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LA AJENIDAD TAN BUSCADA - JORGE LIBERATI para elMontevideano Laboratorio de Artes


Podría haber algo mental en el problema

Del siglo XIX nos viene la famosa creencia de que el mal social se origina en los muy desiguales lazos que las personas guardan con la producción, la propiedad privada y los bienes de consumo. Produjo, y todavía produce, una conmoción teórica que atribuye al capitalismo la causa de la desigualdad y la explotación y apela a la revolución como vía salvadora. En el siglo XX se advierte que el capitalismo da lugar a una estructura que determina las condiciones de vida, la mentalidad y la convivencia, y que poco o nada puede hacer la voluntad para modificarla. El modelo revolucionario como garantía de cambio empieza a debilitarse. Podría haber algo mental en el problema.

Si suena el despertador y el obrero decide no ir a trabajar, decían algunos, no por eso deja de ser un obrero, porque sigue siéndolo, aunque en paro. Los críticos de la sociedad actual piensan que hay una “estructura universal de opresión” que explica la “condición posmoderna”. Es claro que tal estructura y esa condición existen, indudablemente; pero no explican todo. La sociedad posmoderna responde a la ideología del capitalismo, en efecto, y al sistema económico que la origina o la acompaña en Occidente desde fines de la Edad Media. Pero, la ideología y la economía capitalista dependen también de aquello que ellas mismas han creado, es decir, de las mayorías desvinculadas de los medios de producción, de la sociedad desposeída y de las masas empobrecidas. El capitalismo no es sólo esperanza garantizada, progreso material, dinero, confort, alimento, no es sólo el dios de la humanidad, también es el dios de la huerfanidad.

¿Qué se puede hacer con la estructura?

Hay una interdependencia estricta entre ricos y pobres, es decir, una unidad conformada por el capitalismo. Capitalismo es el sistema de la sociedad entera, no sólo el de ricos y poderosos; lo es también el sistema de pobres y desamparados. Para ver con claridad las particularidades de este asunto es necesario dejar de lado por un momento la pregunta ¿quién tiene la culpa? El supuesto de que la tiene los capitalistas es desplazado por el que incrimina a la estructura, el total del cuadro en el que entran todos, los que la crearon y los que quedaron en desventaja en ella. Porque, una estructura es una estructura.

La masa social que el capitalismo deja medio al margen o al margen total de sus beneficios intrínsecos, la mayoría con ingresos fijos y sin ahorros, y la que no cuenta con ingresos fijos o es jornalera, entra también dentro del cuadro. Quiso sacudir a esa masa del ensimismamiento y de la inmovilidad que la convierte en su presa. Y en buena medida lo ha logrado, porque, ¿qué se puede hacer contra la estructura? No se modifica por el voto democrático ni por ninguna otra vía, por revolucionaria que fuere. Se modifican las ideas, la política, se afecta la educación y sufre serias consecuencias la cultura del orden social, pero no la económica (como lo demuestra la historia). Y subsiste por debajo un problema no estrictamente económico, un problema de orden subjetivo.

¿Pensamos y sentimos de acuerdo al capitalismo?

La estructura atrapa la actividad mental con facilidad, pero sin dejarla completamente en blanco. Ésta es capaz de defenderse aun cuando no haya voluntad expresa en contra o la estructura le resulte irreconocible. Aunque la gravitación de lo económico sea muy grande y actúe en estrecha asociación con lo político y en forma paralela a la lucha por el dominio subjetivo del mundo, hay algo que no se puede soslayar. Se dice que el capitalismo está aquí, entre nosotros, en la vida de cada uno, en casa, en el trabajo, en la calle que cada uno y a diario transita. Pero, ¿es determinante en cada una de las personas? ¿Pensamos y sentimos de acuerdo al capitalismo? ¿Nos concierne en todo?

