martes

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (59) - MIJAIL. BAJTIN


 LA TOTALIDAD TEMPORAL DEL HÉROE

(el problema del hombre interior o el alma) / 18


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Por supuesto, es posible mi inciación en la dación justificada del ser; yo debo volverme ingenuo para poder estar alegre. Desde mi interior, en mi actividad, yo no puedo ser ingenuo, por lo tanto no puedo ser alegre. Sólo el ser es ingenuo y alegre, pero no la actividad: esta es irremediablemente seria. La alegría es el estado más pasivo, más indefenso del ser. Incluso la sonrisa más sabia es lastimera y femenil (o usurpadora, en el caso de ser autosuficiente). Sólo en Dios o en el mundo es posible para mí la alegría, o sea, sólo allí donde yo me inicio justificadamente en el ser a través de otro y para el otro, donde yo soy pasivo y acepto el don. Es mi otredad la que se alegra en mí, pero no yo para mí. También sólo la fuerza ingenua y pasiva del ser puede celebrar el triunfo; la celebración es espontánea. Yo sólo puedo reflejar la alegría del ser afirmado de los otros. La sonrisa del ser es una sonrisa reflejada, no es la sonrisa de uno (la alegría reflejada y la sonrisa de la hagiografía y en la pintura eclesiástica, en el ícono).


Puesto que yo me inicio justificadamente en el mundo de la otredad, yo soy pasivamente activo en este mundo. La imagen clara de esta actividad pasiva es la danza. En la danza se funden mi apariencia, vista sólo por otros y existente para los otros, y mi actividad orgánica interna; en la danza, todo lo interior en mí aspira a salir fuera, a coincidir con la apariencia; en la danza yo más que nada me concentro en el ser, iniciándome en el ser de los otros; es mi existencia la que danza en mí, afirmada valorativamente desde el exterior; es el otro quien danza en mí. En la danza se vive, evidentemente, la posesión por el ser. La danza es un límite extremo para mi actividad pasiva, pero esta aparece también en otros ámbitos de la vida. Soy pasivamente activo cuando mi acción no es condicionada por la actividad semántica de mi yo-para-mí, pero se justifica a partir del ser cotidiano, de la naturaleza, cuando no es el espíritu sino el ser existente de lo espontáneamente activo en mí. La actividad pasiva está condicionada por las fuerzas dadas y existentes, está predeterminada por el ser; no enriquece el ser con algo que es por principio inalcanzable desde el ser mismo, no cambia el aspecto semántico del ser. La actividad pasiva no transforma nada formalmente.


Con lo dicho, se marca aun más firmemente la frontera entre el autor y el héroe, como portador de un contenido vital el segundo, y portador de la conclusión estética de este, el primero.


Nuestro postulado acerca de la combinación estética de cuerpo y alma se fundamenta definitivamente con esto. Puede haber conflicto entre el espíritu y el cuerpo externo, pero no puede haberlo entre alma y cuerpo, porque se construyen en las mismas categorías valorativas y expresan una única relación creadora activa con la dación del hombre.

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