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JOSEPH CAMPBELL - EL HÉROE DE LAS MIL CARAS (127) Psicoanálisis del mito

 3. EL VIENTRE DE LA REDENCIÓN (2)

Fray Pedro Simón reporta en sus Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales (Cuenca, 1627) que después de que sus trabajos habían empezado entre los pueblos de Tunja y Sogamoso en Colombia, “el demonio de ese lugar empezó a darles doctrinas contrarias. Y entre otras cosas trató de desacreditar lo que el sacerdote enseñaba respecto a la Encarnación, declarando que aquello no había sucedido todavía, pero que pronto el Sol lo habría de provocar encarnando en el vientre de una virgen del pueblo de Guacheta haciéndola concebir por medio de los rayos del sol y dejándola virgen. Estas noticias se proclamaron por toda la región. Y sucedió que el jefe del pueblo mencionado tenía dos hijas vírgenes, cada una de ellas deseosa de que el milagro se llevara a cabo en ella. Por eso empezaron a salir de las habitaciones y jardines de su padre todas las mañanas en cuanto empezaba a amanecer, y, subiéndose en algunas de las numerosas colinas que rodeaban el pueblo, se colocaban mirando al oriente, de tal manera que los primeros rayos brillaran sobre ellas. Esto sucedió por un cierto número de días, y resultó que tal demonio, por permiso divino (cuyas leyes son incomprensibles), hizo que las cosas pasaran como aquel había planeado, de tal manera que una de las hijas quedó embarazada y declaró que por el sol. Después de nueve meses, trajo al mundo una grande y valiosa hacuata, que en su lenguaje es una esmeralda. La mujer la tomó y, envolviéndola en algodón, la colocó entre sus pechos, donde la conservó por unos días, al final de los cuales se transformó en una criatura viva: todo por orden del demonio. Al niño se le llamó Goranchacho, y se le educó en la casa del jefe su abuelo, hasta que tuvo veinticuatro años de edad.” Luego fue en una procesión triunfante hasta la capital de la nación y se le celebró en las provincias como “Hijo del Sol” (12)

La mitología hindú nos cuenta que la doncella Parvati, hija de Himalaya, el rey de la montaña, se retiró a las altas colinas para practicar austeridades muy severas. Un tirano-titán llamado Taraka había usurpado el gobierno del mundo y de acuerdo con la profecía, sólo un hijo del Alto Dios Shiva podría derrotarlo. Shiva, sin embargo, era el modelo de dios del yoga; apartado, solitario, sumergido en la meditación. Era imposible que Shiva se interesara en engendrar un hijo.

Parvati decidió cambiar la situación del mundo compitiendo con Shiva en la meditación. Alejada, solitaria, sumergida en su alma, también ayunó desnuda bajo el sol ardiente, y aumentó el calor haciendo cuatro fuegos suplementarios en los cuatro puntos cardinales. El hermoso cuerpo se convirtió en una frágil estructura de huesos, la piel se volvió apergaminada y dura. El cabello lo tenía desgreñado y crecido. Los suaves ojos líquidos ardían.

Un día un joven brahmín llegó y preguntó por qué una persona tan hermosa había de destruirse con tales torturas.

“Mi deseo -replicó ella- es Shiva, Objeto Supremo. Shiva es un dios de la soledad y de la concentración inalterable. Practico estas austeridades para sacarlo de su estado de equilibrio y atraerlo hacia mí lleno de amor.”

“Shiva -dijo el joven- es un dios de destrucción, Shiva es el Aniquilador del Mundo. El deleite de Shiva consiste en meditar en los crematorios, entre el humo de los cadáveres; allí contempla la podredumbre de la muerte y eso congenia con su corazón devastador; las guirnaldas de Shiva son de serpientes vivas. Shiva es un mendigo y además, nadie sabe nada de su nacimiento.”

La virgen dijo: “Está por encima del espíritu de los que son como tú. Es pobre, pero es la fuente de la riqueza; es aterrador, pero es la fuente de la gracia; puede ponerse a voluntad guirnaldas de serpientes o guirnaldas de joyas. ¡Cómo había de haber nacido si él es el creador de los increado! Shiva es mi amor.”

El joven se quitó su disfraz; él era Shiva. (13)


Notas

(12) Kinsborough, op. cit., vol. VIII, pp. 263-264.

(13) Kalidasa, Kumasurasambhavam (“El nacimiento de Kumara, el Dios de la Guerra”). Hay una traducción inglesa de R. Griffith (2ª edición, Londres, Trübner and Company, 1897).

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