5 DE JULIO. Muñoz continúa recorriendo el
Departamento de Colonia, pero enfrenta un día con altibajos. A cada paso lo
asalta una de cal y otra de arena. Llega a Rosario en pleno desalojo de una
empresa metalúrgica y uno de los dirigentes le comenta:
-Aunque repriman, la gente sigue en la calle. Hace
tres días hicimos un acto de desagravio a decenas de estudiantes de Magisterio
que fueron detenidos. La población los paseó en andas cuando los soltaron,
además los médicos hacen paros de 48 horas.
La noticia lo alegra y lo preocupa. Y desde Rosario
viaja a Carmelo, en donde acaba de consolidarse un frente antifascista, también
de médicos, que está vinculado a la Asociación Médica del Oeste y quiere
coordinar con ellos, como ya lo hizo en Cardona, adonde galenos del Frente
Amplio y el Partido Nacional vienen organizando la resistencia. Pero
conversando con uno de ellos se entera que según fuentes oficiales los
servicios de ómnibus Colonia – Santiago Vázquez y Carmelo – Tarariras -
Santiago Vázquez, se han normalizado. Y nervioso vuelve a la capital
departamental, adonde le avisan que un conocido dirigente local de su partido,
médico de profesión, acaba de volver de Argentina. Decide visitarlo. No le
tiene mucha confianza, ya ha tenido muchas agachadas en el pasado, pero es un
momento diferente y piensa apelar a las mejores tradiciones partidarias para
contar con su concurso. Sabe que tiene algún arrastre entre la población y una
relativa ascendencia en la Junta Departamental, pero que aunque es muy allegado
a la familia Beltrán, nunca pudo avanzar en el aparato partidario. Debió
conformarse con puestos secundarios, cosa que le ha envenenado el alma. Una
empleada lo hace entrar y lo conduce hasta el escritorio, adonde lo espera
sentado el caudillo con un enorme retrato de Herrera detrás. Luego de escuchar
a Muñoz y de leer el documento político firmado por los médicos colonienses del
Frente Amplio y del Partido Nacional, el político deja caer pomposamente y con
frialdad:
-No debemos buscar coincidencias con los que nunca
podrían querer lo que queremos los nacionalistas. Deberíamos mantenernos
limpios de imposibles conmistiones.
Dicho esto rompe provocativamente la declaración.
Muñoz debe contenerse. ¡Lo que faltaba! Realmente es
un día para olvidar. E indignado, por un instante piensa decirle que no es
momento como para declaraciones abstractas de principios, cuando esos mismos
principios están justamente en juego. Pero está furioso y se limita a
responder.
-La declaración refleja la opinión mayoritaria del
Partido Nacional y no me importa lo que digan dirigentitos de cuarto orden,
incapaces de comprender, por su chatura política, que en algún momento una
columna incontenible de hombres libres recuperará las libertades perdidas. Solo
espero que ese día no pretenda usted arrimarse, porque me encargaré
personalmente que no le crea nadie.
Al caudillo no se le escapa lo de “dirigentes de
cuarto orden”, pero no se le mueve un músculo. Y levantándose del sillón camina
hasta la puerta, dando por terminada la entrevista.
-Mis respetos a su padre –dice con afectación.
Muñoz ni siquiera gira su cabeza en dirección a su
interlocutor. Y contesta con malhumor:
-Eso es algo que él nunca sentirá por usted.
***
Pablo López perdió la cuenta de las veces que lo
llevaron detenido, pero esta vez es diferente. Lo aprisionan junto a sus
compañeros de sección a la salida de FUNSA. Les colocan la capucha y a golpes
son subidos a un camión, adonde son tirados en el piso. Apretado entre varios
cuerpos, soporta como puede el olor a combustible y los saltos del camión
cuando recorre terreno escabroso. Siempre tuvo problemas de espalda y la mala
posición en que se encuentra agrava sus dolores, hasta tornarlos insoportables.
