miércoles

LA PATRIA Y LA TUMBA (11) Crónica ficcionada del golpe de estado y de la Huelga General - RICARDO AROCENA


A la memoria de María Cristina Díaz Marrero


3 DE JULIO.  Presionado por su familia Vázquez aceptó que Amílcar lo acompañe hasta la sede del Estado Mayor Conjunto por si pasa algo, ya que desconoce la razón de la intimación. La idea es que lo espere en el auto, cerca del lugar, un tiempo prudencial. Ya estuvo otras veces, pero dada la situación, el corredor por donde se accede al edificio le parece particularmente sombrío, una verdadera boca de lobo, al cabo de la cual apenas reluce una luz mortecina. La puerta está custodiada por dos guardias, que luego de que muestra la citación, lo hacen recorrer interminables laberintos, hasta que llegan a una oficina, adonde queda esperando. Mira en su entorno. Los pocos muebles son vetustos, están gastados por el paso del tiempo, aparte de ellos no hay mucho más para observar. La espera le parece interminable. 15, 20, 25 minutos. Vázquez tiene ganas de irse, pero finalmente un militar abre la puerta y entra. Es un hombre corpulento, de apariencia bonachona, que lo saluda sonriente.


-Disculpe la demora. Es que dada la situación, no damos abasto con esto de las desocupaciones. Las comisarías están llenas y ya no tenemos adonde poner a los detenidos… Pero por favor tome asiento, póngase cómodo.


Vázquez lo observa. Alguna vez compartió alguna actividad con aquel hombre, al que conoce como Juez Militar, pero con quien nunca intimó demasiado y de quien no recuerda ni el nombre. Por eso se preocupa cuando el militar mirándolo a los ojos, le pregunta:


-¿La familia bien?


A Vázquez el frío le recorre la espalda. A toda velocidad se pregunta si ha sido citado por algo referente a sus hijos. Está a la defensiva, pero se esfuerza para no demostrarlo y conservar la calma. Años en los juzgados, buscando fisuras en los interrogatorios, lo han baqueteado; lo diferente es que, al parecer, esta vez le toca estar en el banquillo de los acusados. Apenas moviendo las pestañas, da las gracias y adopta un semblante inexpresivo, como si estuviera jugando a las cartas, mientras se prepara para lo más inesperado.


-Disculpe la falta de cortesía… ¿le pido un café? –rompe el momentáneo silencio el militar.


Por un segundo Vázquez queda desconcertado, pero atina a responder afirmativamente. Se da cuenta que aquella simple y cordial pregunta ha cambiado el escenario. Respira más tranquilo, pero más intrigado que nunca. Mientras esperan que un soldado traiga la bebida, el militar extrae de un cajón una serie de papeles que extiende sobre el escritorio. Son publicaciones incautadas en las ocupaciones, entre las cuales Vázquez puede ver un boletín informativo de la CNT, otro del Sindicato Médico y muchos otros de distintos gremios, organizaciones vecinales y organizaciones de izquierda.


-Para mi está claro como el agua que la gente está siendo utilizada por la dirigencia comunista encaramada en las cúpulas gremiales para agredir a la población del país, sumirla en el caos y crear un clima de confusión, que solo sirve a la cúpula del marxismo internacional…


La entrada del ordenanza interrumpe el discurso del militar, quien luego de la pausa y saboreando la expectativa, agrega:


-Perdone mi cháchara. Pero no lo puedo evitar…. Por supuesto que no lo he mandado a llamar para conversar de política, sino por asuntos más concretos…


-¿Usted dirá? –responde Vázquez con curiosidad.


-Me han informado que Ud. es el Juez de la causa de los hermanos Perugorría…


Vázquez lo mira sin entender. Y el militar se da cuenta.


-Le pido que me disculpe… Hablo del caso de los tres soldados y de la mujer, en los aledaños del Cementerio del Norte.


