miércoles

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 56


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Desplegábamos nuestras líneas, mandábamos una pequeña avanzada de exploradores y empezábamos a arrastrarnos entre la maleza. Yo podía ver al coronel Sussex con su cuaderno, allá arriba de la colina. Éramos los azules contra los verdes. Nos identificábamos con cintas que llevábamos en el brazo derecho. Nosotros éramos los Azules. Arrastrarse entre los arbustos era un verdadero infierno. Hacía calor. Estaba lleno de bichos, polvo, piedras y espinas. Yo no sabía ni dónde estaba. Kozac, nuestro jefe de escuadrón, se desmayó. Quedamos incomunicados y bien jodidos. Nuestras madres iban a ser violadas. Entonces seguí arrastrándome, despellejado, arañado, perdido y asustado, pero sobre todo sintiéndome un tonto bajo aquel cielo despejado y en aquella tierra vacía, llena de colinas y arroyos. ¿Quién era el dueño de aquella cantidad de acres? Posiblemente el padre de alguno de los muchachos ricos. El Instituto había alquilado aquel campo, y no teníamos a nadie a quien capturar. Había orden de NO FUMAR. Seguí reptando. No teníamos cobertura aérea ni tanques. Nada. Éramos un puñado de maricones haciendo una estúpida y absurda maniobra, sin mujeres ni comida. Al final me levanté y me senté de espaldas contra un árbol. Dejé el fusil en el suelo y esperé.

Estábamos todos perdidos y a nadie le importaba. Me saqué la cinta azul del brazo y esperé que llegara una ambulancia de la Cruz Roja o algo así. La guerra podía ser el infierno, pero en los intervalos te aburrías.

De golpe sentí crujjr la maleza y vi aparecer a un muchacho que llevaba una cinta Verde en el brazo.  Un violador. Me apuntó con su fusil. Yo ya no tenía el distintivo en el brazo y estaba allí, sentado en el pasto. Lo que él quería era llevarse un prisionero. Yo lo conocía. Era Harry Missions, y su padre tenía una compañía aserradora. Yo seguía allí sentado.

-¿Azul o Verde? -aulló él.

-Soy Mata-Hari.

-¡Un espía! ¡Yo me llevo presos a los espías!

-Dejate de joder, Harry. Esto es nada más que un jueguito. No armes un melodrama asqueroso.

Los arbustos volvieron a crujir y apareció el teniente Beechcroft. Se miraron con Missions.

-¡Ahora sos mi prisionero! -le gritó Beechcroft a Missions.

-¡Ahora sos mi prisionero! -le gritó Missions a Beechcroft.

Me di cuenta que estaban verdaderamente rabiosos.

Beechcroft desenvainó su sable.

-¡Rendite o te atravieso!

Missions levantó su fusil agarrándole por el caño.

-¡Vení que te aplasto la cabeza!

Entonces la maleza crujió por todos lados. La gritería había atraído tanto a los Azules como a los Verdes. Yo seguí apoyado en el árbol, mientras ellos se entreveraban provocando una polvareda, hasta que se oyó el terrible chasquido de un fusil machacando un cráneo.

-¡Jesús! ¡Dios mío!

Algunos se caían, perdían los fusiles y se agarraban a piñazos. Vi a dos muchachos con distintivos Verdes trenzados en una llave letal. Hasta que apareció el coronel Sussex tocando frenéticamente el silbato y mientras chorreaba saliva le iba pegando a las tropas con su bastón de mando. Era bastante bueno. Los azotaba como si tuviera un látigo acuchillador.

-¡Mierda! ¡ME RINDO!

Pare de una vez! ¡Jesús! ¡Piedad!

-¡Mamá!

Al final las tropas se separaron y quedaron mirándose. El coronel Sussex recogió su cuaderno. Ni siquiera se le había arrugado el uniforme y las medallas estaban todas en su sitio. Con la gorra inclinada en un ángulo perfecto blandió el bastón de mando, lo lanzó por el aire, lo recogió y se retiró. Nosotros lo seguimos.

Terminamos trepándonos a los rotosos camiones del ejército que nos habían traído. Cuando arrancamos nos íbamos encarando unos a otros sentados en los largos bancos de madera. Ya no estábamos sentados los Azules de un lado y los Verdes del otro como cuando nos trajeron. Y la mayoría nos mirábamos los zapatos deshechos mientras nos zarandeábamos para todos lados cuando el camión tropezaba con las viejas raíces que atravesaban la carretera. Nos sentíamos cansados, derrotados y frustrados. La guerra se había terminado.

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