miércoles

OCÉANOS DE NÉCTAR (LA NOVELA CAPITAL DE LA CIENCIA FICCIÓN URUGUAYA) 25 - TARIK CARSON


1ª edición WEB: Axxón / 1992
2ª edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2019

EPÍLOGO

DOS (4)

-Los observadores tendrán gran facilidad para obtener Oro, y hablo en sentido simbólico. Hagan lo que hagan ganarán Oro y lo reproducirán al máximo. Sexualmente, habrá que proveerlos de algo especial. Sugiero la creación de ingredientes químicos para fijarlos a su estructura. Podrían estar vinculados al olfato, pero tendrían que ser mucho más potentes que sus pobres feromonas, y mucho más indetectables. Acá tendríamos que hacer algo de “magia”.

-¿No estaremos, con medidas así, yéndonos a los tiempos en que transformamos bastones en serpientes? ¿O todas las tonterías hechas en la corte del faraón…? ¿No incurrieron en “chistes” macabros como el de cebarlos con eso que llaman Cabeza Civilizadora, o hacer que sus satélites registraran y les transmitieran fotografías absurdas e imposibles…? ¿No hay vestigios de esas bromas ahora?

-No es así. Opino que esas no fueron bromas. Pueden haber pasado por bromas. Fueron un claro mensaje a sus líderes… Lo propuesto ahora por los observadores sería algo congénito en ellos. No más que una herramienta para los fines buscados. Un medio…

-Y sobre las relaciones…

-Las relaciones serán las de antes. Mejoradas por la belleza y el dinero. Los observadores no deberán ser inteligentes, ni dotados más que en el sentido del Coito y el Oro. No será necesario invertir trabajo en dotarlos de algo más.

-¿No sería necesario hacerlos sabios, como lo eran Procardus y los demás?

-No es necesario. Nos aseguramos así, de paso, que si hubiera una reversión imprevisible, como la ocurrida a Procardus, sus cerebros no podrían imaginar nada más. Caerían en un desorden mental que sustituiría las partes rasgadas de la cortina…

-¿Y sobre sus relaciones sociales? -insistió Ocho.

-Estarán entre los dueños del Oro y de las armas. También entre los que tienen vestigios del alma del pavo real. Estaremos de acuerdo en que es la clase que siempre estuvo brincando sobre la mayoría. Es un entretejido inevitable entre ellos. Y es donde está la información.

-No creo que debamos llegar a eso -opinó calmosamente Cuatro, que hasta allí no se había expresado, salvo por las propuestas y los votos de su placa-. No lo aceptaría el Códex, además.

-Opino lo mismo -dijeron Veinte, Quince, Catorce, Siete y Dos, todos a la vez.

-Retiro la idea -admitió Trece, opacándose algo más.

Hubo otro silencio, y todos los congéneres observaron, con decaída expresión, cómo Trece se hundía en la butaca, y su verde claro se convertía en un verde oscuro y trémulo, indigno de cualquier mirada Cipher.

-Desde luego -dijo Cinco al rato, tratando de mostrarse alegre-, es verdad que esta idea de Trece tiene algo de bueno. Pienso, de acuerdo a mis años de estudio del carácter terrestre, que lo que propone está implícito ya en la elección de las formas. No es necesario que se le ponga un nombre, ni siquiera un nombre terrestre, al asunto. Tampoco los Vigilantes del Códex podrían encontrarle alguna objeción. Que un ser humano, por tener ojos de determinado color, sea transformado en un dios, y que acumule beneficios de otros por ese hecho insustancial, es una anomalía incomprensible para nuestra lógica. Si un trasero de hembra humana, por ejemplo, por un fenómeno desconocido aun para ellos, les produce un inmenso placer a la vista, y están dispuestos a trasladar parte de su Oro por introducirle el pedúnculo… Y den gritos y exclamen quejidos, y se golpeen… Como la propuesta aprobada sobre los colores y las formas. La palabra “prostitución”, que abarca la vida humana, no debe tener el mismo significado para nosotros, no debe avergonzarnos el hecho de que estemos obligados a observar el fenómeno.

Cinco y los demás observaron a Trece, que seguía hundido en la butaca, sin colores, en la penumbra de sí mismo.

-¿Está de acuerdo, Trece? -preguntó Seis, levantando la voz, con una expresión vivaz.

Trece se removió inquieto y, de alguna parte oscura, vieron que se le escapó un juvenil destello verdoso. Luego oyeron la voz:

-Bueno, ha sido muy atinada esa refutación. No podría oponer ni un argumento a su lógica.

-Prosigamos, entonces -dijo Veintiuno, observando que Trece empezaba a recuperar, por lo menos, el verde sucio.

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