-Efectivamente –contesta más distendido Vázquez.


-Me piden que le comunique… que no es recomendable continuar con las investigaciones.


El militar subraya la última frase. Y agrega:


-Precisamos que el expediente no siga…, digamos…, por razones de seguridad nacional.


-Pero hay un hecho de sangre que involucra… -intenta responder el Juez, pero es cortado con impertinencia por el militar, que extendiéndole la mano lo despide.


-Ya está informado. No le puedo decir más.  Le repito: por razones de seguridad nacional. Ud. entenderá…


Con un gesto indica que ha terminado la entrevista. Vázquez se da cuenta y se levanta rumbo a la puerta. Pero cuando la abre escucha que el militar le dice.


-¡Ah! Y no olvide de saludar de mi parte a su señora y sus dos hijos.


A Vázquez no se le escapa lo de “sus dos hijos”. Y guarda silencio. La entrevista le pareció interminable. Una vez en el auto, agotado por los nervios, le cuenta minuciosamente a Muñoz lo ocurrido. Y agrega:


-Algo gordo están escondiendo. Aquí hay más de un gato encerrado. Existen muchas contradicciones en los testimonios del herido, de la mujer y del que sospecho que es el matador. Aunque me cueste voy a averiguar lo que pasó.


-¿Pero, vas a continuar investigando? Algo pueden saber de Andrea y  Carlos… -alerta Muñoz


-No sé. Tengo que pensarlo –responde Vázquez.


