Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en
colaboración con la Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes /
2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.
UN IMPERATIVO ESTÉTICO Y MORAL: LA CREACIÓN DE LA NOVELA
URBANA
CAPÍTULO PRIMERO
MODERNIDAD Y TEMÁTICA URBANA (1)
Cuando aparece El pozo, en diciembre de 1939, Juan Carlos Onetti,
joven novelista de treinta años, es todavía un desconocido. Aunque ya ha
publicado tres relatos breves algunos años antes, la crítica literaria de la
época no le presta ninguna atención. Hasta tal punto que la tirada de
quinientos ejemplares de El pozo se vende muy mal. Sin embargo, a pesar
de estas primeras dificultades, Juan Carlos Onetti persevera en el terreno de
la literatura. Los años cuarenta son particularmente productivos: en noviembre
de 1940, Onetti termina una novela, Tiempo de abrazar, escribe numerosos
textos breves que serán en parte recogidos en 1951 en Un sueño realizado,
prepara febrilmente una nueva novela, Tierra de nadie, y comienza de
inmediato El perro tendrá su día que, bajo la presión de la censura,
verá su título transformado en Para esta noche. Paralelamente a su
actividad literaria específica, Juan Carlos Onetti, llamado desde 1939 por
Carlos Quijano, participa en el semanario Marcha como secretario de
redacción y jefe de la sección literaria. Lo que el autor sólo había sugerido
hasta entonces en sus obras de ficción es expresado ahora en Marcha con
más total libertad: el rechazo de todos los conformismos, empezando por el de
los hombres de letras de su propio país.
Así, la violencia iconoclasta de El pozo -texto aparentemente
desprovisto de ambición literaria aunque no de cáusticas observaciones sobre la
práctica de la escritura- testimonia una verdadera voluntad de reencauzar la
orientación de una literatura que, según Juan Carlos Onetti, después de un
breve período de esplendor -a comienzos de siglo-, se ha ido degradando
progresivamente:
Hace años, tuvimos a un Roberto de las Carreras, un
Herrera y Reissig, un Florencio Sánchez. Aparte de sus obras, las formas de
vida de aquella gente eran artísticas. Eran diferentes, no eran burguesas.
Estamos en pleno reino de la mediocridad. Entre plumíferos sin fantasía,
graves, frondosos, pontificadores con la audacia paralizada. Y no hay
esperanzas de salir de esto. Los “nuevos”, sólo aspiran a que alguno de los
inconmovibles fantasmones que ofician de papás, les diga alguna palabra de elogio
acerca de sus poemitas. Y los poemitas han sido facturados, expresamente, para
alcanzar ese alto destino (1).
¿Significa esto que el autor va a abandonarse a la desesperanza? Por cierto
que no. Bajo el seudónimo de Periquito el Aguador o de Groucho Marx, Juan
Carlos Onetti, fustigando con humor los defectos de sus contemporáneos, indica
el camino que debe seguirse. Sin dogmatismo, pero con un ardor juvenil que nada
parece desanimar:
Hay sólo un camino. El que hubo siempre. Que el creador
de verdad tenga la fuerza de vivir solitario y mire dentro suyo. Que comprenda
que no tenemos huellas para seguir, que el camino habrá de hacérselo cada uno,
tenaz y alegremente, cortando la sombra del monte y los arbustos enanos (2).
En lo sucesivo, es en el nombre de la autenticidad (2 bis) que Juan Carlos
Onetti reclama y hasta exige ese repliegue voluntario y esa necesaria
introspección, únicas garantías del valor estético de una obra. Paralelamente
al nuevo planteamiento que pretende instaurar, intentará superar el
provincianismo de las letras uruguayas asignándole a la ficción tareas nuevas y
precisas: romper antes que nada con la novela rural, terminando con la anacrónica
descripción de los “ranchos de totora, velorios de angelito y épicos rodeos”
(3) y otros estereotipos de la literatura de corte naturalista; acentuar el
peso de la novela urbana en las letras uruguayas para que Montevideo acceda por
fin como es debido a la literatura:
Aunque tenga más doctores, empleados públicos y
almaceneros que todo el resto del país, la capital no tendrá vida de veras
hasta que nuestros literatos se resuelvan a decirnos cómo y qué es Montevideo y
la gente que la habita. Y aquí no cabe el pretexto romántico de la falta de
tema. Un gran asunto, el Bajo, se nos fue para siempre sin que nadie se animara
a él. Este mismo momento de la ciudad que estamos viviendo es de una riqueza
que pocos sospechan (4).