Si hay un mal, un enemigo ecuménico que se ha ensañado con los más débiles y ha castigado a los más humildes, también existe un mal que se descubre si se mira hacia adentro, hacia el plano personal en cuerpo y espíritu. Es el lugar físico y también un lugar mental, es decir, todo lo que tenemos, la parte del mundo social que constituimos. Si se quiere, podemos despertar en esa parte en donde estamos y somos, sin importar el lugar que nos ha reservado el capitalismo y en el que también estamos (y en el que puede dominarnos la resignación). Podemos despertar en el mismo lugar que se nos reserva malhadadamente y enfrentar las poderosas e insidiosas imposiciones del sistema.

El objetivo de escapar físicamente de la estructura imperante ha demostrado desembocar en alguna de estas alternativas históricas: aceptar y adoptar su ideología, ateniéndose a ella en cuerpo y alma, o contraer una familiar clase de estrés que conduce a la enfermedad crónica o a la derrota material y moral, después o antes de librar la batalla. Pero hay también otra alternativa, aunque no sea fácil percibirlo, una tercera posibilidad libre y soberana que es la que nos permite pensar y comunicarnos a diario. Aunque su valor no sea un valor de cambio, un medio para imponernos en la sociedad como nos permite el dinero, es posible volverlo real. No es sólo un estado de conciencia, el sentir interior y solitario de carácter místico o espiritual, el conformismo que es justamente aquello que se desea imponer y que deja huellas en el espíritu, porque por fuera todos parecemos estar bien.

¿Cómo verlo? ¿Cómo descubrir que se es dueño de esa posibilidad interna y soberana? Es una manera de poner en suspenso psicológico la realidad física adversa, de agrandar el nicho del mundo que corresponde a la criatura humana y que permite vislumbrar lo que se debe pensar y hacer y por dónde hay que encaminarse. Empezamos a comprender cuando nos damos cuenta de la relatividad que esconden las más conspicuas explicaciones que conocemos al respecto. Casi todas descuidan el aspecto subjetivo, lo que cada uno puede hacer para liberarse.

Lo que opina la posmodernidad

En el pensamiento crítico posmoderno, es decir, en la filosofía y en la sociología actuales, predomina la creencia de que vivimos bajo las condiciones de opresión y represión del sistema, y que, si bien no se trata de una cárcel con barrotes y candados de acero, ni de una represión a golpes de palo, se trata de opresiones y represiones muy refinadas que tienen idénticos efectos. Entre ellos hay una, la más común y sufrida casi sin darnos cuenta, porque el mismo sistema nos enseña a soportarla sin quejas: la enajenación, la alienación, el estado mental en el que nos gana una aletargada despreocupación por todo lo importante para la vida y la realización que es imprescindible para cada persona. No es difícil estar de acuerdo con este diagnóstico.

Se trata de un estado de ataraxia o tranquilidad espiritual artificial e imperceptiblemente inducido por la misma estructura reinante y ajeno a la conciencia individual. La palabra ajenidad es más apropiada que “enajenación”, que tiene connotaciones diversas. El consumo, el mercado, la propaganda y sus formas ocultas de llegar a las mentes, la inducción de necesidades artificiales, todo eso no es lo único que constituye el sistema opresor, la enajenación que nos hace interesar por lo fácil, entretenido y aparentemente despreocupante. Porque la relación sería diferente si la persona despertase del lado que verdaderamente le corresponde en el mundo, del lado que en última instancia representa todo lo que es. Pues es ella quien en última instancia determina la enajenación, la servidumbre imperceptible, la degradación de toda autonomía personal, la destrucción del proyecto que en todos representa un destino determinado y posible.

Si decide despertar y escapar de sus incorpóreas cadenas, no hay inducción ni tránsito liminal ni subliminal ni estructura que pueda vencerla, fuera el que fuere el sistema vigente, económico, político, social, psicosocial. Pero, si decide despertar o seguir despierta en ese mundo artificial y engañoso en el que una persona es la que cumple con reglas incompatibles con lo que cada uno desearía para sí, entonces, las reglas le obligarán a ser un sujeto más y perderá la oportunidad de llegar a ser la persona que puede llegar a ser como por sí misma desearía (si es que todavía reconoce que sería una auténtica posibilidad).