***


El viento sopla y Gloria empuja la ventana para que el frío no entre. Le está costando mantener caliente el hogar por la escasez de combustible. Para colmo la ventana no cierra completamente y por eso refunfuña en contra del Tito, al que le pidió mil veces que la arreglara, pero su marido siempre anda en cosas más urgentes, como en este momento, ya que no ha vuelto a la casa desde que inició la ocupación del Frigonal. Finalmente logra cerrarla, pero por una rendija invade la cocina un aire congelante que viene del mar, solamente la consuela que ha habido inviernos peores, muchos más lluviosos y con más temporales. Es de noche y antes de correr las cortinas mira a través del vidrio. A lo lejos, al son del viento, como siguiendo una música que solamente ella escucha, como acompañando el ritmo de invisibles orquestas, parsimoniosamente flamea la llama de la Refinería de ANCAP. Gloria recuerda que su hermano Milton le explicó que es generada por la quema de excedente de gas, pero verla la molesta, hasta hace muy poco la antorcha era un símbolo de resistencia, pero desde la invasión militar a la Refinería, es utilizada por el régimen como una confirmación de que la Huelga se está derrumbando. En torno a la mesa la esperan sus hijos para comer, junto con Carolina Cabrera, una vecina muy solidaria, que muchas veces se queda a cuidarlos cuando Gloria tiene que salir y de la que sospecha que gusta de Milton. Aunque por ahora no es un amor correspondido. Eso la fastidia, porque ella es su amiga y piensa que sería una buena mujer, que le haría sentar cabeza de una buena vez. Son cerca de las 20 horas y la marcha de las Fuerzas Conjuntas que anuncia los comunicados, acapara la atención de las dos mujeres y acalla a los niños, que han comprendido que algo tiene que ver con la ausencia de su tío y de su papá. Es Bolentini. Una vez más intenta convencer a la gente de que vuelva al trabajo, asegura que ya está sucediendo, que la Huelga ha fracasado, que en la principal empresa pública, en ANCAP, los trabajadores se han reincorporado y que una muestra de ello es que la llama está encendida. Gloria y Carolina comentan que está mintiendo, que las fábricas del barrio han sido re-ocupadas, pero a las dos las molesta que “la rubia” continúe ondeando. El mismo sentimiento embarga a los trabajadores de la Refinería, entre ellos a Milton, que argumenta ante sus compañeros que la llama ha pasado a ser un símbolo del régimen, que está siendo usada en contra de la resistencia, que apagarla es una deuda para con el movimiento obrero, para con los que han vuelto a ocupar. Entre sus compañeros hay consenso de que extinguirla es fundamental, pero cuesta tomar una decisión, porque hacerlo puede traer grandes costos. Los militares, armados a guerra, vigilan cada movimiento y controlan mirando los gráficos, que no caiga la producción; los dirige el General Rapela que pasea sobrador por las instalaciones, con una fusta abajo del brazo. “Hay que parar”, repiten todos. Pero nadie se anima y la impotencia lleva a Milton hasta la puerta de las instalaciones, quiere respirar el aire fresco de la noche. Cada tanto mira al cielo impotente, pero repentinamente, cuando se apresta a volver a su lugar de trabajo, un estruendo lo levanta en vilo, le golpea en el pecho como un puño y lo deja por un instante atónito, atolondrado, ensordecido. A su alrededor todo es un caos, irrumpe una súbita oscuridad, humo, gritos. Y cuando mira hacia arriba percibe que la llama está creciendo descomunalmente, cincuenta, cien, doscientos, trescientos metros, como si fuera un interminable rayo invertido, que avanza hiriendo a las penumbras. Completa la delirante escena, la huída de decenas y decenas de caballos, rumbo al barrio obrero y los vehículos militares que avanzan a toda velocidad hacia el transformador de UTE. No entiende lo que puede estar sucediendo, pero cuando vuelve a su puesto de trabajo encuentra a todos sus compañeros asustados y bañados en sudor. Hablan de un cortocircuito. Inmediatamente, junto con ellos, se aboca a parar las unidades productivas para evitar una explosión. Las manos le tiemblan, pero lo invade una extraña alegría, parece un milagro, pero por la razón que sea, está paralizándose la refinería de ANCAP. El estruendo hace vibrar los vidrios en el Cerro y en La Teja, hace saltar a la gente, que por un segundo queda muda, sorprendida y que luego de un primer momento se lanza a la calle. Gloria deja a los niños a cargo de Carolina y dirige sus pasos a una esquina, adonde absorta la gente mira crecer, imparable, a la llama y pensando en Milton decide, junto con otras personas, acercarse a la Refinería, pero la zona que la rodea está cercada y no puede avanzar. No quiere volver a su casa hasta saber lo que pueda estar ocurriendo y sube a una pequeña lomada, desde donde es testigo de que el enorme fuego comienza a achicarse, a empequeñecerse, a decaer, hasta finalmente morir. Los que la rodean aplauden emocionados y uno de los presentes aventura: ¡Esto es para Bolentini! ¡Fue la CNT! ¡Fue la CNT!


***


Pocos duermen en el Cerro y en La Teja durante la noche. Al entusiasmo por ver apagada la llama de ANCAP, se le suma las sirenas policiales y militares y los rumores de razias contra trabajadores y dirigentes sindicales, que confirman la sospecha de que la explosión no fue un mero accidente. Ni bien amanece los vecinos salen a las puertas de sus casas orgullosos, en los lugares ocupados los trabajadores celebran, con el espíritu de lucha más alto que nunca. La gente siente que ha ganado una batalla. La dictadura no tiene ya de qué vanagloriarse, por eso a nadie sorprende que una vez más recurra al insulto y al terror. Por los medios de comunicación los militantes sindicales son tratados de delincuentes organizados, de impostores insensibles, de anti-patrias que sabotean el orden y la paz social. La gente responde con imparables pronunciamientos y movilizaciones, en La Unión, en El Buceo, en La Aduana, en Rocha, en Paysandú, en Salto... Es reprimida, detenida, apresada. Pero vuelve a la calle. Una y otra y otra vez. Vuelve. Los trabajadores del Gas hacen cortes intermitentes. Y El Cerro desafía con una huelga general de toda la población. A las fábricas se le suman los bares, las farmacias, los almacenes, las carnicerías, las tiendas… Impotente el régimen recurre a nuevas medidas represivas. Los trabajadores de ANCAP son movilizados a la fuerza y bajo la jurisdicción y disciplina militar, pero cada medida represiva aísla más a la dictadura y los militares son vistos como una fuerza de ocupación extranjera, ajena al país. Al régimen solamente le va quedando la soledad de las bayonetas. Al régimen solamente le va quedando la soledad del poder.


