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A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (26) - MARYSE RENAUD

 

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola

 

HISTORIA Y FICCIÓN

 

I. EL IMPACTO DE LA HISTORIA (2)

  

A medida que avanzamos en la obra de Juan Carlos Onetti, vamos encontrando un afincamiento más preciso en la realidad histórica. Trataremos de demostrarlo tomando como ejemplos las etapas más destacadas en este proceso de apertura al mundo exterior. En 1939, fecha de la publicación de El pozo, la actitud del novelista parece haber cambiado sensiblemente en relación a los años anteriores. La novela se hace eco -manejando modalidades que examinaremos a su debido tiempo- tanto de las tensiones políticas nacionales como de las internacionales. Es cierto que los primeros acontecimientos políticos a los que se alude por primera vez sólo aparecen en el capítulo seis, y que la fluidez del narrador tiende a restarles importancia:

 

Según la radio del restaurante, Italia movilizó medio millón de hombres hacia la frontera con Yugoeslavia; parece que habrá guerra. (10)

 

La Historia aparece rebajada a la categoría de simple suceso, al escamotearse sin más ni más la profunda significación de la Segunda Guerra Mundial. Pero conviene prestarle una especial atención a las páginas siguientes porque ciertos elementos contribuyen a ilustrar y matizar nuestras anteriores afirmaciones: una de ellas es la acrecida presencia de Lázaro, cuya combatividad militante evoca el vigor milagrosamente reencontrado del personaje bíblico. El peso novelesco del personaje se confirma: el capítulo seis constituye un tramo que sólo cobrará real sentido en el capítulo catorce, donde son revelados en toda su ambigüedad los vínculos conflictivos pero fraternales que unen a Eladio Linacero y a su compañero de cuarto. A pesar de la hostilidad con que Linacero trata a Lázaro, la influencia y hasta el prestigio ejercidos por el obrero resultan difícilmente disimulables: cuando Eladio Linacero se dispone a contar su encuentro con el poeta Cordes, una imperiosa necesidad lo obliga, a pesar suyo, a abandonar el tema para expresar su preocupación por el camarada sindicalista (11). Esta curiosa bifurcación del relato constituye un reconocimiento implícito de la necesidad de superar la experiencia estrictamente subjetiva, representada en El pozo por la práctica orgullosa y solitaria de la escritura. Las múltiples invocaciones del odiado y a la vez secretamente admirado Lázaro permiten interpretar la magnitud del peso que ejerce sobre Eladio Linacero el excesivo repliegue sobre sí mismo. Y si bien él no se siente capaz de adherir a la lucha contra la injusticia social, resulta innegablemente fascinado por la acción colectiva, el optimismo y la devoción de los militantes.

 

Si dejamos de lado Convalecencia, que nos presenta un oasis de calma y serenidad al abrigo de las interpelaciones de la Historia, y tomamos Tiempo de abrazar, volvemos a comprobar la cruda penetración del mundo exterior. Sin embargo, no se trata de arremeter contra el idealismo algo utópico -según el narrador de El pozo- de los sindicalistas embriagados por el progreso y la justicia social, sino de exponer con toda claridad el turbio funcionamiento del mundo de los negocios. Entre Seidel y Jason, el personaje principal de Tiempo de abrazar, el problema se reduce estrictamente al enriquecimiento personal:

 

Vea, Jason: lo toma o lo deja. Hace casi un año que ando atrás de esto. He cuidado hasta el último detalle. Todo está perfectamente maduro, pulido… Y estafa… Ah, no. Estoy resuelto a mandar al cuerno los escrúpulos. Si no hago yo el negocio, lo harán ellos u otros peores. Bueno: resolverse. Si él no aceptaba, Seidel se arreglaría con Pins. Mil, dos mil pesos, cualquier cosa (12).

 

Se hace evidente que Juan Carlos Onetti pretende hacer hincapié en el mercantilismo de la sociedad “rioplatense” y su dependencia económica del capital extranjero, como lo sugiere la presencia, en el mismísimo centro de los libros y las carpetas, de un grueso tomo de ‘El Capital’ encuadernado en rojo” (13)

 

Pero no es sino un poco más tarde, en 1941, en Tierra de nadie, cuando Juan Carlos Onetti abre generosamente las puertas de la novela a los grandes debates ideológicos impuestos por la Historia a nivel mundial. Son entonces desmenuzados la forma de vida -juzgada como opaca y mediocre- del “rioplatense medio”, la subordinación cultural y económica a Europa y los Estados Unidos, la actitud de los intelectuales hacia el comunismo y sus reacciones frente a la guerra de España. Nunca hasta ahora Juan Carlos Onetti había demostrado un interés tan minucioso por la dimensión política de la existencia humana. Con una vivacidad que acentúan la escritura fragmentada y la alternación de los pasajes narrativos y dialogados de Tierra de nadie, el narrador, desapareciendo a menudo entre sus personajes, duda sistemáticamente de los valores más arraigados de la sociedad “rioplatense”. Aquí, como en El pozo, las limitaciones del individualismo pequeño-burgués son sufridas hondamente, y no hay nada -.ni el escapismo a través del arte, ni la camaradería que une a los integrantes de la “barra”, ni los amores pasajeros de los principales personajes, ni el mito egoísta de la isla paradisíaca que obsesiona a algunos de ellos- capaz de enmascarar el vacío y la insatisfacción sobre los que se fundan estas vidas. Sólo la movilización sindical, a pesar de los efectos y la pequeñez de algunos de sus representantes (14), surge como una valiente tentativa de superar el individualismo y encontrar una cohesión de otro tipo, capaz de contener el desmoronamiento provocado por la dispersión del grupo. El narrador manifiesta su simpatía por los que luchan -Bidart y sobre todo Rolanda- un personaje secundario que termina por acceder al papel principal de compañera de Aránzuru-, pero rechaza la ideología marxista que subyace implícitamente a los análisis políticos de los militantes sindicales. Al igual que El pozo, se manifiesta una desconfianza casi instintiva hacia todo tipo de sistema. Recordemos las desengañadas reflexiones de Linacero al respecto:

 

No sé si la separación de clases es exacta y puede ser nunca definitiva. Pero hay en todo el mundo gente que compone la capa tal vez más numerosa de las sociedades. Se les llama “clase media”, “pequeña burguesía”. Todos los vicios de que pueden despojarse las demás clases son recogidos por ella. No hay nada más despreciable, más inútil. Y cuando a su condición de pequeños burgueses agregan la de “intelectuales”, merecen ser barridos sin juicio previo (15).

 

Notas 

(10) El pozo, p. 19.

(11) Ibid., p. 37: “Estoy muy cansado y con el estómago vacío. No tengo idea de la hora. He fumado tanto que me repugna el tabaco y tuve que levantarme para esconder el paquete y limpiar un poco el piso. Pero no quiero dejar de escribir sin contar lo que sucedió con Cordes. Es muy raro que Lázaro no haya vuelto. A cada momento me parece que oigo la escalera…” (El subrayado es nuestro).

(12) Tiempo de abrazar, en Tiempo de abrazar, p. 154.

(13) Ibid., p. 155.

(14) Tierra de nadie, Cap. XI, XXII, XXIIII, XXXIV, etc.

(15) El pozo, p. 40.

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