Finalmente llegan a destino y los detenidos son tirados como sacos sobre el
pasto. Pablo queda esperando. A su alrededor resuenan las órdenes, el ruido de
motores, los quejidos, y a lo lejos el trinar de los pájaros. Pero un golpe lo
trae a la realidad y como puede se levanta. Inesperadamente para Pablo, un
custodia le recrimina al de la patada:
-¡Pará! No tenés por qué pegar…
-No entiendo para qué se meten si saben lo que les
esperan… -es la respuesta.
Pablo registra las dos voces. Siente a su lado la
presencia de sus compañeros y eso lo tranquiliza. La orden es caminar hasta un
galpón o algo parecido. Al igual que los demás Pablo es colocado contra una
pared, pero no puede tocarla y mucho menos recostarse en ella. Cada tanto le
parece que uno de los guardias se detiene a su lado y que lo mira, pero como no
pronuncia palabra no sabe de cuál de los dos se trata. Finalmente el guardia
carraspea. Pablo se da cuenta que es el de la patada y se queda tieso, pero el
dolor de espalda aumenta. La pierna derecha se le está acalambrando, por lo que
se apoya en la otra pierna. Para colmo una corriente fría entra desde algún
lugar.
-Este está temblando como una hoja -dice el guardia de
la patada, con tono burlón.
Nadie responde, pero Pablo asume que hay otro u otros
en torno suyo. Confirma que es así, cuando el guardián que protestó que lo
golpearan, responde:
-Dejalo en paz que bastante tiene.
Pablo ha perdido la noción del tiempo, no sabe si es
de día o de noche, cuando siente voces que lo rodean y preguntan. Quieren saber
el tiempo que durará la huelga, adonde se escondieron los dirigentes
proscriptos, qué es lo que esperan conseguir al ocupar las fábricas. Y Pablo se
anima a responderles. Al principio lo hace con cuidado, pero luego gana
confianza. Y les habla de la rosca banquera y latifundista que saquea el país,
de la carestía, de los bajos salarios, de la escasez de alimentos por causa de
la especulación. Y agrega que concuerda con los comunicados 4 y 7 del 9 de
febrero, cuando los militares afirmaron que no estaban dispuestos a ser el
brazo armado al servicio de nadie. Y concluye que servir a un gobierno
democrático es obligación de las Fuerzas Armadas, pero que Bordaberry dio un
golpe de estado y apoyarlo es traicionar a las instituciones y a la patria.
Mientras habla otros detenidos intervienen apoyando sus palabras. Pero el
intercambio es interrumpido abruptamente:
-Están haciendo huelga a los que les dan de comer
–reprocha una voz.
-Nadie nos regala nada. Cada peso lo ganamos con
nuestro sudor –responde Pablo con dificultad por la capucha.
-Sin los que ponen la plata las fábricas no andan –contesta la voz.
-No los precisamos para hacerlas funcionar -retruca
Pablo casi sin aire. Pero se arrepiente, no es oportuna la respuesta.
-¿Y de donde van a sacar ustedes la nafta, los
repuestos, las chapas? –pregunta el militar.
Pablo se da cuenta que frente suyo hay un reaccionario
que tiene muy claro del lado en el que está. Y calla.
Los militares conversan entre sí, hasta que
inesperadamente se alejan. Nuevamente el silencio gana el lugar, el dolor
reaparece y Pablo no puede evitar un quejido. Sorpresivamente el guardia que lo
defendió de la patada lo recuesta contra la pared y le dice que si alguien
entra le va a avisar. Y luego de unos instantes agrega:
-Estate atento. El silencio y la soledad son tus
mejores compañeros.
