miércoles

PETER BROOK - EL ESPACIO VACÍO (55) Arte y técnica escénica


EL TEATRO INMEDIATO (6)

Cuando sir Barry Jackson me pidió que dirigiera en Stratford Trabajos de amor perdidos, en 1945 -que fue mi primer montaje importante-, ya había trabajado en teatros más pequeños y tenía la suficiente experiencia para saber que los actores, y sobre todo los supervisores de escena, sienten el mayor desprecio por quien “no sabe lo que quiere”, como dicen. Así, la noche anterior al primer ensayo me senté ante un modelo del decorado, angustiado y sabedor de que en adelante cualquier vacilación sería fatal. Comencé a mover las plegadas piezas de cartón que representaban a los cuarenta actores a quienes al día siguiente tendría que dar definidas y claras órdenes. Una y otra vez monté la primera entrada de la Corte, comprendiendo que ese sería el momento en que todo se ganaría o se perdería, numeré las figuras, tracé planos, moví los cartones arriba y abajo, los situé en grandes y pequeños grupos, los puse a un lado, los trasladé atrás, los derribé, maldije y comencé de nuevo. Al mismo tiempo anotaba los movimientos, los tachaba, redactaba nuevas notas. Cuando a la mañana siguiente llegué al teatro, con un grueso libro de apuntador bajo el brazo, el supervisor escénico me acercó una mesa y observé que le impresionó favorablemente el tamaño del volumen. Dividí a los actores en grupos, les asigné un número y los situé en sus respectivos lugares de partida; a continuación, después de leer mis órdenes en voz alta y segura, dejé que avanzara la masa de actores. En cuanto empezó a moverse, comprendí que mi idea era equivocada. No guardaban la mínima semejanza con mis figuras de cartón esos actores que avanzaban empujándose, algunos con pasos demasiado rápidos que yo no había previsto, llegando de repente sobre mí, sin detenerse, queriendo seguir su marcha, clavándome su mirada, o bien demorándose, haciendo una pausa, incluso retrocediendo con elegante afectación que me tomó por sorpresa. No habían realizado más que el primer movimiento, que correspondía a la letra A de mis notas; nadie estaba correctamente situado y por lo tanto el movimiento B resultaba imposible. Mis horas de preparación eran inútiles, me sentí desalentado, perdido por completo. ¿Debía comenzar de nuevo, instruir a los actores con el fin de ajustarlos a mis notas? Una voz interior me urgía a hacerlo así, pero otra me indicaba que el modelo era mucho menos interesante que el que se desarrollaba ante mí: rico en energía, pleno de variaciones personales, moldeado por entusiasmos y perezas individuales, prometedor de ritmos diferentes, abierto a inesperadas posibilidades. Fue un momento de pánico. Al recordarlo ahora, pienso que en ese momento mi futuro estuvo pendiente de un hilo. Me aparté de mis notas, me situé entre los actores y a partir de entonces no he vuelto a trazar ningún plan de antemano. Comprendí de una vez para siempre la presunción y locura de creer que un modelo inanimado puede suplantar a un hombre.

Claro está que todo trabajo exige reflexión, es decir, comparar, cavilar, equivocarse, retroceder, vacilar, partir de nuevo. Tanto el pintor como el escritor trabajan así, aunque en privado. El director teatral ha de exponer sus inseguridades antes los actores, pero tiene en compensación un medio que evoluciona al tiempo que se ajusta. El escultor afirma que la elección de material modifica continuamente su creación; el material vivo de los actores es hablar, sentir y explorar: ensayar es pensar en voz alta.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+