La persona tiene dos grandes modos de ser, el
individual y el colectivo, y en unos pocos trazos se puede describir el perfil
de cada uno (sin que esto tenga que limitarse en blanco y negro). El individual
es aquel en el que la persona piensa y actúa sin que mayormente se distraiga o
desconcentre, en un estado de libertad de conciencia y de conducta. El
colectivo es el que cualquier suceso u otra persona que se interponga la obliga
a pensar y a actuar respetando ciertas ideas y pautas de conducta consensuadas
y compartidas. Ahora bien, tanto las libertades como las constricciones le
pueden resultar beneficiosas o perjudiciales según se dé o no se dé cuenta de
los dos papeles que le toca interpretar en los escenarios del mundo.
El modo colectivo tiende a conquistar metas
políticas, económicas y sociales, por lo que es dependiente de la relación
entre personas. La mayoría de las consignas que se publican y popularizan
contienen objetivos concretos, persiguen fines determinados, proponen o
reclaman proyectos y obras, cuando no las echan a andar de inmediato. El modo
individual también es pletórico de aspiraciones, pero es independiente y no
dispone de amparo. Antes que publicar, pujar para reunir fuerzas y extender sus
propios designios y anhelos, difundirlos o popularizarlos, tiene que sostenerse
en la vida material tanto como en su salud mental, moral, física, de
relacionamiento. Si el colectivo es amparado por las instituciones, el
individual sólo se ampara en sí mismo.
La persona colectiva es política y jurídica,
la individual es ética y estética. Una es, si se quiere, disimulada y
diplomática, otra explícita y desenvuelta. Si en lo social la persona se vale
de toda clase de asedios, luchas y victorias para conseguir sus propósitos, en
lo individual las operaciones en el campo de batalla son otras. Los asedios,
luchas y desenlaces son bien diferentes porque se dirigen hacia la persona misma.
Ella es la primera muralla que hace difícil el asalto, porque tiene que
alentarse a sí misma, sostenerse sola, retroalimentarse. Carece de la fuerza
que empuja a la persona colectiva con su inercia autosustentable.
Si bien la persona individual tiene que luchar
con el entorno, doblegar voluntades adversas y superar dificultades, como la
colectiva, sin embargo, no puede atenuar los riesgos, disimular los errores,
mitigar los fracasos o responsabilizar a otro por fracasar. Aunque no lo
parezca, la persona individual está más expuesta que la colectiva si se trata
de perseguir fines y concretar aspiraciones. Para el modo colectivo se trata de
llegar, su tarea consiste en cruzar una meta. Para el modo individual se
trata, ante todo, de permanecer; su tarea consiste en correr hacia la
meta y mantenerse sin fatiga ni desahucio.
Si la persona se sube a la corriente general, la
monta como el jinete a su cabalgadura, o si se sube al carro como suele
decirse, no tiene que hacer nada más para que todo movimiento permanezca. Por
tratarse de lo social, permanecerá por la sola inercia y convergencia de
voluntades y conductas. Pero en el otro modo no hay corriente general, jamelgo
ni carro, y es imprescindible que se pueda seguir antes que se pretenda llegar.
Pese a esto, y paradojalmente, la persona colectiva debería procurarse seguir
y la individual llegar. Deberían compartirse los papeles.
Porque la sociedad se desbarata si sólo puja
por nuevas conquistas y no se ocupa de recimentar las bases que la sostienen. Esto
es lo que ocurre sin que se advierta en cantidad de casos. Debería procurarse
la permanencia antes que procurarse el éxito. La búsqueda de éxito ciega;
el permanecer firme y bien apoyado deja ver. Decía Thomas S. Eliot que
“peleamos por mantener vivo algo, más bien que en la esperanza de hacer
triunfar algo”. Si la persona se mantiene despierta podrá concretar sus
aspiraciones; si permanece dormida, arrebujada en el muelle sillón de la
colectividad, sin advertirlo contribuirá en dañar los cimientos que la
sostienen. Porque la colectividad se mueve sola, pero no se construye sola como
se construye el individuo. La convergencia de voluntades hace uso de un gran
poder institucional y político, pero no sería posible si no se hubiera cimentado
en la conciencia personal.
El individuo no quiere dominar el mundo y se
resigna con ser gobernado. No habría Alejandro, Carlomagno, Napoleón si no se hubiera
subyugado al colectivo, como lo hiciera el benefactor, el héroe tanto como el explotador
y el genocida. Aunque en el ser colectivo no anida el afán de dominar el mundo,
sin embargo, está el querer controlar el entorno inmediato, incluso si en el
propósito tiene que sacrificar a la persona. El ser individual escuda su
debilidad tras la aspiración de un mundo dominado por sí solo. El poder
colectivo, por eso, radica en la endeblez del poder individual. Porque se
aprovecha de la tenacidad en que en este se afirma la permanencia.
Sería un gran cambio que el ser social
adoptara algunas tendencias del ser individual. Por ejemplo, que se procurara a
sí mismo lo que anhela con fervor, pues con ello aprendería a ser más autónomo
y a la vez aliviaría la carga que pesa sobre el sistema social. A medida en que
los derechos se han ido ampliando, para beneficio de todos, el sistema que los
garantiza se ha ido debilitando. ¿Por qué? Quizá por el hecho de que el ser
colectivo se separa del individual al cerrarse sobre sí mismo, encapsularse e
impedir que se infiltre la iniciativa, la imaginación, la capacidad de innovar
que reside en toda inteligencia individual. Aunque parezca al revés, el ser
colectivo es el que está enajenado.
Porque, ¿cuál es más débil? Pues, no es el individual, aunque de primera lo parezca; el ser colectivo es el más débil. Su debilidad se manifiesta en la misma fuerza que lo mantiene en movimiento, potencia invisible que se dirige en cualquier dirección, que no se sabe bien qué quiere y que se estremece ante el vuelo de una mosca, autóctona o foránea; en síntesis, ante la fuerza bruta. Así, el ser colectivo depende del individual, y, aunque su razón de ser sea la felicidad de cada uno y se consagre en el contrato social, sin embargo, depende de las facultades de la libertad y de la creatividad del individuo sensible.
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