martes

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 53


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Un domingo Jimmy me invitó a nadar en la playa. Yo no quería que me vieran la espalda llena de granos y cicatrices, aunque tenía un buen físico. Pero sabía que nadie le iba a prestar atención a mi tórax ni a mis piernas, sino a eso.

Al final, como no había ningún chiquilín jugando en la calle y andaba aburrido y sin plata, decidí que la playa nos pertenecía a todos. Yo también podía ir, y tener la espalda destrozada no era ningún delito.

Había que recorrer quince millas en bicicleta pero me sobraban piernas y anduve a la par de Jimmy hasta llegar a Culver City… Entonces redoblé el ritmo del pedaleo y él empezó a cansarse hasta que se agotó. Yo prendí un cigarrillo y le pasé el paquete.

-¿Querés uno, Jimmy?

-No… Gracias…

-Esto es como reventar pájaros a hondazos -le dije. -Tendríamos que salir a correr más menudo.

Y volví a apurar el ritmo del pedaleo. Me sobraba la fuerza.

-¡Es algo bárbaro! -insistí. -¡Mejor que pajearse!

-Sí, pero no corras tanto.

-Dale -dije dándome vuelta. -Correr en bicicleta junto con un amigo es lo mejor del mundo. ¡Dale!

Y empecé a escapármele con toda la fuerza que tenía. Me encantaba sentir el golpe del viento en la cara.

-¡Esperá! ¡ESPERÁ. CARAJO! -aullaba él.

Yo me reía y seguía sacándole ventaja: media manzana, una manzana, dos manzanas. Nadie se podía imaginar la fuerza que tenía ni lo que era capaz de hacer. Era una especie de milagro. Iba cortando el paisaje amarillo y brillante como si fuera una cuchilla loca y con ruedas. Mi padre mendigaba en las calles de la India, pero todas las mujeres del mundo estaban enamoradas de mí…

Llegué al semáforo a toda velocidad, abriéndome paso entre la fila de coches. Ahora eran ellos los que tenían que seguirme a mí. Pero de golpe me alcanzó una pareja que iba en un descapotable verde.

-¡Che, loco!

-¿Sí? -los miré. Él era un grandote de veintipico de años, que tenía los brazos peludos y un tatuaje.

-¿Adónde mierda te creés que vas? -me preguntó.

Estaba tratando de lucirse adelante de su rubia. Ella era una mirona que tenía una larga melena amarilla flotando en el viento.

-¡Andá a hacerte darte por el culo! -le respondí.

-¿Qué?

-¡Que vayas a hacerte dar por el culo! -le hice una seña con el dedo.

Él seguía maniobrando al lado mío.

-¿No le vas a bajar los humos, Nick? -le preguntó la muchacha.

Él seguía manejando.

-¿Sabés que no te escuché bien? ¿Por qué no me lo repetís otra vez?

-Sí, decilo otra vez -dijo la mirona con la gran melena amarilla brillando en el viento.

Eso me calentó. Fue ella la que me calentó.

Lo volví a mirar.

-Bueno, ¿querés lío? Estacioná, nomás.

Entonces se me adelantó media manzana, estacionó y bajó del auto. Yo lo esquivé a toda velocidad y me le crucé a un Chevrolet que se quedó tocándome bocina. Mientras me escapaba por una calle lateral, oí reírse el grandote…

Al rato volví al Boulevard Washington y después de recorrer algunas cuadras me bajé de a esperar a Jimmy sentado en la parada del ómnibus. Podía distinguir cómo se iba acercando y cuando llegó me hice el dormido.

-¡Por qué sos tan sorete conmigo, Hank?

-¡Ah! ¡Hola, Jimmy! ¿Al final pudiste llegar?

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