebatible que el cuerpo de Blandengues fue inventado para no llevar preso al “coquito de la campaña”, que era el líder más importante de los contrabandistas. Y es a partir de ese momento, según lo sugiere el historiador inglés John Street -con una insólita gracia de profundidad- que Artigas “se enamora” de la Banda Oriental y tiene que empezar a reprimir a cualquier clase de saqueador, sea indio o sea matrero levantisco. Vale decir: que ese giro providencial lo hizo desarrollar un sentido de pertenencia más alto y más hondo que desembocará en la prospectiva de una Liga Federal craneada en Arerunguá al abandonar el Segundo Sitio y compaginando diferentes modelos de constituciones de la revolucionaria confederación norteamericana, como está comprobado hace mucho tiempo. Una vez escuché a Vázquez Franco en la televisión acusando a Artigas de haberse ido a “papar moscas” en el desierto que él llamaba el “centro de sus recursos” mientras Alvear tomaba Montevideo. Y la pobre Sonia Breccia lo escuchaba fascinada. Porque en el Uruguay no se enseña la verdadera historia del fundador y le podés vender espejitos a cualquiera porque casi nadie sabe nada, y menos que menos los “seudoculturosos” ávidos de ponerse “à la page” de los seductores que se lucen desparramando mala leche. 4) Existe un documento firmado por el rey de España negándole una licencia por enfermedad a Artigas, al que le sacaron el jugo durante años negándole un mísero ascenso, desde que empezaron a discriminarlo como a un “español de segundo orden”. Esas no son razones menores. Y Pepe nunca fue un gil. Por lo menos terminó por arreglárselas para canjear los interminables “padecimientos” que le acarrearon las “changas” donde les sacaba las papas del fuego a los maturrangos como Javier de Viana con la adquisición de un precioso territorio (destinado a proteger a los charrúas) cuyo nombre significa “La alegría de estar en Dios”. Con él no se jodía. Y yo no diría que se incorporó tardíamente a la Revolución, sino que los porteños demoraron mucho en entender -gracias al brillante y desgraciadísimo Mariano Moreno- que en la Banda Oriental había un solo candidato con cabeza y güevos de Jefe. Lamentablemente, le encajaron de ladero a Mamita Rondeau, que era un “tibión” servil. 5) El hazañoso reparto de tierras (cuya impronta profunda está inspirada en Santo Tomás de Aquino y el suarismo jesuítico) se logró emborrachando en Purificación a los dos cajetillas (Juan León y León Pérez) que le mandó el Cabildo de Tontovideo para negociar “ventajeramente”, y se hizo lo que se pudo, con el humillante riesgo de tener que bancarse la bronca de gente tan cojonuda como el Pardo Encarnación, que se le retobó al Protector con sobradas razones. Claro que si comparamos la reforma agraria artiguista con los extraordinarios repartos revolucionarios de tierra que hicieron José Batlle y Ordóñez, Tabaré y Vázquez y José Mujica, resulta poca cosa. Encantamientos cínicos veredes, queridísimo Sancho. 6) ¿Así que ahora estamos acusando a Artigas hasta de sentar las bases de los calzones que nos bajamos para que nos encajaran el chuco de las papeleras? Lo triste es que es gracioso. 7) Esa apreciación es realmente repugnante. Revisen nada más que el episodio de Ana Gasquén, muchachos. Y por lo menos lávense la boca con alcohol en gel después de escupir la piedad de los que supieron arrodillarse frente a la tribu triste.

  

Con respecto a mi novela-poema, te diré que sólo intenta reafirmar sin el menor edulcoramiento la parte de nuestro país que se llama República Oriental, único arquetipo que pesa históricamente en el inconsciente colectivo de lo que bien podría llamarse Ponsonbylandia en lugar de Uruguay.

  

¿Cuáles fueron los historiadores que resultaron más influyentes en tu trabajo?

  

Todos tienen su cuota de importancia, pero Alberto Methol Ferré, Pedro Gaudiano y Juan Zorrilla de San Martín (cuya Epopeya yo me daba el lujo de menospreciar por considerarla rebasada a nivel investigativo) me resultaron anímicamente imprescindibles. (También fueron muy útiles las pesquisas realizadas in situ por Nelson Caula y Ana Ribeiro en el Paraguay, y por supuesto, tu invalorable colaboración como consejero, diagramador de portada, presentador en el lanzamiento del Cabildo y la Escuela de Cineastas del Uruguay y distribuidor del libro en las instituciones y las cooperativas. Es por eso que el “letrado” Ricardo Arocena aparece mencionado por el Protector como un personaje agitativo en los pagos sorianenses donde se gestó “El grito”).  Pero el horcón ideológico fundamental es el invalorable Tucho, que en un artículo escrito en 2009 -que se llama La vuelta de Artigas y fue republicado en elMontevideano Laboratorio de Artes- plantea como única salida la recuperación del soplo federal aplastado por el cielorraso logiero que cada día nos ahoga más. Es un problema geopolítico y filosófico que fatalmente tendremos que replantearnos si queremos espiralar ascendentemente hacia una América-Nación capaz de existir con fuerza y fisonomía propia en este tramposo (y tétrico) reordenamiento mundial que se avizora entre la nebulosidad de la pandemia. Por otra parte, esa vuelta de Artigas ya pudimos verla materializada holográficamente en una extraordinaria miniserie cordobesa de cuatro capítulos que se estrenó en Canal Encuentro: Artigas / Guerrero de la libertad. El guión y la dirección es de Mauricio Minotti y la actuación de Iván Espeche Gil, dos fenómenos realmente consustanciados con la cosa. Claro que en Ponsobylandia la vio muy poca gente, porque el único canal que se interesó en comprarla fue la semifundida y prácticamente inadvertida TV Ciudad. O sea que siempre estamos en lo mismo: los burócratas del chiquero que juegan a la democracia ejemplar en el Palacio de los Sueños Perdidos siguen arrimando flores a los monumentos para ningunear con más elegancia al fundador de la garra celeste y chau Pepe: tu radicalismo estorba. Bueno, ya es muy sabido que donde manda la masonería lo sagrado se agrieta. ¡Y el año pasado terminamos por hacerles la vista gorda a las mismísimas confesiones de los torturadores!

  

¿Cómo viviste la experiencia de registrar el primer audiolibro que incluye una novela completa performatizada por su autor en nuestro país?

  

Fue algo maravilloso, que le debo a la generosidad de “Jardín humano”, que integran los militantes culturales multimediáticos Haugussto Brazlleim y Federico Coore y me propusieron “performatizar” (dijiste bien) la novela-poema en su estudio, “El Liebregal”, adosándole pequeñas cortinas musicales entre capítulo y capítulo. Fue un trabajo arduo y tan conmovedor que terminé por cantar, toser, aullar y llorar al encarnar la voz de Pepe el moribundo. Y cuando lo entregamos en elMontevideano tuvo muchísima audiencia, lo que realmente te caldea la vida.

  

Ved ahí el fruto de los desvelos de quien nos guió.

  

 

Cuartel artiguista de la calle Lepanto / 12-2020

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