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CRÓNICAS DE LA PATRIA GRANDE: LA GUERRA DE CANUDOS - RICARDO AROCENA


Las promesas realizadas en estos días por parte del gobierno del Brasil, de entregar suelos a los grandes terratenientes, han exasperado a los sin tierra y pequeños productores, que constatan que su país acentúa su condición de ser uno de los que cuenta con mayor concentración de tierras improductivas del mundo. El origen de los conflictos se remonta a tiempos remotos, a las épocas de la colonización portuguesa, momento histórico en el que se establecieron las raíces una desigualdad social que cada día empeora y que en el pasado, en ocasiones, se expresó en forma peculiar.  Justamente este mes de octubre, se cumplieron 123 años de una revuelta sin parangón por sus características: hacia fines del siglo 19, en la, por entonces, "Provincia" de Bahía, estalló una insurrección popular de signo religioso, paradójicamente conservadora y avanzada a la vez y con objetivos independentistas. Fue conducida por Antonio Consejero, un personaje enigmático, que emergió producto del orgullo y del desamparo de las mayorías desheredadas, en el municipio de Canudos, dentro del Polígono das Secas, en el Valle del río Vaza-Barris, en las tierras áridas del sertón o caatinga.

 

En ese lugar, las mayorías “sin tierra" construyeron un régimen por su ordemamiento social muy parecido al "territorio libre de esclavitud" que funcionó en Alagoas entre 1580 y 1710 a instancias de los esclavos negros fugitivos, popularmente conocido como "Quilombo dos Palmares". Obviamente ninguna de esas experiencias fue tolerada por los poderes del momento. Mientras pudieron, los canudenses plantaron, criaron rebaños para su consumo y comercializaron con las ciudades más próximas, hasta que al cabo de varios enfrentamientos con el gobierno central, con escasa fuerza militar y aislados del resto del país, fueron masacrados un día de octubre de 1897.

 

LA "REPÚBLICA OLIGÁRQUICA"

 

Entre 1896 y 1920 se consolida en Brasil un proyecto republicano que muchos historiadores han calificado como de "corte oligárquico" y que nada modificó la situación de los trabajadores del campo. La monarquía fue derrotada, pero, y según los censos realizados por aquel entonces, un 60% de las tierras continuó en muy pocas manos y la gran mayoría de la población rural permaneció sin derechos mínimos, como ser, remuneración justa, buena alimentación, atención sanitaria, vivienda decorosa, etc. En otras palabras, los grandes propietarios continuaron siendo responsables de la miseria y la sumisión de la masa rural, razón por la cual emergieron sucesivas revueltas, mientras que bandas de "cangaceiros" asaltaban las grandes propiedades.

 

Por otra parte, millares de personas, solidarias en la miseria, participaron de movimientos religiosos contestatarios, que en cierta medida hasta llegaron a cuestionar el orden político vigente. Una de las más significativas de esas demostraciones de resistencia, fue la Revuelta de Canudos, su líder fue el beato Antonio Méndez Maciel, más conocido en el sertón como Antonio Consejero. Luego de peregrinar por el nordeste, gobernó el poblado independiente de Belo Monte, una población de 30 mil habitantes. Era un católico fervoroso, que perteneció a una familia de pequeños propietarios perseguida por los estancieros. Perdió tempranamente a su padre y tuvo que abandonar sus estudios seminarísticos.

 

Las condiciones de vida de la mayoría en el nordeste brasilero, impulsaron a la Iglesia Católica de la época a promover una campaña de reformas y de renovación espiritual, que la acercara más a la población. Antonio Consejero ingresó en una de esas campañas, participó en la construcción y remodelación de templos religiosos y con el tiempo se animó a predecir cambios en el mundo. Sus provocativos pregones lo convirtieron en uno de los más conocidos beatos del nordeste.

 

EL HOMBRE

 

El Consejero era alto y flaco, su piel era oscura y sus huesos prominentes. Quienes lo conocieron comentaban que su mirada ardiente encerraba la fuerza de las convicciones profundas. Calzaba sandalias de pastor y peregrinaba vestido con una larga túnica morada, que le cubría todo el cuerpo. Era imposible saber su edad, su procedencia y su historia, pero algo había en su porte, en sus costumbres frugales y en su seriedad, que cautivaba a los demás. Solía presentarse en forma repentina, cubierto por el polvo del camino, para hablar de cosas sencillas, aunque trascendentes. Baqueanos y peones lo escuchaban conmovidos, una de sus preguntas más frecuentes era si efectivamente en 1900 llegaría el fin del mundo. Por lo general respondía dubitativamente a la pregunta, pero alertaba que había que prepararse para tal eventualidad.

