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LA PATRIA Y LA TUMBA (17) Crónica ficcionada del golpe de estado y de la Huelga General - RICARDO AROCENA

 A la memoria de María Cristina Díaz Marrero

  

10 DE JULIO. Desde que una vez siendo niña la llevaron a una feria durante las vacaciones, Gloria nunca había vuelto al Cilindro, por eso, ahora que cruzando el pasto se acerca a él, lo siente majestuoso, sobre todo porque la niebla parece absorber la parte superior y crea un cuadro fantasmal. Cerca de la puerta principal, unos soldados, que calientan sus manos en torno a un tanque con fuego, le indican adonde dirigirse. Luego de hacer una cola a la intemperie que la deja aterida, consigue ingresar al estadio deportivo, pero una vez más queda esperando. Desde donde la ubicaron constata que el techo no es cerrado y que el olor a humo llega a ser asfixiante, a tal punto que la pone nerviosa. Al cabo de un rato de la nube emerge el Tito. La primera impresión de Gloria es que está mucho más flaco, pero que no ha perdido su porte curtido durante las extensas jornadas de carga y descarga en el Frigorífico, pero cuando lo tiene más cerca ve los ojos de su marido hinchados, como si estuviera llorando. Tito se da cuenta de la preocupación de su mujer y antes de abrazarla, le aclara que es por el fuego que mantienen encendido durante todo el día para combatir el frío. Hace dos semanas que no se ven y hablan al unísono, las preguntas se entrecruzan, se agolpan, se amontonan:

 

-“¿Y los chiquilines?”; “¿Cómo te detuvieron”?; “¿Estás bien?”; “¿Cómo está tu hermano?”; “¿Y Carolina”? -son tantas las cosas que echan a reír los dos, con lágrimas que esta vez no son por el humo.

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-¿Y cómo estás? –pregunta Gloria luego de llorar, más tranquila.

 

-Llegan cientos de compañeros por día, algunos quedan, a otros los largan, está claro que usan el Cilindro porque ya no tienen adonde poner más gente. A mí me retuvieron en varias comisarías antes de traerme para acá.

 

-¿Y cómo los tratan…? –indaga Gloria.

 

Los presos formamos un comando y llevamos una lista de los que llegan. Poco a poco fue mejorando la situación, cuando trajeron a los primeros compañeros no había agua, la bombeaban con una manguera hasta el tanque, no había luz, no andaban los baños, pero en general se fueron solucionando todas esas cosas.

 

-Te traje comida… -dice tímidamente Gloria a su marido.

 

-Por suerte no nos ha faltado. Todos los días nos traen comestibles las organizaciones sociales de la zona –responde el Tito, que habla sin parar.

 

Necesita hacerlo mientras retiene las manos de su mujer entre las suyas. Se siente obligado a explicarle lo que está pasando de forma que lo entienda, pero ella lo interrumpe para contarle de su contribución al 9 de Julio. Lo hace con pasión:

 

-¡Fue una pueblada! La gente bajaba por Agraciada gritando “Tiranos Temblad”. Y después seguía manifestando por los barrios, quería pelea, pero sentía mucha impotencia.

 

Tito queda sorprendido, antes Gloria parecía indiferente a lo que pasaba en torno suyo, solamente le preocupaban sus hijos y su familia. Y ahora resulta que no solamente se interesa, sino que por lo visto ha participado activamente. Mientras la mujer habla, al hombre le renace un cariño que creía aplacado. Luego de escucharla se siente obligado a dar una opinión terminante, que aclare el panorama.

 

-Van para dos semanas de huelga y hay sindicatos que están flaqueando. No podemos seguir con esta medida mucho más, porque desgastamos las herramientas populares.

 

Pero Gloria lo sorprende nuevamente.

 

-Pienso lo contrario. Creo que hay condiciones de seguir. Podemos estirar la huelga todavía más, lo que nos ha desgastado es que nos faltó organización y planes de lucha, ¿por qué no hicimos otras puebladas antes?

 

Tito no piensa retrucarle. Es evidente que durante las últimas semanas su esposa ha crecido y que maneja argumentos bien fundados.

 

***

 

Ni bien abre la puerta y ve que la recién llegada es su hija, Doris lleva su mano al pecho:

 

-¡No te esperaba! ¿Pasó algo? –se alegra y se preocupa la mujer a la vez.

 

Andrea no quita trascendencia al momento:

 

-Ahora conversamos. ¿Adonde está papá? –pregunta.

 

-En el escritorio. Con Amílcar Muñoz –informa Doris.

 

-¿Con Muñoz? ¿Tan temprano? –ahora la preocupada es Andrea, que rápidamente camina por el corredor con su madre detrás.

 

Ni bien entra al escritorio, su padre y Muñoz se levantan para saludarla.

 

-Los vi en la concentración. Estaban los tres y Miguel. Pero me fue imposible acercarme –dice con seriedad, mientras toma asiento.

 

Los demás intuyen que algo está pasando y esperan lo que Andrea fue a comunicar.

 

-No tengo buenas noticias. Me acaban de avisar que Carlos y Clara cayeron durante el allanamiento a El Popular. Lo importante es que ya ubicamos adonde los tienen. A ella en Jefatura y a él en el Cilindro Municipal.

 

Doris salta:

 

-¿Y con quién están los nenes?

 

-Con la otra abuela –tranquiliza Andrea.

 

-Decime la verdad. No me escondas nada que igual me voy a enterar. No voy a quedarme quieta. Ya mismo me cambio y vamos a verlos -responde la madre.

 

Andrea frena a sus padres:

 

-Es lógica la inquietud, pero ellos están bien. No es necesario que salgan corriendo.

 

-Tiene razón Andrea –intercede Muñoz -, hay que tomar las cosas con calma.

 

-Si no vamos a ir enseguida, aprovecho para cocinarles algo –agrega Doris mientras se levanta para ir a la cocina.

 

Andrea quiere retenerla, pero su padre interviene:

 

-Dejála. Así está entretenida…

 

-Me imagino que ya sabés que detuvieron a Seregni, Licandro y Zufriategui después de la concentración –comenta Muñoz.

 

-Ya lo sabía –responde Andrea, quien intuye que algo está ocurriendo. Y pregunta:

 

-¿Y a qué se debe que estén reunidos tan temprano?

 

-Por suerte viniste. Te íbamos a llamar… -dice Vázquez.

 

Intrigada Andrea se recuesta en el sillón.

 

-Me avisaron de la Comisaría… Murió Mina –informa su padre.

 

La información golpea cruelmente a Andrea.

 

-¿La mataron? –pregunta.

 

-No sé nada más. Yo sospecho que sí, pero habría que investigar. Y dada la situación no es nada fácil hacerlo –comenta su padre.

 

-¡Le pedí que se apartara…! –protesta Andrea impotente.

 

Doris entra en la habitación:

 

-Las pascualinas están casi prontas. ¿Vas a venir con nosotros? –pregunta la mujer mirando a su hija.

 

-Mandales un abrazo. No puedo ir, me está por pasar a buscar un compañero para llevarme en moto al entierro de Walter Medina, el estudiante que mataron.

 

-¿Y tiene nombre ese compañero? –pregunta Doris, haciendo gala de su olfato de mujer.

 

Andrea ríe.

 

-Por supuesto. Se llama Javier.

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