Así, las letras uruguayas se acompasarían con la evolución económica y
social de un mundo en profunda mutación. Lejos de nutrirse de sueños pasados,
los escritores se interesarían en “la llegada al país de razas casi desconocidas
hace unos años; la rápida transformación del aspecto de la ciudad; la evolución
producida en la mentalidad de los habitantes -en algunos, por lo menos, permítasenos
créelo- después del año 33” (5). En una palabra, los novelistas dignos de ser
así llamados se pondrían por objetivo en “contarnos cómo es el alma de la
ciudad”. Y en los mejores casos, con ayuda del talento y la inspiración,
Montevideo y sus habitantes “se parecerán de manera asombrosa a lo que ellos
escriban”. Notemos de paso que Juan Carlos Onetti hace suya la famosa paradoja
de Oscar Wilde (6) relativa a la preeminencia del arte sobre la realidad.
¿Pero responde su obra a las exigencias teóricas que él mismo ha formulado?
¿Ha sabido conferirle el rango de ciudad a la aldea y se reconocen realmente en
sus cuentos y novelas sus contemporáneos? Indiscutiblemente, el desafío ha sido
brillantemente aceptado. Sin ser en verdad el fundador de una temática urbana
ya parcialmente abordada por los novelistas de la generación anterior y algunos
escritores de su misma generación (7) -para no hablar del nacimiento de esta
nueva perspectiva novelística en las últimas décadas del siglo XIX- Juan Carlos
Onetti imprimió a la literatura de su país un nuevo soplo: la novela de la
ciudad se ha adaptado a la evolución socioeconómica del Uruguay. Estimulado por
el prestigioso ejemplo de Roberto Arlt (8), que desde 1926 exploraba los bajos
fondos de un Buenos Aires inquietante y sórdido tentado por la marginalidad y
la utopía revolucionaria, e igualmente impulsado por la propuesta de otro gran
nombre de las letras argentinas, Eduardo Mallea (9), él también ocupado en 1936
en descubrir el alma secreta de la ciudad y el país entero, Juan Carlos Onetti
se dedica a profundizar en la visión del universo urbano. Por la coherencia
excepcional de su obra, este escritor que, debido a circunstancias particulares
de su vida (10), pertenece a la vez a las literaturas argentina y uruguaya, le
ha impreso su sello a la novela del Río de la Plata. Y al conferirle a la
temática de la ciudad un papel de primera magnitud gracias al talento que hoy
en día nadie duda en reconocerle, consiguió que la literatura “rioplatense” se
igualara con las más prestigiosas. En lo sucesivo, la novela urbana ya no
remitirá necesariamente a los nombres de un Dos Passos o un Joyce.
Notas
(1) Cuadernos hispanoamericanos, Madrid, Octubre Diciembre 1974,
292-294, p. 10.
(2) Ibid., p. 10
(2 bis) Cf. al respecto al artículo de Claude Fell, “Juan Carlos Onetti et
l’écriture du silence”, en Cahiers du Monde Hispanique et Luso-Brésilien,
Caravelle, Toulouse, Université de Toulouse-Le Mirail, nº 21, 1973, p. 43-55.
(3) Ibid, p. 242.
(4) Ibid. p. 242.
(5) Ibid. p. 242.
(6) Cf. “La decadence du
mensonge”, en Opinions de littérature et d’art, Paris, L’Edition Moderne,
Libraire Ambert, 1903.
(7) En la literatura uruguaya
de comienzos del siglo XX no faltan en efecto novelistas de la ciudad. Sin
embargo, ellos se vuelcan a menudo con más gusto hacia los ambientes rurales
bajo el efecto de una perdurable y ambigua fascinación, como lo testimonian las
obras de Juan José Morosoli (1899-1957) y más todavía de Enrique Amorim. En
1941, este escritor -que no descuida sin embargo la pintura de los medios
urbanos- otorga un nuevo impulso a la novela rural al publicar El caballo y
su sombra, obra con la que reanuda una descripción del mundo de la campaña
iniciada con El paisano Aguilar. De ahí el deseo de Juan Carlos Onetti
de acentuar, sensible y duraderamente, el peso de la novela urbana en la
literatura uruguaya.
(8) El juguete rabioso,
que data de 1927, tiene por escenario implícito la ciudad, pero es realmente
con Los siete locos (1929) y Los lanzallamas (1930), a los cuales
se agregarán en 1933 las crónicas de Aguafuertes porteñas, cuando la
temática urbana adquiere su verdadera dimensión, su seducción expresionista.
(9) Algunas obras claves
como Historia de una pasión argentina (1935) y La ciudad junto al río
inmóvil (1936) lo testimonian.
(10) Cf. la presentación
de la vida de Juan Carlos Onetti y la cronología de sus obras preparadas por
Jorge Ruffinelli, en Onetti, op. cit., pp. 9-20.
(11) Cf. al respecto los
artículos de Ángel Rama, de Carlos Martínez Moreno o de Jaime Concha, a los que
tendremos ocasión de referirnos.
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