martes

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 78

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Todo el mundo hacía gimnasia a la misma hora. El casillero de Baldy estaba en la misma fila que el mío, cuatro o cinco lugares más allá. Yo me adelanté a todos. Baldy y yo teníamos el mismo problema. Odiábamos los pantalones porque picaban terriblemente, pero a nuestros padres les encantaba que usáramos ropa de lana. A mí se me ocurrió solucionar el problema usando el pijama abajo de los pantalones, y se lo conté en secreto a Baldy.

 

Abrí el casillero y me desvestí. Después de sacarme los pantalones escondí el pijama en el estante alto del casillero y me puse el de hacer gimnasia justo cuando los demás estaban llegando.

 

A Baldy y yo nos pasaron un montón de cosas por usar un pijama escondido, pero la mejor anécdota era una que contaba él. Una noche estaba bailando con una muchacha y de golpe ella le preguntó:

 

-¿Qué es eso?

 

-¿Lo qué?

 

-Esa cosa que te sobresale del pantalón.

 

-¿Qué?

 

-¡Dios Santo! ¡Usás el pijama abajo de los pantalones!

 

-¿Sí? Se ve que me olvidé de sacármelo…

 

-¡Yo me voy ahora mismo!

 

Y nunca más quiso salir con él.

 

Baldy llegó mientras los otros se estaban poniendo la ropa de hacer gimnasia y abrió su casillero.

 

-¿Cómo te va, compañero? -le pregunté.

 

-Hola, Hank.

 

-Tengo clase de Inglés a las 7 de la mañana. Para empezar el día no está mal, aunque se tendría que llamar “clase de apreciación musical”.

 

-Ah, sí, con Hamilton. Ya me hablaron de él. Je, je, je…

 

Entonces me le acerqué y le desabroché y le bajé los pantalones de un tirón. Abajo usaba un pijama con rayas verdes y trató de cubrírselo, pero yo tenía mucho más fuerza que él.

 

-¡MIREN, MUCHACHOS! JESUCRISTO, ¡ESTE TIPO VIENE A CLASE CON EL PIJAMA PUESTO!

 

Baldy siguió forcejeando y se puso muy colorado. Pero lo peor se lo hice cuando llegaron dos compañeros a mirarlo: le pegué un manotazo y le bajé el pijama.

 

-¡MIREN ESO! ¡NO TIENE NI UN PENDEJO Y CASI NO TIENE PIJA! ¡QUÉ VA A HACER CUANDO SE LA TENGA QUE METER A UNA MINA?

 

Y el petizo que estaba más cerca me dijo:

 

-¡Sos un sorete, Chinaski!

 

-Sí -dijeron los otros tipos. -Sí… sí…

 

Entonces Baldy se subió los pantalones, llorando.

 

-¡Chinaski también usa pijama! ¡Y fue a él que se le ocurrió la idea de usarlos! ¡Los tiene aquí!

 

Y abrió las puertas de mi casillero y sacó toda mi ropa, pero los pantalones pijama no aparecieron.

 

-¡Los escondió! ¡Los tiene que haber escondido!

 

Yo dejé mi ropa tirada y salí al campo mientras pasaban la lista. Estaba en la segunda fila. Hice un par de flexiones y noté que atrás mío había otro petizo que se llamaba Sholom Stodolsky.

 

-Sos un sorete, Chinaski -me dijo.

 

-No te metas conmigo, loco. Tengo muy mal carácter.

 

-Me meto contigo todo lo que quiero.

 

-No te pases, gordito.

 

-¿Conocés el pasaje que hay entre el edificio de Biológicas y las canchas de tenis?

 

-Sí, lo conozco.

 

-Te espero allí después de la gimnasia.

 

-Bueno -le contesté.

 

Pero no fui. Falté a las clases que había después de gimnasia y me tomé dos tranvías para llegar a la plaza Pershing, a ver si había algo de acción. Tuve que esperar sentado mucho rato hasta que al final un ateo y un religioso empezaron a discutir. Pero no eran muy buenos. Y además yo era agnóstico, y los agnósticos no tienen mucho para discutir. Salí del parque bajando por la Séptima hasta llegar a Broadway, donde estaba el centro de la ciudad. Aparte de la gente que se amontonaba a esperar que cambiaran los semáforos, no encontré más nada. Entonces me empezaron a picar las piernas. Había dejado el pijama escondido en el casillero. Aquel día fue jodidamente estúpido desde el principio al fin. Me trepé a un tranvía de la línea “W” llegué hasta mi casa sentado en la parte de atrás.

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