***
Para Andrea vienen siendo días
ajetreados. Una mañana debe interceder para impedir el ingreso de tiras al
Clínicas, por la tarde muchas veces tiene que coordinar con el resto de los
Hospitales y Mutualistas aspectos puntuales de la huelga o discutir en el Sindicato
Médico una posible concertación opositora, nunca falta a las movilizaciones
obrero-estudiantiles generales o de la zona, pero además cada día debe atender
un turno de emergencia, como en este momento, que le traen a un obrero de TEM
que ha sido herido de bala por el Ejército en una pierna. Mientras lo atiende
el hombre le cuenta que estaban reunidos en Asamblea y fueron baleados y que
otro de sus compañeros que estaba en el local sindical con sus dos hijos fue
desmayado a culatazos. Casos como este le llegan permanentemente y suele
extender el horario de atención, pero esta vez piensa escaparse del Hospital ni
bien termine su turno, quiere vivir otras experiencias relacionadas con el
conflicto, y por eso su hermano la va a pasar a buscar para ir hasta el Estadio
Centenario adonde juegan Uruguay y Colombia. La idea es transformar la fiesta
deportiva en un acto de masas y por tal motivo el régimen viene amenazando con
que “será inflexible con los que aprovechando la aglomeración de público,
quieren promover desórdenes o festejar realizando manifestaciones callejeras,
que están específicamente prohibidas por las normas vigentes”. Ni bien sube los
escalones de la Tribuna Ámsterdam, a la que han convocado los sectores
organizados, se encuentra con una enorme cantidad de conocidos, que están por
lo mismo que ella, pero en general todos saludan con discreción, guiñando los
ojos o con un gesto de cabeza, ya que es previsible que el lugar esté siendo
vigilado.
-La CNT intentó que los jugadores no se
presentaran, en señal de protesta, pero no lo consiguió -le comenta su hermano.
Pero ella está encandilada por el mar de
banderas celestes, la euforia y el clima combativo que respira. No es muy
amante del fútbol y pocas veces ha concurrido al Estadio, por eso lo que ve la
hechiza. Por un momento imagina a aquel mar humano marchando por las calles y
olvida el frío congelante, sobre todo cuando al ejecutarse el Himno Nacional el
público entona más fuerte el “Tiranos Temblad”, estribillo que pasa a ser
consigna una vez que termina de cantar. Andrea y Carlos gritan hasta quedarse
sin voz, al igual que el resto de la tribuna, con el puño en alto. La muchacha
siente que en aquella estrofa está su alma, sus convicciones, los sinsabores de
los últimos días y piensa en sus padres, que tanto vienen sufriendo desde que
comenzó la huelga. El griterío comienza a amainar, pero cuando los
altoparlantes transmiten “Oriental, ahora es diferente. Póngale el hombro al
Uruguay”, la multitud estalla con una rechifla generalizada e interminable, que
suena a música a Andrea y Carlos. Los cánticos se repiten y durante el
entretiempo es colgado a lo largo y ancho de la Tribuna Ámsterdam un enorme
cartel con la consigna “¡NO A LA DICTADURA!”, mientras llueven volantes que
Andrea mira fascinada como si se tratara de miles de mariposas que bailan al
compás del viento. Carlos está entusiasmado y le comenta a su hermana:
-Han de estar arrepentidos porque
obligaron a transmitir en directo por televisión y esto lo está el viendo el
Uruguay entero.
Una vez terminado el partido se dirigen
de nuevo al Clínicas, Andrea está exultante, pero nota a su hermano
circunspecto, lo conoce bien y por eso nada dice, sabe de antemano que es
porque Uruguay perdió 1-0.
-Mañana a las 10 y 45 es la reunión
abierta del Consejo Directivo Central de la Universidad y no puedo faltar, se
trata de que se transforme en otro acto de masas.” –informa la muchacha antes
de despedirse y entrar al Hospital, con la esperanza de poder compartir otra jornada
con su hermano. Pero Carlos responde que es imposible, que va a reunirse con la
Coordinadora de Sindicatos de la Enseñanza. Y la urge, extendiendo su mano
hacia una ambulancia:
-Apuráte, que están entrando a una paciente, que por lo que veo no está nada bien.
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