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OCÉANOS DE NÉCTAR (LA NOVELA CAPITAL DE LA CIENCIA FICCIÓN URUGUAYA) 30 - TARIK CARSON


1ª edición WEB: Axxón / 1992
2ª edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2019

EPÍLOGO

DOS (9)

Siguieron caminando bajo las inmensas y maravillosas bóvedas del Circo Kurchatov. Se bamboleaban casi armónicamente, tomados del brazo unos del otro. Trece iba en el centro con la cabeza baja, y sus colores oscilaban excitados entre el verde más sucio hasta el rojo más brillante. Y los tres meditaban concentrados o preocupados y, a cada trecho del camino, uno a otro repetía con alicaída y avergonzada expresión:

-¡Qué misterio lo habrá llevado a eso! ¡Qué horrible misterio terrestre lo habrá asaltado y poseído!

-¡Debe ser una droga terrible!

-¡Y perruna!

-¿Cuántos años tenía?

-Era joven, tal vez por eso… Ciento cuarenta, creo.

-Es un baldón para nuestra raza.

-Que no podremos ocultar a la comunidad Galáctica.

-De ninguna manera.

-¿Así que, como un perro terrestre?

-¡Cientos de miles de años de civilización! ¿Para qué servirán?

-¡Debe ser una droga terrible!

-Irresistible.

-Pero no condenable, pues no podemos comprenderlo.

-Naturalemente.

-Tal vez haya algo de la idea de la divinidad en ello.

-Para ellos, “eso” es irresistible una vez que los capta.

-Y para los perros terrestres auténticos, y otras bestias.

-Tal vez, no sea tan malo, al fin y al cabo. La vida no se hubiera extendido allí, si no fuera muy fuerte.

-Si está relacionado con la idea de la divinidad, no…

-Será demasiado fuerte para que mediten en el instante anterior sobre la divinidad.

-Seguramente no piensan nada. Los arrastra la sangre, que se acumula y los empuja a la inconsciencia.

-¿Entonces, sería la acumulación lo que captó al hermano Procardus?

-Será. Pero, fue feo saber cómo terminó. Es feo observarlos así. No lo soporto, creo.

-El destino nos libre…

Empezaban a someterse a la vejez y quizás por eso se bamboleaban en exceso, aunque, enlazados por los codos, lograban una tolerable estabilidad. Eran miembros de una raza que había viajado y experimentado tanto que ya nada los sorprendía ni interesaba. Y era tan superlativa su experiencia, que todos los planetas les eran hostiles, por lo cual tenían que vivir bajo montañas, o en el suelo de los océanos de agua o ácido, protegidos por el gran vientre de sus maravillosos inventos. Entonces, como no había situación que no hubieran calculado, y sufrido tal vez, cuando se acercaban a los doscientos años, se sentían algo cansados. Luego, aunque anhelaran el deceso, no siempre obtenían tal indulgencia: la sabiduría y la experiencia tenían tanto valor para la raza que jamás habían podido concebir algo que fuera más amable y respetable.

Obligados a vivir ejercitándose en la interminable y desigual lucha contra el Caos, se olvidaban de sus antiguas articulaciones, de sus carnes casi transparentes que comenzaban a desintegrarse, hasta que se iban tornando rígidos, cristalizados y aun con vida. Para quitarle atrocidad a semejante hecho inevitable, a veces trataban de distraerse, como ese día, al fin de la asamblea, antes del descanso. Entonces, para divertirse, movían el aparato bucal, solos o con algún par de congéneres. Ya no le daban mayor legitimidad ni a las ideas ni a las opiniones ni a lo que pudieran expresar; simplemente les parecía bueno escuchar los armoniosos sonidos de sus iguales (aunque pudieran comunicarse mejor sin abrir la boca, si recibían el permiso de los demás). Y se reían sin término, con fuertes gorjeos y una justificada felicidad, cuando alguno preguntaba con sincera inocencia:

-¿Sobre qué hablamos durante tanto tiempo?

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