martes

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (53) - MIJAIL. BAJTIN


AUTOR Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA (20)

LA TOTALIDAD TEMPORAL DEL HÉROE

(el problema del hombre interior o el alma) / 9

Ahora podemos desarrollar más detalladamente la idea expuesta anteriormente acerca de la diferencia esencial que existe entre mi tiempo y el tiempo de otro. En relación conmigo mismo, yo vivo el tiempo de un modo extraestético. La dación inmediata de los sentidos, fuera de los cuales nada puede ser activamente comprendido como algo mío, hace imposible una positiva conclusión valorativa de la temporalidad. En una vivencia propia real, el sentido extratemporal no es indiferente con respecto al tiempo, sino que se le opone como un futuro semántico, como aquello que debe ser, en oposición a lo que ya es. Toda temporalidad y duración se opone al sentido como algo aun no realizado, como algo aun no concluido, como algo que aun no está completo: sólo de esta manera puede ser vivida la temporalidad, la dación del ser frente al sentido. Ya no hay nada que hacer, ni se puede vivir con la conciencia de la conclusión temporal completa; no puede haber ninguna actitud valorativa con respecto a una vida ya terminada de uno; desde luego, esta conciencia puede existir en el alma (conciencia de la conclusión), pero esta conciencia no organiza la vida; al contrario, su carácter de vivencia real  (enfoque, valor) encuentra su actividad, su palpabilidad de una predeterminación forzosamente opuesta, porque sólo esta organiza la realización interna de la vida (convierte una posibilidad en una realidad). Este futuro semántico absoluto es lo que se me opone valorativamente a mí y a mi temporalidad (a todo lo que ya existe en mí), no en el sentido de prolongación temporal de una misma vida, sino como una constante posibilidad y necesidad de transformarla formalmente, de atribuirle un nuevo sentido (la última palabra de la conciencia).

El futuro semántico es hostil al presente y al pasado en tanto que espacios carentes de sentido, así como una tarea es hostil a un incumplimiento, como el deber ser es hostil al ser, como la expiación es hostil al pecado. Ni un solo momento de la ya-existencia para mí mismo puede ser autosuficiente, una vez justificado, mi justificación siempre está en el futuro; esta justificación que se me opone eternamente cancela, para mí, mi pasado y mi presente en su pretensión de ser siempre y esencialmente yo, de agotar mi definición en el ser (la pretensión que tiene mi dación de proclamarse como una totalidad, la pretensión usurpadora de la dación). La realización futura no aparece para mí mismo como una continuación orgánica, como un crecimiento de mi pasado y presente, como su clímax, sino como una cancelación; así como la bienaventuranza donada no es un crecimiento orgánico de la naturaleza pecaminosa del hombre. En el otro está el perfeccionamiento (categoría estética); en mí, un nuevo nacimiento. Yo en mí mismo siempre vivo teniendo presente la absoluta exigencia o tarea, y no hay una aproximación gradual, parcial, relativa, hacia la última. La exigencia de vivir como si cada momento de la vida de uno pudiese resultar también el momento conclusivo, último, y al mismo tiempo, el momento inicial de una nueva vida, es para mí irrealizable por principio, puesto que en ella aun está viva la categoría estética (actitud hacia el otro), aunque en forma debilitada. Para mi persona, ni un solo momento puede ser autosuficiente hasta tal punto que pudiese evaluarse como la conclusión justificada de toda una vida y como un digno inicio de otra. Además, ¿en qué plano valorativo podrían encontrarse este inicio y esta conclusión? Esta misma exigencia, al ser reconocida por mí, en seguida se convierte en una tarea fundamentalmente inalcanzable; desde ese ángulo yo siempre padecería una necesidad absoluta. Para mí mismo sólo es posible la historia de mi caída, pero es por principio imposible la historia de mi encumbramiento. El mundo de mi futuro semántico es hostil al mundo de mi pasado y presente. En todo acto mío, en todo hecho interno y externo, en el acto-sentimiento, en el acto cognoscitivo, mi futuro se impone como un sentido puro y mueve mi acto, pero jamás se realiza en este para mí mismo, siendo siempre una pura exigencia con respecto a mi temporalidad, historicidad, limitación.

Puesto que no se trata del valor de la vida para mí, sino de mi valor propio, no para otros, sino para mí, yo ubico este valor en el futuro semántico. Jamás mi reflejo propio llega a ser realista, y no conozco forma alguna de la dación para conmigo mismo: la forma de la dación distorsiona radicalmente el cuadro de mi ser interior. Yo, dentro de mi propio sentido y valor para mí, estoy arrojado al mundo con un sentido infinitamente exigente. Apenas trato de definirme para mí mismo (no para el otro a partir del otro), me hallo a mí únicamente en un mundo planteado, fuera de mi existencia temporal, me encuentro como algo por venir en su sentido y valor; y en el tiempo (si nos abstraemos por completo de lo planteado yo sólo encuentro una orientación dispersa, un deseo y aspiración no cumplidos: membra disjecta de mi posible totalidad; pero aun no existe en el ser aquello que los podría unir, llenar de vida y darles forma: no existe el alma, mi verdadero yo-para-mí; este yo está planteado y está por realizarse. Mi definición de mi persona no me da (o se me da como tarea, como una dación planteada) en las categorías del ser temporal sino en las de un aun-no-ser, en las categorías de finalidad y sentido, en un futuro semántico hostil a toda existencia mía en el pasado y presente. El ser para uno mismo significa además ir delante de uno mismo (el dejar de adelantarse a uno mismo, el resultar ya concluido, significa morir espiritualmente).

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