***


4 DE JULIO. Bordaberry llega desencajado al Consejo de Ministros. Llega sin la confianza de cuando firmó, sin que le temblara el pulso, la disolución de las Cámaras. Siente que está en un lodazal. Muchos lo han abandonado, hay fricciones entre el Ejército, la Marina y la Aviación, el país es ingobernable y para colmo, integrantes de su entorno le han criticado que reconociera en una entrevista a un diario argentino, su inclinación hacia el régimen brasilero. Concuerda que lo mejor es huir hacia adelante y apostar fuerte. Y obsesionado con que enfrenta un “designio premeditado de subvertir el orden” por parte de los sindicatos, impulsa un nuevo decreto autoritario, que habilita a la destitución de los funcionarios públicos que realicen paros o huelgas y a las patronales a despedir por “notoria mala conducta”, sin que el trabajador tenga derecho a indemnización ninguna, pero además aquellos que insistan con impulsar actividades consideradas “ilícitas”, serán enviados a la Justicia Penal. Al decreto del Consejo de Ministros le sigue un nuevo comunicado de las Fuerzas Conjuntas: por estar “conspirando contra la economía y el patrimonio nacional” se requiere la captura de 52 dirigentes de la Convención Nacional de Trabajadores. El régimen está exasperado, en ANCAP nadie se presenta a trabajar, la Refinería está ocupada solamente por el personal militarizado y efectivos del Ejército. En el almacén adonde intenta conseguir kerosene sin suerte porque está siendo acaparado, Gloria se entera de que los soldados rodearon el Frigorífico Nacional y se preocupa por el Tito. Para colmo nada sabe de Milton. Y junto con Carolina no soporta la ansiedad. Ninguna de las dos quiere balconear la situación, necesitan participar. En el país escasea el combustible y los alimentos y lo poco que se consigue tiene precios exorbitantes. Piensan en la forma de ayudar y deciden juntar alimentos en el vecino barrio de Paso Molino, adonde hay muchas fábricas ocupadas, entre ellas Eternit, La Mundial, Bao, Codarvi y en particular Everfit, en la que fundamentalmente ocupan mujeres con sus hijos. De acuerdo a lo que les dijeron fueron desalojadas el domingo, pero pudieron re-ocupar con el apoyo del vecindario. Gloria y Carolina deciden llevarle su solidaridad. Junto con los chiquilines salen a la calle armadas de canastos y bolsos. Son las 13 horas y el trasiego de obreros de la Aurora, Campomar, Inca, es permanente. La multitud las entusiasma para lo que quieren realizar. La idea es pedir alimentos, ropa, juguetes para los niños, puerta por puerta. Rápidamente consiguen recolectar una enorme cantidad de cosas que llevan hasta la fábrica, adonde son recibidas con afectuoso entusiasmo y son invitadas a pasar. Adentro actúa el Club de Teatro, que se solidarizaba con las trabajadoras con obras humorísticas. No esperaban Gloria y Carolina encontrarse con nada por el estilo, nunca fueron a un teatro y el recibimiento y el espectáculo les resulta un regalo al alma, un oasis de alegría para los niños en medio de la tensión en la que se encuentran, en definitiva algo de lo que nunca se van a olvidar. Pero es de tardecita y hay que regresar. Son las seis de la tarde y las calles están desiertas, solamente las cruza alguna persona haciendo mandados. Hace mucho frío, sienten un poco de miedo y apretujan contra si a los niños, mientras apuran el paso para volver al hogar.

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