miércoles

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 62

 42 (3)

 

Pero yo jugaba bien. Pesqué algunas pelotas difíciles, porque sabía moverme. Y además estudiaba cómo lanzaba Gatito, para poder volver a enfrentarlo mejor.

 

Ahora él ya no trataba de machacarme el cráneo. Con apuntarme nada más que al cuerpo le alcanzaba. Y yo sabía que era cuestión de tiempo batear alguno de aquellos balazos.

 

Pero las cosas siguieron empeorando. Eso no me gustaba nada. Y a las chiquilinas tampoco. Ojos Verdes era tan bueno lanzando como bateando. En los primeros bateos pudo recorrer dos bases, y con el tercero la pelota voló muy alto y marcó un doble. La bola pasó entre Abe y yo, que en ese momento jugaba de centro-campista. Entonces pegué un sprint y las chiquilinas chillaron, mientras Abe corría mirándola por arriba de su hombro, con la baba cayéndosele como a un oligofrénico. Yo redoblé la velocidad gritando “¡Esta es mía!”, aunque en realidad le correspondía a él. Pero no podía soportar que aquel maldito tragalibros se quedara con ella, y al final nos chocamos y cuando ya estábamos en el suelo la pelota se le escapó del guante y yo la agarré en el aire.

 

-¡Levantate, tarado de mierda! -le grité apenas pude pararme.

 

Abe siguió allí tirado llorando y agarrándose un brazo.

 

-Me parece que lo tengo roto -me contestó.

 

-¡Levantate, cagón!

 

Al final se fue de la cancha llorando y agarrándose el brazo.

 

Yo me quedé mirando para todos lados.

 

-Bueno -dije: -¡Ahora hay que seguir jugando al béisbol!

 

Pero ya se estaban yendo hasta las chiquilinas. Era evidente que el partido se había terminado. Me quedé un rato más y terminé por irme caminando a casa…

 

El teléfono sonó justo antes de la cena. Atendió mi madre y se empezó a excitar, hasta que colgó y fue a buscar a mi padre.

 

Después pasó por mi cuarto.

 

-Vení al comedor, por favor -me dijo.

 

Fui hasta la sala y me senté en el sillón. Ellos siempre se sentaban en las sillas, porque eso significaba que eras de la casa. El sillón era para las visitas.

 

-La señora Mortenson acaba de llamarme para decirme que le rompiste el brazo al hijo. Ya le hicieron las radiografías.

 

-Fue un accidente -le expliqué.

 

-Dice que nos va a demandar. Tiene un abogado judío y nos van a embargar todo lo que tenemos.

 

-Bueno, tampoco tenemos tanta cosa.

 

Mi madre era una de esas mujeres que lloran sin hacer ruido. Y ahora la cara le brillaba cada vez más en la luz del crepúsculo.

 

Entonces se limpió los ojos pardos y muy borrosos.

 

-¿Por qué le rompiste el brazo a ese muchacho?

 

-Fue un encontronazo. Nos chocamos mientras tratábamos de recoger una pelota.

 

-¿Y por qué tuvieron ese “encontronazo”?

 

-Porque él se lo buscó.

 

-¿Pero fue verdaderamente un encontronazo?

 

-Sí.

 

-¿Y para qué nos puede servir decir que fue un accidente? El abogado judío tiene un brazo roto a favor.

 

Entonces me fui a mi cuarto a esperar que me llamaran para cenar. Mi padre no había dicho nada. Estaba confundido. Por un lado se sentía preocupado por la posibilidad de perder todo lo que teníamos, y por otro lado se sentía orgulloso de tener un hijo que le podía romper un brazo a alguien.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+