 

Cuando en 1877 la hambruna y las epidemias matan a la mitad de la población, muchos decidieron acompañar al Consejero en su peregrinación. Algunos lo escoltaron un trecho del camino, pero otros, desafiando a la sequía y a los bandoleros, se quedaron con él hasta el final. Hasta no faltaron asaltantes, que arrepentidos de sus andanzas, siguieron al líder religioso. 

 

La noticia de que la monarquía había abolido la esclavitud llegó tarde al nordeste, lo mismo ocurrió cuando, para disgusto de las viejas autoridades y de los vinculados al régimen, la nación dejó de ser un Imperio y pasó a ser República. Pero los pobladores del nordeste no encontraron diferencias cuando llegó la novedad: las necesidades continuaron siendo las mismas, el suelo siguió siendo estéril y legiones de mendigos continuaron poblando los caminos.

 

El Consejero, rodeado por sus penitentes, quemó los edictos, cuando en 1893 el gobierno republicano decidió cobrar impuestos municipales. Y se pronunció “contra la República” y muchas de sus reformas, por considerar que el nuevo régimen oprimía a los fieles. Perseguido por su prédica, huyó hasta Canudos, en donde fundó Belo Monte, "tierra de las promesas” y lugar de preparación, a través de una vida honesta y piadosa, para ingresar al “reino de los cielos”. De esta forma y a su manera, un tanto contradictoria, limitada y confusa, Antonio Consejero denunciaba injusticias y profetizaba transformaciones.

 

Los canudenses se autodenominaban “yagunzos”, que significa “alzados” y establecieron nuevas formas de convivencia. Rechazaron el matrimonio civil, impulsaron la unión libre (siempre que el hombre y la mujer estuvieran de acuerdo) y se despreocuparon de la paternidad de los hijos, porque el Consejero les había inculcado que todos los seres son legítimos por el solo hecho de nacer. Aceptaban además la redención hasta de los bandoleros y asesinos, sobre la base de que si en el pasado cometieron crímenes, había sido por la pobreza en que se encontraban. Estas y otras prédicas, sumadas a la expropiación de tierras y su reparto entre los pobladores nucleados en comunidades, concitó el rechazo de los hacendados, que incitaron al gobierno a tomar medidas, ante lo que consideraban un “Estado dentro del Estado”.

 

EL FIN DEL MUNDO

 

“Ha de caer una gran lluvia de estrellas y ese será el fin del mundo. En 1900 se apagarán las luces”, solía repetir el Consejero. No fue el final para la humanidad, pero lo fue para los canudenses. La primera expedición contra los “fanáticos y revoltosos”, como los llamaba la prensa, partió de Juazeiro de Bahía, la noche del día 12 de noviembre (los jefes militares evitaron el día 13, que, como se sabe, es considerado de mala suerte). Pero no tuvieron mucha suerte, las tres primeras expediciones militares montadas contra los "yagunzos", fueron derrotadas. Para defenderse, los pobladores de Canudos, habían montado su propia fuerza militar. Estaba dirigida por João Abade, Chico Ema, Antônio Beato, Antônio Fogueteiro y Pajeú.

 

Recién en su cuarta invasión, concretada el 5 de octubre de 1897, las fuerzas gubernistas, compuestas por más de 5000 soldados armados con ametralladoras y cañones, lograron doblegar a la población. En su libro "Los Sertones", el reportero Euclides da Cunha da cuenta que la comunidad fue incendiada con bombas de dinamita y denuncia las barbaries y atrocidades encubiertas detrás de los prestigiosos símbolos de la modernidad, contra gente pobremente armada, que predicaba la paz:

 

“Evitando las ventajas de un ataque nocturno, los sertanejos llegaban con el día y se anunciaban de lejos. Despertaban a los adversarios para la lucha (...) Pero no tenían a primera vista experiencias guerreras. Los guiaban símbolos de paz: la bandera del Divino y ladeada, en los brazos fuertes de un creyente, una gran cruz de madera... Los combatientes armados de viejas espingardas (....) se perdían entre el grueso de los fieles que alternaban, inermes, bultos e imágenes de los santos predilectos... Alguno, como en las romerías piadosas, tenían en la cabeza piedras de los caminos...”.

 

Para los yagunzos fue el fin del mundo. Canudos no se rindió, resistió hasta el agotamiento total. Cayó al anochecer y fue recorrido palmo a palmo por las tropas. Nada quedó, salvo la leyenda que cuenta que cuatro fueron sus últimos "peligrosos" defensores: dos hombres, un viejo y un niño.

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