martes

UN CUENTO MAGISTRAL DE JULIO CÉSAR CASTRO

 


LA NOCHE QUE LAS ESTRELLAS SE NEGARON A CAER

 

El fumigador terminaba de lavar su avioneta estacionada en la puerta de "El Resorte", cuando llegó Rosadito Verdoso con la novedad. Entró, puso la novedad arriba del mostrador, y mientras desataba la bolsa de higos los interesó a todos al decir:


-Vean ahí, la novedá que les traje.

 

"El Resorte" nunca estuvo en una zona de grandes novedades, y la última que se recordaba era la vez que llegó un circo ecuatoriano de lona rajada, y una noche les cayó un trapecista. Por el techo les cayó, porque al hombre le salió mal un triple salto mortal y voló para caer justito en la parte quinchada, que después le pusieron chapa de zinc y era una preciosidá para la torta frita con lluvia. Y como le digo torta frita le digo conversación con novia nueva, porque para esos casos no hay mejor acompañamiento que música de lluvia en el techo. El que más el que menos se acercó a mirar la novedá, pero la que se impresionó fue la Duvija, porque aquello anunciaba una lluvia, luminosa. Según la novedá era una lluvia de estrellas, de las del cielo mismo, de las que ella cada tanto, en noches oscuras, al verlas caer les pedía tres cosas que tuvieran que ver con la vida, con el amor, con el pasaje de un forastero para quererlo, aunque siguiera viaje, cosas así, tan bobas, se decía ella para ella.

 

-Pa mí -dijo el tape Olmedo al enterarse del fenómeno espacial-, son macanas de los diarios pa vender, porque si al caer llegan a quedar colgadas medio cerca se funde la compañía de eletricidá y luz elétrica.

 

La Duvija se puso nerviosa y agarró un lápiz y se puso a anotar cosas para pedir, en grupos de a tres, y se las estudiaba de memoria para no demorarse en pensar en plena lluvia de estrellas, porque uno quiere muchas cosas, pero si lo agarran distraído y le preguntan por tres, se queda pensando y le lleva tiempo.

 

Para la madrugada, descreídos, igual salieron todos del boliche, para ver aquello. Todos, menos el fumigador, que según dijeron había volado alto con su aeroplano para verlas mejor. Pasaron las horas, y apenas si un par de lucecitas cruzaron por allá arriba, ligeras, apuradas, tanto que la Duvija a gatas tuvo tiempo de pedir alguna bobadita.

 

Rezongando se fueron todos de vuelta para el mostrador, salvo la Duvija que se quedó mirando por la ventana, hasta que de repente sí, eran lucecitas en pila que parpadeaban, que le pasaban frente a la ventana, cantidades, y ella les pedía cosas, y meta pedirles cosas y más cosas lindas para ella y los demás, y cuando agotó la lista inventó, y pedía, y pedía, hasta que dejaron de pasar aquellas luces, aquella bandada de bichitos de luz alborotados en el viento. La Duvija estaba tan emocionada, que ni escuchó al fumigador que volaba bajo regalándole una lluvia de estrellitas solo para ella, para que pudiera pedir, y pedir, y seguir esperando, y seguir esperando.

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