La persona puede neutralizar el llamado opresivo del sistema, o de no responderlo, pero también puede condescender y asimilarlo. No interviene sólo el juego del sistema que la llama para oprimirla, pues hay dos fuerzas. Y gana la de afuera si no cobra conciencia de cómo libra su batalla la de afuera. El capitalismo pone sus estrategias, las formas ocultas de la propaganda, los contenidos subliminales de los medios de comunicación, y los supraliminales que muchos buscan para satisfacer deseos superficiales y vacíos (los mismos que el sistema necesita que todos busquen). Pero, la persona no es del todo inocente en este asunto, pues suele ofrecer su complicidad, sin la cual no hay resultados. Ella también es responsable de poner en marcha el motor de la opresión encendiéndolo en sí misma. Su protesta, su reclamo militante, su clamor porque le devuelvan lo que le han quitado o lo que le han prohibido, tiene que incluir y asumir la responsabilidad que le corresponde.

Sin embargo

Es verdad que el mismo mercado se ocupa de disuadir o de desarraigar cualquier propósito en contra de su marcha arrolladora. Prepara a quien en definitiva es el sostenedor de su propia existencia. Pero no es imposible crear una imagen propia y contraria capaz de producir la reacción, y sin hacer daño a nadie. Especialmente, sin recurrir a los mismos medios de que se vale el capitalismo inveterado para ganarse la voluntad y extraer lo que desea de las personas. Es posible activar la relación fenoménica entre la conciencia y el estado de cosas cuyos efectos nocivos la invaden. Las categorías que definen las relaciones entre clases, del individuo con el poder, del trabajador con la producción, del consumidor con el mercado, etcétera, se disponen según cierto orden en el espacio y el tiempo.

Sin embargo, en el círculo de funciones por las que el individuo entra en relación espaciotemporal con su entorno, tales descripciones no alcanzan para definir otras categorías que son las que se corresponden con el auténtico vivir del ser humano. No interviene tanto la economía cuando el pensamiento está en actividad o cuando los sentimientos controlan los estados de ánimo y los vínculos con los seres queridos. Buena o mala, la economía no modifica el cuadro, aunque genere estrategias y medios para colonizarlo y perpetuarse en él. Sea cual fuere el lazo con la realidad física, la persona goza de su estado de libertad mental que la guiará al proyectarse hacia la acción, una acción que tiene que iniciarse en su propio círculo de tiza caucasiano. Que resulte exitoso depende de ella, y no hay estructura que valga.

Esencialmente, no modifica el estado interno correspondiente a la actividad de todos los días, dormir, ducharse, alimentarse, vestirse, ir a trabajar, tomar el ómnibus, y quien viva sin hacer nada de esto con menor razón será modificado. La larga cadena de intenciones, preocupaciones y ocupaciones sufre sus propias transformaciones, ya no impresas por la estructura y aunque ésta tenga “horror al vacío” y quiera infiltrarse subrepticiamente. El individuo ya dispone por su cuenta de ese querer, un querer algo, querer ir hacia algo que le mueve siempre, inexorablemente, y que no es un lugar ni un momento sino un propósito que no necesita finalidad definida ni objeto concreto a perseguir. No lo necesita para generarse, porque su querer es un ir hacia lo que fuere. Es aquello que intercepta el mercado para convertirlo en consumo, actividad que, por otra parte, nadie niega que es del todo disfrutable.

De esta manera se revela un orden de relaciones que no sólo se define por la proximidad o la lejanía respecto a las fuentes generadoras de riqueza y cuya estructura se esfuerza por decidir la suerte de todos. Se define un orden de relaciones singular al descubrirse otra estructura, no fija como la que se corresponde con el sistema del capitalismo o del sistema que fuere. Una red de relaciones de la persona con el mundo tejida por las funciones que la vinculan con los demás seres, objetos y hechos, que cambian y se modifican sin cesar. Esa es la estructura que se debe modificar, rehacer, reacondicionar para efectivamente ganarle la pulseada al sistema. Quizá demande una reforma con mayor urgencia que la descubierta por la teoría posmoderna.

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